Son terroristas. Algunos se han encerrado en sus casas, otros se han escondido en el desierto. Insultos, amenazas, golpes, caza, robos, los africanos residentes en Libia son relacionados con los “mercenarios de Gadaffi y abandonan todo para poder salvar el pellejo.
Cissé Ousmane, costa-marfileño de 31 años, veía la televisión en su casa de Zouara, al oeste de Libia, cuando “los libios” aparecieron. Llamaron a la puerta con golpes, de forma reiterada, eran las dos de la mañana. Querían entrar a la fuerza. Dijeron: ¡Salid, os vamos a matar, sois negros, extranjeros, marchaos!
Señala la puerta blindada y las rejas de las ventanas que los han salvado, a él y a su familia. Casas de nigerianos han sido quemadas, comenta, y esa noche estaba seguro de que negro que saliese, moriría.
Dos horas más tarde huyeron en plena noche hasta llegar a Ras Jedir, paso fronterizo entre Libia y Tunez.
Todos los testimonios de los africanos que llegan desde Libia a Ras Jedir en los últimos días se repiten por su semejanza. Ellos son de Mali, Sudán, Chad, o Ghana, habían venido a Libia para tener un empleo bien pagado, ayudar a los parientes que quedaban en los países de origen, instalarse y después traer a la familia .
Yo ganaba aproximadamente el doble que en Sudán, explica Moussa, un obrero sudanés de 33 años, que huyó con sus cuatro hijos. “Invitados” a venir a Libia durante años por el pan-africano Mouammar Gaddafi, estos emigrantes han sido de forma habitual víctimas de racismo.
Pero su vida ha basculado completamente con la revolución libia: la más feroz de las represiones se ha llevado a cabo a causa de los “mercenarios africanos” del líder libio, que según númerosos testigos los describen como “negros que disparan a la multitud sin previo aviso”
En las ciudades “liberadas”, la caza de africanos dio comienzo, insultos, golpes, extorsiones o la violación, denuncian los africanos preguntados.
“Los libios nos acusan de ser milicianos de Gaddafi, mercenarios africanos”, comenta Mohamed Ali, ingeniero sudanés de 40 años, que viene de Zawiyah. “Nosotros no somos más que simples obreros”, se indigna Said Moussa, malinense de 42 años, empleado en una compañía china en Tiji, en el oeste de Libia. Cuenta que cuando los chinos se fueron, los libios del pueblo nos cayeron encima. Nos han agredido y se han llevado todo lo nuestro.
En Zouara, “los civiles querían matarnos, han golpeado a muchos de nosotros. Para mí, se portaron como animales”, espeta Abdel Ahmed, obrero ghanés de 25 años. “Nos han echado de nuestras casas, nos han robado todo, han causado problemas a las mujeres”, cuenta otro de forma anónima. Un comerciante sudanés de 20 años, procedente de la misma ciudad, dice que estaba tan asustado que ha estado dos días escondido en el desierto.
Todos tienen una historia que contar, pero están aterrorizados. En el puesto fronterizo, no se mezclan con los demás. Cuando se les pregunta por lo que han visto, a menudo la conversación se interrumpe: “No cuentes lo que ha pasado allá, di que no hay problemas” responden airados los compatriotas por temor a represalias.
La llegada a Ras Jedir ha sido dura. Millares de egipcios, bangladeshes o africanos se amontonan al sol, en refugios improvisados, tiendas o hangares a la espera de ser repatriados. La incertidumbre para poder regresar dura días.
Para rehacer su vida después de años en Libia prácticamente no llevan nada. Said Moussa muestra una pequeña maleta: “Esto es todo lo que me queda después de dos años en Libia. Todo lo que pido a Dios es regresar a mi país”.
Cissé Ousmane cuenta que se ha ido con su mujer tunecina a Túnez. Se las ha arreglado para transportar un frigorífico y una lavadora para venderlos. Después de cuatro años en Libia “hay que empezar de cero, no sabemos qué pasará con la casa, nada”.
(E Beninois, 04-03-11)
Traducido por Juan Carlos Solís Santander.