Hace 28 años, moría, brutalmente asesinado por miembros del ejército, el presidente burundés Melchior Ndadaye. ¿Qué queda del legado de alguien que encarnó, durante unos meses, una chispa de esperanza de vivir juntos en Burundi entre hutu y tutsi? Cuestión que Patrick Mbeko, especialista en África Central, trata de desentrañar.
Los burundeses acaban de conmemorar el 28 aniversario de la muerte del presidente Melchior Ndadaye. El primer presidente democráticamente elegido en Burundi suscitó la esperanza en un país demasiado minado por las tensiones y conflictos étnicos. Su brutal muerte el 21 de octubre de 1993 en Buyumbura, cuando este hutu fue asesinado por miembros del ejército burundés, controlado esencialmente por los tutsi, puso fin a esta (demasiado) corta experiencia, pero contribuyó a crear el ideal que Melchior Ndadaye encarna desde entonces.
Todo comienza en junio de 1993, Burundi organiza sus primeras elecciones pluralistas y democráticas y Melchior Ndadaye, 4años, es elegido Presidente de la República, poniendo fin a décadas de regímenes autoritarios con partido único dominados por la minoría tutsi del partido Unión por el progreso nacional (UPRONA). La victoria del nuevo presidente choca rápidamente con la resistencia de la elite tutsi. El 21 de octubre, oficiales tutsi del ejército asesinan a Ndadaye, hundiendo Burundi en una interminable guerra civil que durará casi una década y causará cerca de 300.000 muertos. Gracias a la mediación de Nelson Mandela, los beligerantes se comprometen, no sin dificultades, a hacer callar las armas. Los acuerdos de Arusha, firmados en 2.000, establecen un sabio equilibrio político-étnico entre la mayoría hutu que forma entorno al 80% de la población y la minoría tutsi.
“El padre de la democracia”
Más de dos décadas después de su asesinato, el nombre de Melchior Ndadaye es y sigue siendo el que mayor unanimidad concita en Burundi y entre los observadores extranjeros. El hombre era apreciado por su apertura y por su combate en favor de la edificación de un Estado de derecho en un Burundi marcado por años de repetidas masacres étnicas desde su independencia en 1962. “Era un hombre muy inteligente, carismático. Tenía la voluntad de trazar pasarelas entre las etnias, una decidida voluntad de reconciliar a los burundeses”, afirma a Sputnik René Lemarchand, profesor emérito en la universidad de Florida y especialista sobre Burundi, para quien “la muerte de Ndadaye ha sido una enorme pérdida para Burundi”.
Desde el momento de su llegada al poder, Melchior Ndadaye, en vez de monopolizar el poder que el pueblo le acababa de confiar a través de las urnas, decide codirigir el país con los perdedores. Para ello, nombra a Sylvie Kinigi, una tutsi de UPRONA como primera ministra. Este gesto del presidente recién elegido tenía como objetivo promover la reconciliación y la cohesión nacional en un país que había vivido siempre al ritmo de tensiones y guerras “inter-étnicas” entre los componentes de la población, encerradas en una lógica de odio recíproco y de confrontación permanente.
Todos los que conocieron de cerca o de lejos a Ndadaye están de acuerdo en afirmar que el hombre es “el padre de la democracia” en Burundi. “Un visionario, una personalidad muy comprometida que quería hacer de Burundi un país de paz, sobre todo después de todo lo que el país había conocido, concretamente el genocidio de los hutu de 1972”, explica a Sputnik el antiguo presidente burundés Sylvestre Ntibantungania, que conoció estrechamente al jefe del Estado asesinado. “Ndadaye decía que era necesario construir un Burundi en paz, unido y próspero. En una palabra, quería un Burundi democrático que diera tranquilidad y seguridad a unos y a otros”, añade. Léonard Nyangoma, veterano político burundés (fundador del partido en el poder) y amigo de Ndadaye, opina lo mismo. Utiliza los elogiosos términos de “brillante”, “unificador” y “carismático”, para calificarlo.
Entre el conflicto étnico y el sistema de dominación
Por otra parte, conviene subrayar que, a semejanza de los hutu y tutsi de Ruanda, los hutu y tutsi de Burundi están lejos de tener las características que se los prestan para legitimar una lectura esencialmente étnica del conflicto que los opone. “Es un problema de clase. Había explotadores que eran los tutsi y explotados que eran los hutu”, subraya Léonard Nyangoma. Además, los diferentes conflictos a los que Burundi ha hecho frente en su historia han sido siempre conflictos de poder en los que los actores políticos no han dudado en instrumentalizar las identidades étnicas para alcanzar sus objetivos.
Es justamente contra esta manera de actuar que Melchior Nadadaye militaba. Quería romper ese círculo perverso caracterizado por una perniciosa relación de dominación que no hacía más que alimentar los rencores y la animosidad de unos y otros. Una tarea nada fácil dada la cultura de la violencia que reinaba en el país, como afirma a Sputnik Jean-Marie Ngendahayo, antiguo ministro y cercano a Ndadaye.
¿Y hoy?
Las opiniones sobre si el legado del Ndadaye ha sobrevivido al paso del tiempo y a las adversidades a las que Burundi ha tenido que hacer frente son matizadas aunque convergentes. Para Léonard Nyangoma, Ndadaye ha inscrito en la mente de los burundeses la necesidad de defender la democracia por todos los medios. “Nos ha legado una gran herencia que no es material, sino política”, para añadir “ha creado un espíritu de resistencia contra toda fuerza que tratara de usurpar la democracia”. El antiguo presidente burundés Sylvestre Ntibantunganya estima también que el legado de Ndadaye es innegable en la medida en que su enfoque del problema burundés ha sido imitado por los beligerantes burundeses, concretamente en las negociaciones de Arusha, Tanzania. “Su herencia ha quedado preservada por el hecho de que, tras su muerte, hemos privilegiado la vía de la negociación para resolver el conflicto burundés”. Un análisis de la situación que no comparte necesariamente Jean-Marie Ngendahayo. Según él, las negociaciones de Arusha no fueron más que un baile de hipócritas. Si tuvieron lugar fue porque había un cambio de perspectiva a partir del momento en que los hutu, tras el asesinato de Ndadaye, habían tomado las armas y habían logrado cambiar la correlación de fuerzas, forzando al estamento militar en el poder a aceptar la voz del compromiso. En este punto, para Ngendahayo las cosas son muy claras. “Fue preciso que naciera una guerrilla armada para combatir el poder establecido; una guerrilla apoyada por la población para que las cosas cambiaran”.
Además, el Burundi de hoy es el resultado de una dinámica política en la que las concesiones han sido obtenidas en Arusha por la fuerza, después de que los maquis ganaran al ejército regular. No obstante, ello no ha impedido que el país prosiguiera en el espíritu de los acuerdos de Arusha.
La grave crisis política de la primavera de 2015, derivada de la decisión del presidente Pierre Nkurunziza de optar por un tercer mandato, violando los acuerdos de Arusha y la constitución de 2005, según sus detractores, ha sumido Burundi en una situación de cierta inestabilidad, sin, sin embargo, conducirlo hacia una irreversible espiral de violencia a la que el país estaba habituado en el pasado.
Ciertamente, la tentativa fallida de golpe de Estado de mayo de 2015 manifestó claramente las disensiones y resentimientos que atravesaban el campo del poder, concretamente las fuerzas de seguridad y el ejército, pero no es menos cierto que los burundeses, en su inmensa mayoría, rechazaron ceder ante los demonios del etnicismo, a pesar de los intentos de instrumentalización por parte de algunos políticos de las identidades. Un legado del Presidente Ndadaye; así lo creen unánimemente las personalidades citadas anteriormente.
El Burundi y sus viejos demonios
Desde su independencia en 1962, Burundi ha conocido conflictos armados recurrentes, tensiones étnicas y disturbios civiles, en cuyo transcurso fueron cometidos crímenes contra la humanidad, violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos. Además de la guerra civil de 1993, la masacre de hutu de 1972, que algunos califican de genocidio, es ciertamente lo más emblemático. Unas 100.000 personas fueron asesinadas en lo que aparenta a una estrategia de decapitación de la sociedad hutu que debía sentar las bases de un nuevo orden social frente al orden dominado por la minoría tutsi, en el que la mayoría hutu estaba casi enteramente excluida de las funciones importantes en las instituciones del Estado. Época que hoy parece pasada…
Patrick Mbeko @PatrickMbeko
[Traducción, Ramón Arozarena]
Fuente: La Tribune Franco-Rwandaise
Anteriormente publicado en: Sputnik
[CIDAF-UCM]
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