¿Qué dinámica de paz en la República Democrática del Congo para el Consejo de Seguridad?

31/07/2009 | Opinión

De gira, como es habitual, por algunos países africanos, los miembros de una delegación del Consejo de Seguridad hicieron una escala de 48 horas en la RDC. Primero en Goma el día 18 de mayo, seguidamente el día 19 en Kinshasa. Según su programa, comunicado a la prensa antes por el portavoz de la MONUC, Madnodje Mounoubai, los embajadores de la ONU debían:

Medir la temperatura de la situación en la RDC;

1. Evaluar el proceso de paz en la región de los Grandes Lagos;

2. Explorar las vías y medios para reforzar la dinámica de la paz;

3. Informarse sobre las operaciones militares llevadas a cabo en el Este;

4. Reforzar el Estado de Derecho;

Fueron conducidos por el representante de Francia, Maurice Rippert.

Un programa seductor a primera vista, pero el contenido contrasta singularmente con las realidades que vive la RDC desde que este país se dotó de nuevas instituciones surgidas de un proceso electoral financiado y supervisado de principio a fin por la Comunidad Internacional, en este caso el Consejo de Seguridad y la Unión Europea. Los mismos animadores de estas instituciones no lo niegan, ya que ellos son perfectamente conscientes de los problemas políticos, económicos, sociales, de seguridad, diplomáticos y judiciales, muy complejos, a los que se enfrentan.

Todos estos problemas amenazan seriamente la independencia del país, su soberanía, su integridad territorial, así como la seguridad de las personas y de sus propiedades. Los diplomáticos de la ONU también los conocen y son conscientes de ello. Los informes de la MONUC que el secretario general de la ONU resume regularmente en el Consejo de Seguridad, así como los de las organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos, son abrumadores y horribles respecto a la situación general en la RDC.

La independencia del país, la soberanía nacional y la integridad territorial padecen los caprichos de algunos países vecinos ávidos de extender su espacio vital; las aventuras guerreras de los grupos rebeldes extranjeros; las invasiones de partes del territorio por pastores extranjeros con sus rebaños en busca de pastos. Las libertades y los derechos civiles están en retroceso según informes tanto de ONG internacionales como nacionales. La separación de poderes en el funcionamiento de las instituciones tarda en hacerse palpable.

La reconstrucción y el desarrollo siguen existiendo sólo sobre el papel. La recesión mundial debido a la crisis financiera, que golpea de lleno a los países pudientes del sistema capitalista, sirve de excusa para disfrazar las deficiencias crónicas en materia de gestión de los recursos nacionales. Los dirigentes no reciben una gran presión para comportarse como buenos padres de familia, en consideración a sus cargos públicos, que se supone asumen para el interés común de los ciudadanos. De los 178 países más pobres del planeta, la RDC es el último de la fila. El transporte, el agua y la electricidad se han convertido en problemas sociales sin solución en Kinshasa. ¿Y qué decir del interior, que se ha vuelto algo parecido a un conjunto de aglomeraciones rurales anacrónicas, o pueblos de una época paleontológica? Un país que únicamente existiría nominalmente. Sin vida normal, condenado a tambalearse al borde del precipicio.

Nos hemos visto obligados, finalmente, a preguntarnos qué modelo de democracia y qué obra maestra de Estado de Derecho han sido instaurados, después de más de cuarenta tenebrosos años de dictadura oscurantista y embrutecedora del pueblo, por la Comunidad Internacional, representada por el Consejo de Seguridad y la Unión Europea. No es por casualidad que los diplomáticos de la ONU han aterrizado antes en Goma que en Kinshasa, la capital y sede de las instituciones.

El Kivu Norte es la muestra ilustrativa del contraste doloroso y dramático de la ausencia de paz y de seguridad en la RDC. Sin duda ellos han tomado la temperatura.

Fracaso de un proceso.

La evaluación que se imponía y a la cual ellos deberían proceder era la de las consecuencias nefastas o positivas del proceso electoral, en relación con los años anteriores a ese proceso. Nunca este país ha sido tan debilitado, ridiculizado y reducido a la nada como en la actualidad. Uno se pregunta sobre la dinámica de paz que la delegación del Consejo de Seguridad estaba obligado a reforzar. Uno se pregunta sobre la naturaleza real del Estado de Derecho que aquella había venido a reforzar.

Esta situación penosa e indescriptible que conoce el país no es lo contrario del destino que le reservaba una agenda oculta de los comanditarios del proceso político y electoral, incluídos los trabajos de aproximación iniciados con el diálogo intercongoleño en Suráfica, ya en su primera fase de puesta en práctica con la fórmula 1+4. El Comité Internacional de Acompañamiento de la Transición (CIAT), compuesto en su mayoría por embajadores occidentales y presidido por W. Swing, jefe de la MONUC, que representaba a la Comunidad Internacional, en este caso al Consejo de Seguridad y la Unión Europea, tenía como misión garantizar el respeto del Acuerdo global e inclusivo, así como concretar los cinco objetivos esenciales asignados a la transición para despejar el terreno.

Estos objetivos fundamentales asignados a la transición eran particularmente:
1/ la pacificación del país y el restablecimiento de la autoridad del Estado sobre el conjunto del territorio nacional;
2/ la reconciliación nacional;
3/ la formación de un ejército nacional reestructurado e integrado;
4/ la organización de elecciones libres y transparentes a todos los niveles, permitiendo la puesta en marcha de un régimen constitucionalmente democrático, etc.

El Consejo de Seguridad y la Unión Europea habían preferido y alentado, por mediación de los diplomáticos del Comité Internacional de Acompañamiento de la Transición (CIAT), la organización de las elecciones mal que bien sin que los objetivos esenciales hayan sido cumplidos mientras ellos tenían el poder y los medios para ello. Objetivos cuya materialización debía sentar los fundamentos de una democracia y de un Estado de Derecho de un país en avería desde hace varias décadas.

Todos los problemas que surgen y se complican, por naturaleza comprometiendo la cohesión nacional y la integridad territorial, son debidos a la mala voluntad que se había anunciado para llevar a cabo los objetivos primordiales que fueron asignados a la transición. Finalmente, las elecciones han resultado ser un remedio peor que la enfermedad. Estábamos sorprendidos que los miembros del Consejo de Seguridad hayan hecho una escala en la RDC de 48 horas, se supone que para explorar las vías y los medios susceptibles de reforzar la dinámica de la paz y el Estado de Derecho.

¿Cómo podían ellos encontrar, según el contenido de su programa, que la paz y el Estado de derecho, que deberían ser resultados concretos y manifiestos del modelo de proceso político y electoral asumido por ellos, eran sin embargo débiles todavía y merecían ser consolidados, aunque el sistema esté a mitad de mandato? Ellos estaban de paso por la RDC para medir la temperatura de un desastre derivado de un trabajo hecho de manera chapucera bajo sus auspicios. Y se han marchado tal y como habían venido.

¿Qué vías y medios podemos todavía imaginar para realizar aquello que habíamos conscientemente olvidado de hacer durante la transición, que no sea empezar de nuevo? Pero ellos no tienen el coraje de enmendarse y reparar el mal que han hecho.

ean N’Saka wa N’Saka

Artículo tomado de www.pambazuka.org , el 22 de mayo de 2009

* Jean N’Saka wa N’Saka es un periodista independiente – este análisis se ha publicado en el diario Le Phare

Traducido por Xavi Castillejos Alsina, para Fundación Sur.

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