El problema del hambre, del terrorismo, de la corrupción, de la explotación del Planeta y de los grandes retos a los que nos enfrentamos en África y en todo el globo, no puede resolverse sin justicia social, sin una profunda reforma de las instituciones que elimine disparidades y sin situar al ser humano y el bien común en el mismo centro de nuestra atención y prioridades político-económicas. Tenemos que atacar la raíz del problema y esto es precisamente lo que evitamos.
Podemos tener muchas campañas contra el hambre, bancos de alimentos, proyectos de colaboración para el desarrollo, pero si no sanamos la misma raíz de los males sociales, no llegaremos a cosechar los frutos deseados de una vida digna para todos, un desarrollo sostenible y ecológico, así como la convivencia en armonía social.
Los pueblos que más sufren por la violencia, el hambre, la falta de medicamentos, falta de educación, destrucción del medio ambiente y escasez de oportunidades, viven en el hemisferio sur, particularmente en África.
Es evidente que los países africanos son muy ricos en capital humano y en recursos abundantes tanto naturales como minerales.
Las causas de raíz de tanto sufrimiento y privación, para los pueblos del Sur, no son pues principalmente, ni la escasez de recursos ni el aumento de la población, sino más bien la gestión injusta, egoísta e inhumana de tantos líderes políticos, militares y económicos, junto con la pasividad de gran parte de la sociedad civil.
La causa más profunda de tanto sufrimiento humano, no reside en la fragilidad de la vida humana, ni en los desastres naturales, sino más bien en nuestra poca humanidad para acoger y cuidarnos de los demás.
Si llegáramos a mirar y cuidar de los demás, como miembros de nuestra propia familia, podríamos cambiar nuestro compromiso por una gestión justa de recursos y por el cuidado de todas las personas.
La contaminación del aire que causa cada año entre 6 y 7 millones de muertes prematuras, la deforestación anual de unos 20 millones de hectáreas de bosque tropical, el consumo de agua contaminada que destruye al año, la salud de 1.4 millones de personas, la inseguridad alimentaria aguda que afecta a 29 millones de personas, los 7 millones de personas desplazadas en los últimos seis meses de 2019…..y otras consecuencias del maltrato del Planeta, afectan sobre todo a las personas más pobres de los países del hemisferio sur.
El vivir en los países del sur y el ser niñas-mujeres aumenta por desgracia el riesgo de sus vidas. Más de 240 millones de niñas ven amenazada su vida por la violencia, 200 millones han sufrido mutilación genital. Cada año 12 millones de niñas son casadas antes de cumplir los 18. Más de 150 millones sufren violencia sexual. Y 34,2 millones de niñas y mujeres son refugiadas o desplazadas.
No existen los cambios rápidos de actitud y de comportamiento humano, pero nos deberíamos preguntar: ¿en qué dirección caminamos? ¿Nos vamos humanizando o seguimos indiferentes ante las personas sin Trabajo, sin Tierras, sin Techo y sin Dignidad?
¿Vamos trabajando para disminuir el hambre y el sufrimiento de los demás, o vamos más bien aumentado el número de personas que no pueden vivir dignamente?
Lo más grave puede ser nuestra apatía o indiferencia, pues serían signos de deshumanización.
Por otra parte, nunca hemos tenido tanto poder, medios y tecnología a nuestra disposición
Por lo tanto, frente a tanta opresión de seres humanos, no es racional, ni la pasividad, ni el desánimo.
La solución y los medios están en nuestras manos, somos pues responsables del bien común, del sufrimiento que causamos a los demás y de la destrucción de la Casa Común.