Pistorius, prótesis y pistolas (I), por Rafael Muñoz Abad – Centro de estudios africanos de la ULL

26/02/2013 | Bitácora africana

Pistorius es mucho más que un personaje mediático de la sofisticada farándula sudafricana. Un producto de modernidad en una tierra donde los contrastes son brutales. Su biónica figura, respalda una imagen de superación y lucha en un país donde las cicatrices del pasado aún supuran dolor. Un atleta amputado y olímpico, que patrocinado por multinacionales, se ha convertido en una de las más poderosas iconografías publicitarias de la nueva y renacida Sudáfrica. La sociedad afrikáner ya no es aquel reducto de biblias, escopetas y puritanismo; incluso en los años duros del apartheid, las playas de Durban eran una pequeña California repleta de bikinis y tablas de surf; lo que popularmente se conocía como el afrikáner costero. A día de hoy, los jóvenes de la clase media alta viven sumidos en un culto al cuerpo y la imagen. Lejos de igualar a su sociedad, el fuerte y sostenido crecimiento de la economía sudafricana ha hecho más ricos a los blancos, ha creado una clase media negra que aún debe consolidarse, y ha producido negros millonarios con modales de blancos. Lo acontecido con Pistorius y su novia sólo lo sabe él, Dios y tal vez el difunto Paulus Kruger; por eso de que este [ultimo] murió presumiendo de solamente haber leído la Biblia. Sudáfrica presenta paralelismos con los EEUU. Ambas sociedades brotan del pensamiento de última frontera; donde los valores cristianos están muy presentes; creen en la cultura de las armas; y las cifras de homicidios son realmente alarmantes. Esto es simple: que un negro asesine a su esposa no es noticia; está a la orden del día en cualquier township [extrarradio] de Johannesburgo; que lo haga un blanco acomodado, ya es algo que conmociona a la sociedad; y que lo haga uno de los héroes deportivos del país, un filón para la prensa sensacionalista. El otro frente, será comprobar el grado de “igualdad” que el renovado sistema judicial sudafricano, jurisprudenciado y versado en torno a la resolución de la violencia y la teatralización del apartheid, herencia de años de represión, ofrece para un caso tan mediático; sólo faltaría un fiscal negro.

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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