Pistorius, prótesis y pistola (II), por Rafael Muñoz Abad – Centro de estudios africanos de la ULL.

6/03/2013 | Bitácora africana

El Cape Times, que viene a ser algo así como El País de Sudáfrica, abría bajo el siguiente titular: El caso Pistorious examinará al sistema judicial sudafricano ante el mundo. La vista, que será la más mediática desde los sumarios de la Comisión para la Reconciliación y la Verdad, cuyo objetivo era devolver la dignidad a las miles de víctimas del apartheid a través del arrepentimiento público [sin carga penal] de aquellos que las perpetraron. En su inmensa mayoría, blancos del grupo afrikáner. El renovado edificio judicial sudafricano se cimienta bajo uno de los textos constitucionales más vanguardistas, ya no sólo de Africa, sino del mundo occidental. Un sistema cuyo principal cliente no ha cambiado en décadas: la violencia civil. La “justicia” del apartheid era un viejo damero en blanco y negro cuya vil virtud residía en un entramado que sólo era garantista para las casillas blancas. El juicio se ha convertido en un serial que mantiene a los sudafricanos de todos los colores absortos ante la televisión. El reparto sienta en el banquillo a un blanco acaudalado; un héroe nacional acusado de coser a tiros su [igualmente] popular novia. La calle negra más escéptica, a pesar de que el magistrado, Desmond Nair, sea un negro, declara que se trata de un asunto entre whites ricos que demostrará que nada ha cambiado. El proceso Pistorius, que ya genera ríos de tinta y acabará en el cine, más allá de ser una prueba que mida el grado de equidad del poder judicial, se enfrenta a la herencia de un pasado aún reciente y en muchos casos, todavía presente. Y es que la fianza de un millón de Rands impuesta al atleta, viene a demostrar que este, está lejos de ser un delincuente común. Pistorius, que no sólo se enfrenta a los cargos de asesinato, sino a la poderosa inercia fractal del complejo trasfondo cultural e histórico de una sociedad extremadamente heterogénea cuyas barreras sociales aún son una realidad de facto, puede convertirse [paradójicamente] en la mejor campaña publicitaria para demostrar que todos los sudafricanos son iguales ante la ley.

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Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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