Después de dos semanas de vacaciones con mi familia en Madrid, el viernes 11 de marzo cojo el vuelo de regreso a Bangui. Al hacer la escala en Casablanca me encuentro con el cardenal Dieudonne Nzapalainga en la sala de espera y charlamos de su reciente visita a España, que recuerda con enorme agrado. Aprovecha para invitarme a la misa dominical en la parroquia de San Matías. Veo muchas personas que quieren acercarse a hablar con él y no quiero robarles su tiempo, por lo que me retiro discretamente. No estamos en ninguna sala VIP. Nzapalainga -que el día de su nombramiento se definió como “el cardenal de los pobres”- viaja en clase económica.
El domingo 13, a las seis y media de la mañana, salgo para San Matías. No tengo coche y sé que es una zona donde los taxistas aún no se atreven a ir. Camino a pie algo más de una hora, y al entrar en el tercer distrito atravieso barrios destruidos, en el último tramo de la Avenida de Francia. Al pasar el puente Camerounais oigo gente que me llama y veo a dos jóvenes de las milicias musulmanas de autodefensa a los que conozco. Tras acercarme a saludarles, sigo hasta el barrio Fondo, dodne hasta hace pocos meses no había una sola casa que no estuviera en ruinas. Sus habitantes, que pasaron los últimos tres años en el campo de desplazados, han vuelto durante los meses de diciembre y enero y reconstruyen pacientemente sus hogares, que fueron pasto de las llamas durante varios ataques de las milicias del Kilómetro Cinco. El lugar comienza a cobrar vida y surgen mercadillos a la orilla de caminos donde hasta hace poco daba miedo pasar. En una de las parcelas, los cristianos de San Matías han levantado una capilla provisional con palos y lonas y me encuentro con varios cientos de personas, entre las que me acomodo.
La parroquia de San Matías Mulumba lleva el nombre de uno de los mártires de Uganda. Su emplazamiento original está en una callejuela del enclave musulmán del Kilómetro Cinco. Cuando, a finales de 2013, la zona empezó a sufrir ataques de las milicias anti-balaka, los mismos jóvenes musulmanes se organizaron para proteger la parroquia. No obstante, al cabo de un par de meses la situación se hizo tan insoportable que los sus dos sacerdotes se marcharon de la casa parroquial y empezaron a acudir únicamente los domingos para atender a la minoría católica del barrio musulmán. Finalmente, ni siquiera este programa pastoral fue posible y al quedarse abandonada la iglesia, los milicianos convirtieron el recinto parroquial en un cementerio musulmán.
Además, el año pasado el cabecilla de un grupo bastante radical, apodado “Big Man” ocupó el interior del templo y establecío allí su base militar. Aunque los imanes del Kilómetro Cinco pidieron a Nzapalainga que volviera a abrir la iglesia y su escuela adyacente como signo de reconciliación entre las dos comunidades, Big Man se negó en redondo y al menos en dos ocasiones impidió de malas maneras -una vez incluso disparando al techo de la iglesia-que el Cardenal entrara en la parroquia para poner en marcha el `proyecto de rehabilitación. La archidiócesis de Bangui optó por evitar la confrontación y esperar tiempos mejores para no entrar en el juego de los que querían provocar otra oleada de violencia inter-religiosa.
Mientras tanto, los acontecimientos tomaron una deriva inesperada y a principios de febrero Big Man -cuyos milicianos atacaron también una iglesia bautista y llegaron a entrar a tiros en una clínica- murió abatido en un enfrentamiento con la policía centroafricana. Tras algunas semanas de tensión, las cosas parecieron calmarse y el Kilómetro Cinco ha vuelto a ser un lugar lleno de vida, con numerosas actividades comerciales que está siempre frecuentado por gentes de todos los rincones de la capital.
Mientras tanto, la archidiócesis de Bangui ha optado por reabrir la parroquia, pero dando pasos de forma prudente. Entendiendo que llevará su tiempo recuperar las instalaciones de la iglesia y que -entre otras cosas- habrá que encontrar un consenso para exhumar los cuerpos enterrados para darles sepultura en el cementerio musulmán, de momento los feligreses utilizarán la capilla provisional. Me decía el párroco que, aunque muchos de ellos al dejar el campo de desplazados se han instalado en barrios muy lejos de sus casas de antaño, el domingo siguen viniendo a la comunidad de San Matías, lugar que sigue siendo para ellos un punto de referencia y que tiene para ellos un enorme valor emocional.
Termina la misa, y antes de irme encuentro un momento para hablar con el cardenal Nzapalainga y comentarle que en la oficina de la ONU donde trabajo llevamos unos dos meses ayudando a que el comité de desplazados musulmanes dialogue con comités municipales de otros barrios para preparar su regreso a sus casas originales. Le cuento también que nos gustaría apoyar la reconstrucción, de forma simultánea, de una iglesia y una mezquita en las zonas conflictivas. “Ánimo y muchas gracias”, me contesta. “Procurad dar pasos yendo a su ritmo, sin pararos pero sin forzar las cosas”. Se despide con una gran sonrisa. Con un cardenal así, la Iglesia de Centroáfrica, que busca la paz, está segura de ir en la buena dirección.
Original en : en Clave de Áfrrica