En una época en la que las mujeres encuentran su voz contra la injusticia, es hora de que las africanas pregunten: «¿Por qué no a mí también?»
La abogada y activista por los derechos de las mujeres Cherie Blair se detuvo frente a un centenar de personas, muchas de ellas estudiantes, en un evento de liderazgo en Londres este mismo año y afirmó que «La primera experiencia sexual de la mayoría de las mujeres africanas es la violación».
Las declaraciones provenientes de la esposa de un ex primer ministro británico, Tony Blair, reflejan una infestación psicológica preocupante y acentuada, que todavía existe incluso dentro de nuestra sociedad global iluminada. Son mucho más profundas que un mero asalto a la efectividad del movimiento #MeToo (“Yo también”).
El movimiento #MeToo nació en octubre de 2017 con el objetivo de denunciar el acoso y la agresión sexual, como consecuencia de las acusaciones de abuso sexual contra Harvey Weinstein, productor cinematográfico y ejecutivo estadounidense. Ha sido una fuerza inspiradora para iluminar la desigualdad en todo el mundo. Pero también es, fundamentalmente, occidental. Y tal vez como era de esperar para una conversación que ha crecido orgánicamente en torno a una colección de ética en línea, corre el riesgo de presentar otros problemas.
La incongruencia aquí es que la Fundación Cherie Blair para Mujeres (Cherie Blair Foundation for Women) realiza un enorme trabajo por la igualdad en todo el mundo. Ayuda a llevar la inversión, la tutoría y el desarrollo a las comunidades, incluidos los países de África. Pero, esta encomiable labor también la llevaron a cabo los misioneros durante la época colonial. Y ahí radica el problema, el conflicto y la contradicción.
Si cada mujer africana es intrínsecamente una víctima y cada hombre africano, a su vez, un depredador sexualmente agresivo, es decir, un violador, ¿cómo podemos desafiar un conjunto predeterminado de resultados pseudocientíficos?
Al reforzar los estereotipos tradicionales sobre el continente africano de esta manera, avanzamos de alguna forma, hacia la normalización de la idea de tal comportamiento en una población de 1.200 millones de personas y eso hace que resulte más complicado desafiar esa conducta.
Fuente: Aljazeera
[Traducción y edición, Gloria Cuesta Noguerales]
[Fundación Sur]
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