Patriarcado: aún le queda vida

19/02/2018 | Opinión

No hay un solo medio de comunicación que no haya mencionado estos días la campaña #MeToo contra el acoso sexual. Nueva York se ha querellado contra el productor de Hollywood Harvey Weinstein, porque no defendió a sus empleadas de un acoso sexual generalizado. Amazon ha decidido que el actor Jeffrey Tambor, acusado de acoso sexual, no siga actuando en la serie “Transparent”.

Las acusaciones de acoso están tocando también a ONGs y agrupaciones religiosas. “El huracán Harvey ataca a la industria de la ayuda”, titulaba The Economist refiriéndose a los “santos y pecadores de Oxfam”, después de que la famosa ONG admitiera los abusos de algunos de sus voluntarios en Haití y Médicos sin Fronteras reconociera 24 casos de abusos de acoso o abuso sexual en 2017 entre sus 40.000 empleados. Varios periódicos en castellano (y también la radio francesa RFI y el Daily Pakistan Global) han comentado la aparición del hashtag #MosqueMeToo. Lo ha iniciado Mona Eltahawi, periodista y escritora egipcia-estadounidense, tras haber leído en Facebook las declaraciones de la joven pakistaní Sabica Khan, acosada sexualmente cuando tenía 15 años durante el “tawwaf”, la procesión alrededor de la Kaaba durante la peregrinación a La Meca. Tras ese incidente y queriendo ocultar su cuerpo Sabika llevó durante nueve años el hijab (velo), lo que no impidió el que la tocaran y pellizcaran en múltiples ocasiones. La primera vez que se le ocurrió mencionarlo fue en El Cairo. Y una señora le aconsejó que no hablara de ello porque “dañaría la imagen de los musulmanes”. Fue en 2013 cuando se decidió a contar su historia abiertamente en un programa de televisión egipcio.

Sabika Khan fue acosada en 1982. Doce años más tarde, la misionera norteamericana Maura O’Donohue escribió un memorándum confidencial que presentó a la Congregación romana para los religiosos sobre puntos que habría que tener en cuenta en África ante la pandemia del HIV/Sida. Se trataba ante todo de analizar la situación para poder prestar ayuda a los afectados. En ese contexto, aparecían en el memorándum algunos datos que tienen que ver directa o indirectamente con la cuestión del acoso sexual en los ambientes religiosos. O’Donehue afirmaba que en cierta diócesis africana el 13% del clero local estaba contagiado (varios habían muerto). También mencionaba casos de religiosas que trabajaban en la enseñanza y habían sido acosadas por maestros y profesores que las consideradas “no infectadas” (“safe”). Y al parecer se había dado el caso de algún sacerdote que había pedido a una superiora que le dejara alguna monja, para no tener que ir a la ciudad y ser contagiado por una prostituta…

metoo.jpg“El problema del abuso sexual de religiosas africanas en África y en Roma” fue el título de otro memorándum confidencial redactado en 1998, presentado esta vez al “Comité de los 16” (delegados de los superiores generales de las congregaciones presentes en Roma) por la hermana blanca Marie Mc Donald. Mc Donald es extremadamente explícita al describir el problema: “Parece que se da a menudo [allegedly common] el acoso sexual de religiosas por sacerdotes y obispos. A veces si la religiosa queda encinta, el sacerdote insiste para que aborte. Generalmente la hermana es expulsada de su congregación mientras que el sacerdote es nombrado a otra parroquia o enviado a estudiar…”.

En un artículo aparecido en African Scribe en mayo de 2001, el nigeriano Elochukwu Uzukwu, misionero espiritano y apreciado teólogo en Estados Unidos, reaccionó a los memorándums de Maura O’Donehue y Mary Mc Donald. Dándoles razón: “Un excesivo poder clerical y un gobierno autocrático a niveles impensados en las tradiciones africanas no debieran ser utilizados para explotar a quienes colaboran en el difícil ministerio de curar y dar testimonio”. Pero disociándose también de las generalizaciones y de las maneras un tanto paternalistas de las dos religiosas americanas: “Hay que oponerse a la explotación de nuestras religiosas que militan por la liberación de la sociedad africana. Pero por motivos justos… Porque es totalmente erróneo afirmar que en muchas culturas africanas la mujer no puede decir no a un hombre, sea éste una persona mayor o un sacerdote”. A veces los extremos se tocan, y en esto último Uzukwu coincide con Anne Schlafly Cori, del movimiento “Eagle Forum” (defensores de la nación norteamericana, sus fronteras, su constitución, así como de la familia): “El Feminismo arrebata a las mujeres el poder de decir ‘no’ a los depredadores… Una profesional de carácter fuerte es para los depredadores una presa mucho más difícil que quien se viste de manera provocadora y pretende avanzar a cualquier precio”.

A Schlafly y Uzukwu les convendría leer en la página web estadounidense “Refinery 29” el “Antes de preguntarse por qué las mujeres no dicen sencillamente ‘no’, considerad lo siguiente”, de Kimberly Truong, fácilmente resumible: Al fin y al cabo los hombres son más brutos que las mujeres, y éstas más propensas a confiar. ¿Podremos cambiar? Octavio Salazar, a propósito de su libro “El hombre que no deberíamos ser” (Planeta enero 2018), habla de una cultura machista que todos respiramos y de cómo el patriarcado perjudica también a los hombres, aunque parezca privilegiarlos. “Que se trate de Hollywood o del Vaticano, es el patriarcado el que da a los hombres autorización para abusar”, escribió el 12 de diciembre Jamie Manson, columnista del semanario católico National Catholic Reporter (NCR). Y al patriarcado, por lo menos en la Iglesia Católica, aún le queda mucha vida.

Ramón Echeverría

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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