Por fin se desatan las lenguas

15/10/2018 | Opinión

Ya que en la Iglesia cardenales y obispos hablan (¿demasiado?) de ciertos temas, también las mujeres tienen que hacerlo (¡finalmente!). “Para el Vaticano, las mujeres no existen”. “¿La pedofilia? Todavía la Iglesia no ha respondido a la revolución sexual”. “Muchos sacerdotes están convencidos de que la castidad reprime y produce neurosis, y que todo está permitido para curarla”. “¿No cree que hay bastantes sacerdotes homosexuales? Sí, muchos se hacen sacerdotes por miedo a enfrentarse a la mujer”. Así se expresaba, respondiendo a Stefano Lorenzetto (Il Corriere della Sera 7/09/2018) Lucetta Scaraffia, “directora” (según Il Corriere) del suplemento mensual del Osservatore Romano “Donne Chiesa Mondo”, del que Vida Nueva ofrece la versión española. Dado el lenguaje a veces alambicado de algunos comunicados vaticanos, lo de “directora” tiene su intríngulis. Cuando en junio de 2016, la sección “Donne Chiese Mondo” (iniciada en 2012) se convirtió en un suplemento de cuarenta páginas, Lucetta Scaraffia fue presentada como su “coordinadora”. De ahí la respuesta a la pregunta de Lorenzetto “¿Quién se encarga de la ortodoxia del suplemento?”: “Todos y nadie. Hasta hay en el Vaticano quienes pretenden no leerlo. No figuro en el Anuario Pontificio. Mi confesor jesuita me ha animado: Mejor así. Si el tuyo fuera un cargo institucional intentarían mangártelo”. “¿Pero al menos le pagan?” “Sólo por los artículos que escribo”.

El que Lucetta Scaraffia hable así, indica que algo está cambiando rápidamente durante el papado de Francisco, que, por cierto, hizo abiertamente propaganda de “Dall’ultimo banco: La Chiesa, le donne, il sinodo” (en castellano “Desde el último banco”) que Scaraffia publicó en 2016. Algo está cambiando… y ¡ya era hora!

religiosas_africanas.jpgEn 1994 la hermana Maura O’Donohue (Medical Missionaries of Mary), en un memorándum sobre el sida en África enviado a la Congregación romana para los religiosos, mencionó el caso de algún sacerdote que, por miedo al contagio, prefería acostarse con monjas. Cuatro años más tarde la hermana blanca Marie McDonald presentó a los delegados de superiores generales en Roma otro memorándum sobre el acoso sexual a religiosas, siempre en África, por parte de sacerdotes y obispos. Pasado un tiempo, el nigeriano Elochukwu Uzukwu, misionero espiritano, admitió la realidad de lo escrito, aunque criticaba lo que él consideraba “paternalismo” del memorándum hacia los africanos. Han seguido 10 años de silencio institucional. Una pequeña y poco aireada interrupción fue la carta del sacerdote ugandés Anthony Musaala, publicada en marzo de 2013 por el Daily Mirror de Kampala, que comenzaba así: “Es un secreto a voces que muchos sacerdotes y obispos católicos, en Uganda y en otros países, no están viviendo el celibato”. Musaala fue suspendido “a divinis” por su arzobispo Cyprian Kizito Lwanga que pretendió que estaba aplicando con ello el Derecho Canónico, canon 1314.

Este año, en el número de marzo de Donne Chiesa Mondo, Marie-Lucile Kubacki, corresponsal en Roma del semanario católico francés La Vie, publicó un artículo sobre el trabajo de las religiosas: “El trabajo (casi) gratuito de las monjas. Las religiosas son vistas como meras voluntarias, lo que da lugar a auténticos abusos de poder”. Kubacki aludía a las relaciones humillantes a las que se ven sometidas algunas religiosas, y a la incapacidad de la institución para utilizar los inmensos recursos intelectuales y humanos de las mismas. La palabra se estaba liberando. No se mencionaban los abusos sexuales. Eso llegaría cuatro meses más tarde.

El 28 de julio, Associated Press (AP) publicó una nota firmada por Nicole Winfield and Rodney Muhumuza. Tras mencionar el caso de una religiosa violada por un sacerdote italiano, añadían: “Las investigaciones de AP ha mostrado que se han dado casos [de abuso sexual de religiosas por algunos clérigos] en Europa, África, América del Sur y Asia”. Y citaba a Karlijn Demasure, profesor en la Universidad Gregoriana y Director ejecutivo del Centro para la Protección de los Niños, de dicha universidad: “Me entristece que esto haya tardado tanto en airearse, porque hace tiempo que existían informes”. Dos días más tarde se daba a conocer una nota de la LCWR (Leadership Conference of Women Religious), que representa al 80% de las religiosas norteamericanas, pidiendo a sus miembros que denuncien todo abuso sexual de religiosas por parte del clero. Y el 31 de julio el periódico católico francés La Croix mencionaba también los abusos sufridos por religiosas chilenas por parte de sacerdotes, obispos y otras monjas, y cómo seis de ellas habían denunciado en la televisión nacional la inacción de sus superioras.

¿Las causas profundas de los abusos? Puede que el celibato impuesto a la inmensa mayoría de los sacerdotes de rito latino contribuya a alimentar el caldo de cultivo en el que surgen los abusos, pero no es el factor principal. De hecho, durante el mes de agosto la prensa norteamericana comentó los abusos cometidos por pastores evangélicos. “Las iglesias necesitan arrepentirse y cortar con esos horrores”, confesaba a la AP Boz Tchividjian, nieto del famoso predicador Billy Graham. Susan Rakoczy, del Jesuit Institute of South Africa, escribiendo para Spotlight-Africa el 28 de agosto, atribuía la raíz de los abusos a ese “clericalismo” cuya crítica ha puesto de moda el papa Francisco. Sólo que en las iglesias cristianas se trata de un clericalismo patriarcal. Y, al menos en África, patriarcado y clericalismo se autoalimentan. “El clericalismo actúa de acuerdo con el patriarcado. El sacerdote tiene poder. El obispo tiene poder. Ambos tienen recursos económicos que las religiosas no tienen. Así que cuando un sacerdote viola a una religiosa lo hace porque tiene poder”. ¿Hasta cuándo?

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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