Si bien Abiy puede controlar las llanuras, es casi imposible que pueda vencer al TPLF en las montañas. El único factor que podría cambiar las cosas es externo.
Todas las guerras terminan. Es solo una cuestión de cuánto tiempo dura y cuántas personas mueren en el proceso.
Etiopía se está convirtiendo en la guerra olvidada de África, en parte porque hay muy poca información confiable disponible, y las autoridades son reacias a permitir informes independientes y la propaganda abunda en todos los lados, y en parte porque los esfuerzos para un acuerdo parecen no llegar a ningún resultado, con la comunidad internacional incapaz de actuar, a no ser, por supuesto, que vengan a vender armas o brindar apoyo. Y eso es parte del problema.
Aunque es el Estado independiente más antiguo de África, Etiopía tiene una larga historia de guerras civiles. Ha habido un equilibrio perpetuamente cambiante entre los diferentes pueblos y «naciones» que componen el país, y entre la autoridad central (quienquiera que la ha tenido) y las regiones. Varias de estas guerras pasadas han sido conflictos sangrientos, que involucraron masacres de combatientes y civiles por igual.
Etiopía no es única en esto: la mayoría de países que ahora se consideran estables han tenido su buena parte de feroces conflictos internos. Sucedió en Gran Bretaña, Alemania, Francia, Estados Unidos e incluso China, donde la victoria comunista en 1949 surgió no solo después de un período de ocupación extranjera, sino también de la era de señores de la guerra en las décadas de 1920 y 1930 cuando el control central se desintegró en gran medida. Muchas naciones africanas, mucho más jóvenes que Etiopía, enfrentan tensiones similares y luchan arduamente por encontrar un equilibrio aceptable entre las regiones, intereses y facciones dentro de sus fronteras.
En Etiopía, el dominio militar ha sido siempre crucial para un control central eficaz. Esto no ha cambiado. El reinado de Haile Selassie se basó en la victoria militar de Segale en 1916 contra su depuesto predecesor. El gobierno del Derg se basó en su control del ejército, hasta que fue derrocado por el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF) en 1991. Pero el control militar por sí solo nunca es suficiente. El Estado todavía necesita ser visto como legítimo a los ojos de las personas gobernadas, o al menos de una suficiente mayoría de ellas.
El primer ministro Abiy Ahmed y el liderazgo del Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF) calcularon mal desde el principio, sobreestimaron su propia fuerza política y militar y subestimaron la de su oponente. Este error de cálculo mutuo conlleva el riesgo, si se prolonga, de llevar a un punto muerto que hará que Etiopía se una a Sudán del Sur, Libia y Yemen en un interminable conflicto devastador para la economía y la población.
Ya se está convirtiendo en una guerra de desgaste. El primer ministro Abiy puede creer que esto le favorece: con solo 6 millones de tigreyanos y más de 90 millones de personas en el resto del país, la victoria final puede parecer inevitable. Pero esto puede también resultar un error de cálculo si el costo de la guerra socava su propia legitimidad y pone en riesgo su autoridad. Ésta puede ser una de las razones por las que el gobierno está provocando de forma tan implacable e imprudente la retórica de desconfianza y odio étnicos para reforzar su posición política aumentando el miedo a los tigreyanos. En otros lugares, esa retórica ha sido un precursor del genocidio.
Ambas partes ven ya el conflicto como existencial. Abiy teme ser desalojado del poder, los Amhara temen ser excluidos de él una vez más, como lo fueron después de la caída de Haile Selassie, y los tigrayanos temen la aniquilación y el exilio efectivos, como parecía estar sucediendo antes de que recuperaran el control militar de Tigray. En estas circunstancias, ninguna de las partes quiere ceder la menor ventaja a través de negociación y ve la victoria militar como la única vía para sobrevivir. Así que ambos lucharán hasta el final, que podría estar aún a muchos años de distancia.
Si bien Abiy puede controlar las llanuras, es casi imposible derrotar a los tigrayanos en las montañas, quienes están tratando de construir alianzas con los insatisfechos con Abiy en otras regiones, incluida Oromia, un número que seguramente crecerá a medida que se deterioren las condiciones económicas. Como señaló recientemente Alex Rondos en The World Today, el costo de un conflicto continuado en Etiopía sería desastroso para todo el Cuerno de África en su conjunto.
El único factor que puede cambiar esta situación es externo. La comunidad internacional tiene tanto influencia como agencia que podría utilizar para aumentar la presión a favor de un arreglo pacífico. Pero por ahora parece dividida y esto en sí mismo podría prolongar en lugar de acortar la agonía de Etiopía.
Dadas las divisiones dentro del bloque regional IGAD, entre Etiopía, Eritrea y Somalia (o al menos su gobierno federal) por un lado y el resto por el otro, y la profunda hostilidad de Abiy hacia la ONU, el organismo con legitimidad política para actuar es la Unión Africana. Al nombrar al expresidente nigeriano Olusegun Obasanjo como su enviado, tienen un veterano estadista de peso y experiencia, pero actualmente carece de un equipo con autoridad que pueda llevar adelante un análisis detallado y un compromiso continuo. Kenyatta, presidente de Kenia, ha estado también activo tratando de mediar en conversaciones, y los dos juntos representan la mejor oportunidad de persuadir a ambas partes para que hablen en lugar de luchar.
Institucionalmente, la UA tiende a tener un «incumbency bias”. Muchos de sus miembros se enfrentan a movimientos o grupos secesionistas que buscan su derrocamiento violento y, por tanto, existe una tendencia por defecto a apoyar al gobierno de turno. Pero Addis Abeba no es sitio cómodo con un país dividido por la guerra civil y muchos miembros son conscientes del alto costo de una inestabilidad continuada, tanto para la región como para el continente. Con estímulo y apoyo podrían ejercer una presión significativa para lograr una solución negociada.
Sin embargo, varios otros actores internacionales parecen menos dispuestos a apoyar estos esfuerzos y más interesados en ayudar al gobierno de Abiy a lograr la victoria militar. El espectro de Siria permanece como pesadilla, donde potencias extranjeras sin escrúpulos apoyaron a un régimen corrupto y feroz que masacró a su propio pueblo hasta someterlo, principalmente con el fin de crear un estado cliente para su propia ventaja geoestratégica. Para ambas potencias, «derrotar a Occidente» fue un motivo adicional.
Hay informes de que tanto Turquía como los Emiratos Árabes Unidos están ayudando a armar a las fuerzas del gobierno etíope, y la reciente visita a Addis Abeba del ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, envió un mensaje explícito de apoyo político al primer ministro Abiy. Los motivos de cada uno pueden variar: China tiene grandes intereses económicos que están siendo dañados por la guerra, pero ve a Etiopía como un aliado importante en su rivalidad con Estados Unidos. Turquía quiere expandir sus ventas de armas (aunque dónde encontrará Abiy el dinero para pagar las armas es otro asunto) y ve a Etiopía como un aliado contra Egipto. Para los Emiratos Árabes Unidos, una Etiopía debilitada, pero dócil, reforzaría su cada vez mayor presencia en los países del Mar Rojo.
El problema de los tres, sin embargo, es que si la guerra continúa y se vuelve cada vez más cruel pueden verse implicados si apoyan acciones que serán reprobadas en la corte de la opinión pública internacional. Rusia asumió ese costo en Siria porque era geoestratégicamente crucial. Pero, ¿es Etiopía tan valiosa para los partidarios de su gobierno?
Estados Unidos y la Unión Europea (UE) han adoptado posiciones más duras sobre ambas partes en el conflicto. Aunque algunos estados miembros de la UE se muestran reacios a imponer sanciones al estilo estadounidense con el argumento de que disminuiría su influencia sobre el gobierno etíope, al menos, todos respaldan firmemente los esfuerzos de paz de la UA. Pero éstos tendrán poca influencia mientras que ambas partes no vean la imposibilidad de una solución militar y un mensaje de toda la comunidad internacional de que la lucha debe cesar. No se puede imponer una solución a los etíopes. Ellos deben encontrarla. Pero ahora no es el momento de echar más leña a su fuego. De modo que el camino hacia la paz en Etiopía pasa tanto por Beijing, Ankara y Abu Dhabi como por Nueva York y la UA. Y hasta que se recorra ese camino, la lucha continuará, el pueblo etíope sufrirá y la región se volverá cada vez más inestable.
¿Será el Cuerno, como Siria o Yemen, otra víctima del nuevo mundo multipolar? El origen del conflicto puede estar en las propias divisiones de Etiopía, pero su resolución ahora depende de la acción internacional.
Fuente: African Arguments