Píldoras venenosas, por Ramón Echeverría

23/03/2023 | Bitácora africana

cuadernos_medicamentos_2013-2.jpgHan pasado casi 23 años, y poco parece que haya cambiado. El 10 de agosto de 2010, la agencia católica Fides alertaba: “África – Más de 700.000 personas víctimas de medicamentos falsificados cada año, en gran parte africanos”. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estimaba entonces que estaban falsificados hasta el 30 % de los medicamentos a la venta en muchos países africanos. Y eran de calidad inferior casi la mitad de los medicamentos vendidos en Angola, Burundi y el Congo. En noviembre de ese mismo año tuvo lugar en Bolgatanga, en el norte de Ghana, la 8ª Conferencia Nacional Anual de los Servicios Católicos de Salud (NCHS). En ella, los líderes religiosos se comprometieron a luchar para que disminuyeran las tasas de mortalidad infantil. De cada 1000 niños ghaneses menores de cinco años, morían entonces 110, el 11 % (En 2020 eran 45, el 4,5 %). El factor más importante de esa mortalidad era la malaria. Y entre los medicamentos falsificados, los más vendidos en África y el sudeste asiático, donde la malaria es generalizada, eran precisamente los utilizados contra esa enfermedad. El fenómeno era de tal amplitud que el 2 de septiembre The Economist le dedicó un artículo: “Medicamentos falsificados: píldoras venenosas”. En casi todo el mundo, explicaba el artículo, los traficantes de heroína o cocaína se exponen a penas severas. Pero no así, al menos por el momento, si se trata del contrabando de medicamentos falsificados, un delito que algunos gobiernos consideran “trivial” con respecto a otros problemas más serios. The Economist mencionaba sin embargo cómo la Iglesia Católica se había posicionado en contra de la falsificación de medicamentos.

Al parecer, hace 23 años, las cosas estaban cambiando. Las empresas farmacéuticas se quejaban. Tal vez porque el negocio de las falsificaciones estaban aflorando también en los países desarrollados. En las cadenas legítimas de distribución de 44 países, Pfizer, por ejemplo, había detectado versiones falsas de veinte de sus productos. Un estudio financiado por la misma Pfizer concluía que casi una quinta parte de los europeos encuestados en 14 países habían obtenido medicamentos a través de canales ilícitos. Eso, según la firma, creaba en la UE un mercado opaco de más de 10 mil millones de euros. Terry Hisey, de Deloitte, una consultora, estimaba que el mercado global de falsificaciones podía valer entre 75.000 y 200.000 millones de dólares al año. Difícil de cuantificar el cuanto puede mover en África el mercado de las medicinas falsificadas. En 2010, la ONU estimaba que aproximadamente la mitad de los medicamentos contra la malaria vendidos en África, con un valor de unos 438 millones de dólares al año, eran falsificaciones.

23 años más tarde, los productos médicos traficados matan a casi medio millón de africanos subsaharianos cada año, y se necesitan medidas para detener el flujo, afirma la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) en su nuevo informe de evaluación de amenazas el 31 de enero. Hasta 267.000 muertes por año están relacionadas con medicamentos antipalúdicos falsificados y de calidad inferior. Y hasta 169.271 están relacionadas con antibióticos falsificados y de calidad inferior utilizados para tratar la neumonía grave en niños. Además el tráfico de estos productos también está teniendo un costo económico directo en los países afectados. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que atender a las personas que han utilizado productos médicos falsificados o de calidad inferior para el tratamiento de la malaria en el África subsahariana cuesta entre 12 y 44,7 millones de dólares cada año.

El informe de UNODC menciona explícitamente África Occidental, en donde, entre enero de 2017 y diciembre de 2021 se incautaron más de 605 toneladas de productos médicos. Según UNODC, las investigaciones han descubierto que son múltiples los actores involucrados en el comercio ilícito de productos médicos: empleados de compañías farmacéuticas, funcionarios públicos, funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, trabajadores de agencias de salud, vendedores ambulantes… Y no es porque las autoridades no se estén esforzando. La Unión Africana estableció la iniciativa Africana de Armonización de la Reglamentación de Medicamentos en 2009 para mejorar el acceso a medicamentos seguros y asequibles. También todos los países del Sahel, excepto Mauritania, han ratificado un tratado para el establecimiento de la Agencia Africana de Medicamentos. Togo, pionero en ese esfuerzo, modificó en 2015 la legislación de manera que los traficantes pueden ser castigados con 20 años de prisión más una multa de 75.000 euros. El pasado enero se reunieron en Lomé los presidentes de siete países -la República del Congo, Gambia, Ghana, Níger, Senegal, Togo y Uganda, y firmaron un acuerdo para criminalizar el tráfico de drogas falsas. También las fuerzas de seguridad parece que estén actuando con mayor contundencia. En el mercado de Adjegounle, Cotonou, Benín, consiguieron desmantelar un centro de distribución para el gigante nigeriano. En Costa de Marfil quemaron 67 toneladas de medicinas falsificadas.

Pero como explica el Doctor Innocent Kounde Kpeto, presidente de la asociación de farmacéuticos de Togo, hacer que desaparezcan los fármacos falsificados parece casi imposible. En la calle, los fármacos traficados cuestan una pequeñísima fracción de los que llegan a las farmacias a través de los canales oficiales. Además es muy difícil rastrear el origen de los fármacos falsos. Se habla de China e India, y hasta de Rusia. Y los países mencionados en las cajas, a menudo no son realmente los países donde los fármacos se han fabricado. Los fabricantes saben cubrir bien sus huellas para impedir ser identificados.

Ramón Echeverría

[CIDAF-UCM]

Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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