Debo mucho de lo que soy a las mujeres de África con las que conviví casi medio siglo, por eso me gusta escribir para dar a conocer sus luchas y sus logros. Es un modo de pagar la deuda que tengo con ellas. Agradezco mucho que la Fundación Sur haya abierto en la Bitácora una ventana que permita conocer algo más sobre ellas. En bastantes ocasiones he escrito sobre su valor y el papel que juegan en la sociedad en distintas regiones de África, ya sea individualmente o en grupo. Mi deseo de romper estereotipos creados por la imagen que se crea cuando se cuentan sólo historias de dolor y sufrimiento. Pero, esas historias también existen y no las podemos olvidar. Hoy toca hablar de una de ellas.
Cuando la bendición de ser mujer en África se convierte en maldición
La prensa francesa y africana habló mucho de los acontecimientos sangrientos que ocurrieron en Guinea Conakry, en septiembre de 2009. Miles de ciudadanos, invitados por los jefes de los partidos políticos de la oposición, unidos en el Foro de Fuerzas Vivas de la Nación, habían acudido al estadio de Conakry para manifestar pacíficamente su esperanza de democracia. Se oponían a la candidatura de Moussa Dadis Camera, jefe de la Junta Militar en el poder, desde el golpe de estado de diciembre de 2008, a las elecciones presidenciales. Los “boinas rojas” de la guardia presidencial, habían irrumpido a sangre y fuego causando una masacre. En ese momento se habló poco de lo que les había tocado vivir a mujeres y a adolescentes de todas las edades y clases sociales presentes en la manifestación. Más tarde lo contarían el doctor Ibrahima Baldé, fundador del Centro Madres e hijos de Conakry y Nathalie Zajde, profesora de la Universidad París VIII.
El artículo, publicado el 27 de enero de 2010 en “Le Monde” tiene un título que no puede ser más significativo: “La maldición de las mujeres de Guinea”. Nos cuenta lo que les tocó vivir a centenas de mujeres en esos sucesos sangrientos: fueron maltratadas, humilladas y violadas. Una de ellas cuenta que mientras las violaban los soldados decían: “¡Mirad lo que hacemos con vuestra democracia. Volveremos a empezar y después os mataremos!”. Algunas de las que sobrevivieron a las matanzas y a las violaciones, fueron raptadas con los ojos vendados para servir de esclavas sexuales durante varios días a los militares. A todas las que se consideró ser un peligro potencial por saber demasiado, fueron asesinadas, el resto liberadas.
Al leer este artículo, he recordado a otras mujeres que han vivido y viven situaciones en las que ser mujer se convierte en una maldición, especialmente en África. Recordemos algunas de estas situaciones. En Liberia, durante los 14 años de guerra civil comenzada en 1969, se calcula que dos tercios de las mujeres sufrieron violencia sexual. Los rebeldes violaban a las mujeres individualmente o en grupo, las más jóvenes, aún niñas, eran convertidas en esclavas o bien obligadas a combatir como soldados. No pocas de las que sobrevivieron, estuvieron marcadas en su cuerpo por enfermedades como el SIDA y en su espíritu por el dolor de lo vivido y el estigma social de verse abandonadas por sus maridos o ser privadas de futuro, ya que una mujer violada no es considerada dignas de ser desposada. En Uganda numerosas niñas fueron convertidas en soldados y en esclavas sexuales privadas de infancia y de futuro por el Ejército de Resistencia del Señor (LRA), grupo fundamentalista cristiano que ha aterrorizado el norte de Uganda durante más de 20 años, y que, refugiado en el noroeste de la República Democrática del Congo, sigue actuando aquí. En Burundi, un informe del centro «Seruka» señala haber atendido a 7.000 víctimas desde su fundación en 2003 y el aumento del 10% en 2008, en relación a las estadísticas de 2007.
En la República Democrática del Congo las violaciones se convirtieron en arma de guerra durante los conflictos de 1996-97. Del del 98 al 2002 se intensificaron las violaciones, acompañadas de pillajes, casas quemadas, asesinatos. Violaciones públicas, sin distinción de edad de 4 a 70 años. Violaciones que han sido empleadas y siguen siéndolo para desmoralizar al enemigo. Cuando la violación se convierte en arma de guerra, además de perseguir la muerte moral y social de la mujer se persigue humillar al adversario y matar moral y socialmente a una comunidad. La violación utilizada como arma de guerra, ha alcanzado proporciones inimaginables. Ha sido denunciada por la Iglesia Católica, las ONG, asociaciones de mujeres y otros miembros de la sociedad civil. Estos actos de barbarie han sido cometidos por hombres armados ruandeses refugiados en el Kivu, por soldados de ejércitos regulares de Uganda, Ruanda, Burundi, soldados de la Unión Congoleña para la Democracia y en algunos casos hasta de miembros de la MONUC, que están para proteger a los civiles.
Según la ONU, en 2006 se registraron 27.000 agresiones sexuales sólo en la provincia de Kivu del Sur. John Holmes, subsecretario general de asuntos humanitarios en Naciones Unidas decía: “La violencia sexual en Congo es la peor del mundo”… “las cifras elevadas, la brutalidad sistemática y la cultura de la impunidad son atroces”. En julio de 2007 se señalaban unos 45.000 casos más de violencia sexual en los primeros meses del año. En noviembre de 2007, en un informe de Médicos sin Fronteras, se podía leer que el 75 % de los casos de agresiones sexuales atendidas por su personal, se habían dado en Goma. En noviembre de ese mismo año, la ONG AVENENA denunciaba que en Uvira habían sido violadas más de 50 mujeres y niñas. Las consecuencias de estas violaciones son extremadamente graves, ya que van desde la transmisión del virus del sida al traumatismo profundo, pasando por la exclusión social.
Cada día siguen llagando noticias de violaciones cometidas por grupos de hombres armados en la RDC.
Pocas sociedades se libran de la lacra de la violencia hacia las mujeres.
A pesar de las dimensiones que ha tomado la violencia contra la mujer en África, la violencia no es sólo africana. Recuerdo haber leído un informe de la Organización Mundial de la Salud, no hace muchos años, que afirmaba que la violencia hacia las mujeres en Europa causaba más muertes que los acidentes y el cancer.
En 1999 Kofi Annan, entonces Secretario General de la ONU, calificaba la violencia contra las mujeres “presente en todas las regiones y en todas las culturas”, como “la forma más vergonzosa y más extendida de violación de los derechos de la persona humana”… Violencia de género ejercida en el seno de la familia o fuera de ella. Durante siglos, más que un delito, la violencia familiar se ha considerado un derecho. Desgraciadamente, la historia de los pueblos nos muestra que, en mayor o menor medida, de una forma o de otra, las mujeres han sido víctimas de violencia en el hogar y fuera de él. Consideradas botín de guerra. Han sido raptadas, esclavizadas y violadas.
Durante el siglo XX se han hecho progresos para luchar contra esta violencia. Todavía existen bastantes países sin leyes que protejan a las mujeres o que teniéndolas sean infrigidas regularmente; regiones con conflictos armados de alta o de baja intensidad, pero siempre terrenos propicios para que las violencias contra las mujeres aumenten y tomen las formas perversas que, convierten la bendición de ser mujer en maldición para ellas y para la sociedad.
Se acerca el día mundial de la mujer.
Día para el recuerdo y el homenaje. Recordar a tantas víctimas de la violencia de genero es un deber. También lo es rendir homenaje a todas las que han luchado para resurgir de sus cenizas y a todas aquellas que denuncian las violencias que convierten la vida de las mujeres en un infierno. Es un día para el compromiso, para que todas las mujeres del mundo puedan vivir la bendición de ser mujer.
“…En la intimidad de mis manos,
Como en la calabaza de mi vientre
Se amasa el goce de los humanos
En la intimidad de mis manos
Como en la calabaza de mi vientre
Se proteje la victoria de la raza humana.
!Desdicha! Maldición a quien viole la intimidad de mi ser, mujer”
Olivier Sangi Lutondo, RDCongo
(Poema publicado en el calendario 2009 de UMOYA)