Se entiende por transición energética el paso de una situación de contaminación por combustibles fósiles a otra en la que predomina el consumo de energías renovables y una economía verde y baja en carbono. Pues bien, cada vez con mayor frecuencia se habla de una transición energética justa en África. Por varias razones.
La primera se basa en que la justicia ecológica debe considerar que las emisiones contaminantes pasadas se tengan en cuenta en las trayectorias ambientales futuras. En este caso, África estaría caracterizada por una baja acumulación histórica de emisiones y, en consecuencia, por un mayor espacio contaminante futuro (de carbono) para expandir su economía.
La segunda razón se refiere a que a África, en el periodo 2016-2019, se le concedieron diez veces menos créditos para contaminar que los que le correspondían por su volumen de población. La comunidad internacional está en deuda con el continente. Se necesita buscar un equilibrio justo en el que los créditos de carbono de África le permitan aumentar en una primera fase sus emisiones y establecer un horizonte temporal adecuado para compatibilizar los objetivos de desarrollo con los de la lucha contra el cambio climático.
Si se tiene en cuenta el precio internacional del carbón -la fuente de energía más contaminante- y el coste social medio del carbono por tonelada de CO2, se puede mostrar que las regiones emergentes y en desarrollo (por ejemplo, África) poseen créditos de carbono, mientras que las regiones desarrolladas y China exhiben deudas de carbono. Los créditos de carbono per cápita estimados de África se sitúan entre 1.000 y 1.600 dólares, que son las cantidades debidas en promedio a una persona en África. Por el contrario, en Estados Unidos de América, el país que tiene una mayor deuda con el resto del mundo, ésta alcanza en promedio entre 15.000 y 27.000 dólares por persona, que representan los importes que cada ciudadano estadounidense debe pagar para eliminar las deudas por contaminación que ha contraído el país.
La tercera razón consiste en que no sólo las emisiones de carbono (CO2) actuales de África son extremadamente bajas, sino también los aumentos futuros de consumo de gas para generar energía ocasionarán emisiones de gases de efecto invernadero relativamente reducidas. Ese fenómeno es de especial trascendencia: África podría utilizar gas disponible en sus yacimientos para impulsar su industrialización, sin graves efectos para el calentamiento climático.
La cuarta razón alude al hecho de que África podría producir un mayor volumen de tecnologías verdes, crear millones de puestos de trabajo en esos sectores y tener un mayor acceso a la electricidad. En realidad, las energías renovables son la generación más barata entre las opciones de África. Los costos de la energía fotovoltaica han disminuido en casi un 90 % desde 2010, los de la energía eólica han caído a un rango de costes similar y el de la electricidad está experimentando una fuerte tendencia a la baja.
Finalmente, el potencial de las «carteras de energía limpia” para África es muy prometedor, pero depende en gran medida de que exista suficiente financiación inicial.
Por lo tanto, alcanzar altas proporciones de energía solar y eólica requiere que los gobiernos de los países africanos se comprometan firmemente en materia política y que sean apoyados decisivamente en términos financieros por la comunidad internacional y el sector privado.
José María Mella Marques
[CIDAF-UCM]