Progreso y «progresillos», por Alberto Eisman

28/11/2013 | Bitácora africana

Recuerdo un día en el que me contaron el caso de un remoto pueblo de Latinoamérica en cuyas casas no había agua corriente pero, maravillas del progreso, a ese mismo lugar llegaba religiosamente el camión de la Coca Cola. Era más fácil comprarse una botella de la bebida negra que ir hasta el pozo más cercano al pueblo, hacer cola y acarrear finalmente el agua a la casa.

Hay logros de desarrollo que cuestan decenas de años implementar y a veces estos tienen lugar después de largas luchas, de largos procesos de incidencia política y de prolijos proyectos de concienciación y de ejecución concreta del aspecto en cuestión. Que se lo digan si no a aquellos grupos surafricanos e indios que lucharon denostadamente para que las compañías farmacéuticas finalmente cedieran en el tema de los necesarios medicamentos antriretrovirales que necesitan tantos millones de personas seropositivas y de poco poder adquisitivo en el mundo. Costó lo suyo, y al final se consiguió.

Sin embargo, hay aspectos del desarrollo que crecen de manera súbita y sin apoyo alguno de oenegés o de planes quinquenales algunos. Algunos de estos brotes repentinos son positivos, pero otros – digámoslo claramente – lo son simplemente porque van unidos a una ganancia clara por parte de alguna de las partes implicadas.

En el aislado rincón de África donde vivo, acabo de darme cuenta que tenemos una nueva versión de la historia del agua y la Coca-Cola… en mi misma ciudad, en una zona donde aún en algunas partes no hay suministro eléctrico ni agua corriente… acaban de llegar las casas de apuestas que dependen de los resultados de las ligas internacionales de fútbol.

Esto ha sido un verdadero boom en todo el país, está arrasando en los lugares más insospechados y creo que no estoy equivocado si digo que se va a convertir en una verdadera plaga para las economías domésticas. Lo veo a pequeña escala en los casos que tengo a mi alrededor: uno va por la calle y de pronto se encuentra un tugurio completamente abarrotado de gente jovencísima, a veces alumbrado solamente por una sórdida bombilla, donde alguien con un ordenador o un teléfono móvil toma las apuestas y publica los resultados en listas que se cuelgan en las paredes. Una vez que se conocen los entresijos del sistema (solo hace falta un teléfono móvil si no se puede estar físicamente presente en la casa de apuestas) y en cuanto se han tenido algunas agradables experiencias de una apuesta recompensada con varias veces su valor… los usuarios (98% hombres, huelga decirlo), se embarcan con vorágine en un proceso de analizar partidos y resultados y comienzan a poner dinero en una u otra opción. Tales prácticas se expanden de manera casi exponencial (ya hay 65 empresas de apuestas) y van camino de convertirse en una nueva y peligrosa adicción. Como si el alcohol y las drogas no fueran ya una verdadera plaga social, ahora tenemos este fenómeno que va a afectar mucho la estabilidad de muchas familias y donde mayormente las mujeres son las que pagan las consecuencias últimas de los descarríos de sus legítimos.

En Uganda, este fenómeno ha surgido con la tácita complacencia del gobierno, el cual ha dado hasta ahora barra libre porque, claro, recibe sus muy suculentos impuestos de los más de dos millones de Euros que se están jugando en el periodo de un año. Pero ahora, parece ser que la presión para que regularice las casas de apuestas y ponga normas más estrictas de control y de protección de menores está creciendo y se va a ver obligados a poner orden porque las cosas se están desbocando. Hace pocos meses 70 estudiantes de la universidad de Makerere no pudieron graduarse porque habían utilizado todo el dinero que tenían para los documentos finales en apuestas. Se están dando casos también que jóvenes que delinquen sólo para poder seguir apostando, totalmente enganchados al sistema. Es sólo la punta del iceberg de un problema que viene agravado por la presencia cada vez más extendida de las nuevas tecnologías y las comunicaciones móviles. En otra entrada hace ya algún tiempo describíamos porqué el teléfono móvil había revolucionado para bien la sociedad africana… bueno, esto es otra cara mucho menos bonita de la misma moneda, es la cara fea del progreso…

Original en: En Clave de África

Autor

  • Alberto Eisman Torres. Jaén, 1966. Licenciado en Teología (Innsbruck, Austria) y máster universitario en Políticas de Desarrollo (Universidad del País Vasco). Lleva en África desde 1996. Primero estudió árabe clásico en El Cairo y luego árabe dialectal sudanés en Jartúm, capital de Sudán. Trabajó en diferentes regiones del Sudán como Misionero Comboniano hasta el 2002.

    Del 2003 al 2008 ha sido Director de País de Intermón Oxfam para Sudán, donde se ha encargado de la coordinación de proyectos y de la gestión de las oficinas de Intermón Oxfam en Nairobi y Wau (Sur de Sudán). Es un amante de los medios de comunicación social, durante cinco años ha sido colaborador semanal de Radio Exterior de España en su programa "África Hoy" y escribe también artículos de opinión y análisis en revistas españolas (Mundo Negro, Vida Nueva) y de África Oriental. Actualmente es director de Radio-Wa, una radio comunitaria auspiciada por la Iglesia Católica y ubicada en Lira (Norte de Uganda).

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