El sol ya se levanta imponente, el cielo celeste, las nubes escasas y blanquecinas; abajo se aprecia el arrozal, topos y topos, enverdecido; otros ya amarillan. El viento sopla acariciando suavemente a los trabajadores del campo, camanejos y migrantes andinos, quienes han madrugado para empezar su labor. Más tarde, en San José y Chule, pueblos históricamente de ascendencia afro, se preparan para la celebración de los carnavales. Lo más esperado es el contrapunto de huachanacos. Es un día festivo. Hoy es Miércoles de ceniza.
9 DE MARZO
7 a.m.
Nos hemos levantado muy temprano, hay inquietud entre nosotras. Este es el día que tanto esperábamos. En casa de los Carazas, en San Jacinto, no hay otro comentario que no sea el relacionado con el carnaval, incluso la radio está encendida y se escucha al locutor anunciando la fiesta en San José, después se oye la voz de Augusto Aybar cantando unos huachanacos, para darle ambiente al día.
El tío Juan toma sereno su té, comenta cómo era la fiesta antes, levemente sonríe, en sus ojos hay un brillo curioso; mientras que la tía Elba escucha paciente, también sonríe, no le gustan las reuniones tumultuosas. Sobre la mesa hay queso y mantequilla local, unos panes de forma triangular y otros más redondos. La prima Bereniz y su hija Lizeth bromean ruidosamente; nosotras observamos y participamos de la conversación. Sí, es un día muy especial. La familia reunida a la mesa es el mejor recuerdo que uno puede llevarse consigo de Camaná.
Y en el fondo se escucha un huachanaco melodioso:
Dame un besito negrita
que quiero probar mi suerte
si el beso tiene sabor
tuyo seré hasta la muerte.
3:00 p.m.
Estamos llegando a Chule. Los vecinos ya están en las calles, hay un toldo y sillas a un lado. Algunos varones beben aguardiente, las mellizas (Pilar y Milagros Prado Noriega) preparan los últimos detalles de su repertorio de huachanacos en su casa, los niños corren de un lado a otro con chisgetes y esprais en las manos.
Nos dirigimos al final de la calle para ver al Ño Carnavalón, lo vemos parado, recostado sobre una pared. Luce un terno oscuro, una corbata, lleva una máscara de gorila. Es muy alto. Al lado, el burro que lo llevará de paseo hasta San José. En la casa, en el interior se encuentran las viudas. Nos llaman, entramos y cierran misteriosamente la puerta. El acceso es restringido. Los varones disfrazados de viudas muestran su mejor pose para las fotos. Risas y algarabía por doquier.
Afuera los vecinos están atentos para la salida de las viudas. Ellas provocan más risas y sorpresa. El policía chicotea a cualquiera que no mantenga el orden. Ya cerca del lugar de ceremonias, con alcalde incluido y demás autoridades, las viudas bailan, todo sonríen, otros graban y toman fotos. Se corona a la reina y se le coloca la banda al Ño Carnavalón. Todo es celebración.
Después partimos para San José. En las afueras de Chule y atravesando los arrozales, en medio del camino, se observa una comparsa extraña de gente que viene a pie con máscaras, serpentinas, gritando y cantando. Las viudas avistan unas «paisanas» y las persiguen; ellas arrojan tierra y piedras para huir de las bromistas.
5:00 p.m.
Al llegar a San José la algarabía colectiva se enciende más. Las primeras casas dejan entrever muchos curiosos, el encuentro con los vecinos se convierte en una guerra de espuma. La banda toca marineras y música andina, un huaino ensalza los corazones y en una de las calles todos bailan. Las viudas bromean, persiguen a los varones, los pintan y piden que les llenen sus carteras con dinero. De un balcón de una casa, la gente lanza caramelos y algunas monedas. Todos ríen. Una viuda muy coqueta abraza a un hombre, él trata de escapar pero ahora recibe un baño de espuma. Estamos entrando a la plaza. La guerra de espuma es más persistente. Casi nadie se salva. El público aprieta los esprais y chorrea la espuma por doquier. Sólo se nota cabecitas blancas. El desorden y la bulla es generalizada.
Ahora sí, los dos bandos frente a frente, se lanzan improperios, un jorobado de Chule alza los brazos amenazante; una viuda grotesca de San José responde mostrando las posaderas. Todos celebran. El maestro de ceremonias se impone en el micrófono y anuncia a las autoridades, las reinas y demás. Todos quieren que empiece la competencia. La policía local no puede contener el entusiasmo carnavalesco de los participantes. Por fin, se da paso al contrapunto. Empieza Chule y responde San José. Cada bando grita, aúlla, aplaude, celebra y baila. Los huachanacos se siguen uno a uno, a veces más hirientes, directos, con nombre propio; otros son más burlescos y risibles. El público delira con cada tonada.
Enseguida pasamos al baile de viudas. Son siete en competencia. Cada una más despampanante que la anterior, más horrosa con su máscara y sus encantos toscos. La música apenas se escucha con tanto barullo, mientras que las viudas se deshacen en movimientos, son cuerpos que en un ritmo frenético tratan de ganar la aceptación del público. Las viudas no siempre vestidas de negro, bailan y enfrentan a la otra, cada una quiere moverse más, de manera descontrolada. El público enrojece de tanto reír, aplaude y corea la canción.
Después es el turno de las reinas, la de San José tiene mejor movimiento de caderas que la de Chule, y para concluir la competencia de baile del Ño Carnavalón de cada pueblo. Un vecino carga al «caballero» y lo mueve lo mejor que puede. El de San José ha perdido una bota y algunas pajas quedan regadas en la pista, que se confunden con papelitos de colores y serpentinas. Todos abuchean.
La celebración está llegando a su fin. Es el momento de la lectura de los testamentos. Empieza San José y no convence a los oyentes; en cambio, el de Chule provoca risas y más alagarabía. No hay duda que Chule ha vencido una vez más.
Atardece, las luces del parque se encienden, la gente se dispersa, los bandos de cantores y viudas inician una última guerra de espumas. La música se eleva hasta el cielo, el dulce olor de los bollos tienta a algunos, los niños corretean y gritan persiguiéndose entre ellos, los vecinos reconocen a familiares y amigos del otro pueblo. Se saludan y abrazan. Es una multitud felizmente excitada. Sólo observo rostros alegres, serpentinas de colores, cabezas espumosas y al Ño Carnavalón de Chule que regresa montando en el burro. Una comparsa embriagada lo sigue. La noche ha llegado y las estrellas son muy brillantes en el cielo limpio. Mañana será un día caluroso.