Puede que se trate de búsqueda de dinero u oportunidades de empleo lo que impulsa a los ugandeses al país más joven pero más violento del mundo, pero emigrar a Sudán del Sur es algo para reflexionar.
Pero más allá de esto está la gran pregunta. ¿Qué es lo que ha atraído a tantas personas, de distintos países para arriesgar sus vidas en un país conocido por ser un pueblo inmerso en conflictos tribales? Sudán del Sur, hablando sinceramente, no puede hacer crecer su economía, la gobernabilidad, la paz y la seguridad en sí mismo. Tiene que ser ayudado. Tal vez esto ayude a explicar el por qué. En el puesto fronterizo de Oraba, flotas de camiones se adentran en el país, todos los días, con un ingentes cantidades de mercancías, combustible, materiales de construcción y una gran variedad de alimentos. Se apilan pacientemente en largas colas a la espera de poder entrar.
El país, al igual que muchos otros que han sobrevivido a la guerra, tiene grandes oportunidades y el riesgo podría valer la pena en una región perseguida por el desempleo y un crecimiento prácticamente nulo.
Uganda, por ejemplo, tiene una tasa de desempleo de más del 64%. Kenia, según la Oficina de Estadísticas de Kenia, pone su tasa de desempleo en el 40%. En Etiopía, el desempleo está por encima del 35% y las cifras no son mejores en otros países dentro de la región. Esto, a pesar de la alta tasa de riesgos, explica por qué muchos buscan un hogar en Sudán del Sur.
Todo en Sudán del Sur parece tan virgen, sin embargo su naturaleza violenta amenaza incluso las pequeñas ganancias obtenidas día a día. Los propietarios de automóviles cuentan la historia mejor, ya que ellos han cosechado ganancias enormes en el sector del transporte.
Antes de la violencia, Hamid Salim, un taxista, ganaba al menos Shs 250,000 por un viaje desde Arua a través de Koboko a Yei. Este ya no es el caso. Las ganancias han disminuido drásticamente ya que los pasajeros se mantienen alejados de la violencia persistente en Sudán del Sur.
Para las personas como Hamid, que habían optado por el riesgo de obtener unos ingresos y «seguramente si no fuera por el desempleo, nos cuenta: » no sacrificaré mi vida para conducir a Sudán del Sur. Le pueden arrestar en cualquier momento y la violencia contra los extranjeros está el orden del día».
La ilegalidad, al menos de acuerdo con aquellos que han vivido o trabajado en el país, es “la regla del pulgar”, que se caracteriza por individuos con armas de fuego, sentimientos tribales y odio a cualquier sospechoso de ser extranjero.
Ben Chandiga, un médico ugandés, murió el pasado viernes y se sospecha, que algunas personas que se sienten privadas de todo, apuntan a los extranjeros para resolver los conflictos que vienen de lejos. Asesinatos, especialmente aquellos dirigidos contra los extranjeros, en estos últimos cinco años se han convertido en una constante. Pero las cifras de los muertos de este tipo siguen siendo poco claras.
En 2013, Ayub Abas, de 35 años, residente de la ciudad de Arua, recibió un disparo en la cabeza. Murió a causa de las heridas de bala en un centro de salud en Juba.
En ese momento, Abas Akuma, el padre del fallecido, señaló que la pobreza y el desempleo habían conducido a su hijo a Sudán del Sur porque «no tenía medios aquí (Uganda)”. «Él era el único sostén de la familia y nos enviaba apoyo financiero», señala Akuma que no espera encontrar justicia.
Sus parientes, a los que utiliza para ayudar con los gastos escolares y alimentos, no tienen ninguna esperanza. Su mujer tiene que criar a sus tres hijos, sin un trabajo o una fuente confiable de ingresos.
Así es Sudán del Sur, un país donde las oportunidades son abundantes, pero en un entorno volátil, muy, muy volátil.
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Fundación Sur