Pardillos sin fronteras, por Alberto Eisman

4/12/2013 | Bitácora africana

Paseando por las entradas de este blog, espero que quede claro las incontables veces en las que hemos intentado rectificar la imagen negativa que África suele tener con triste frecuencia tanto en las personas como en los medios. Casi todo lo que viene de aquí parece que tiene que ser negativo o truculento y poco a poco, va creciendo la idea de que “este continente no hay quien lo arregle.”

Hoy, sin embargo, quisiera dedicar esta entrada a una tribu especial de personas que se acercan o miran a África desde el punto completamente opuesto, es la perspectiva de aquellos entrañables seres humanos – sobre todo de piel blanca – que valoran y contemplan este continente con una ingenuidad tan angelical que se pasa de castaño oscuro. Haberlos haylos, y a las evidencias me remito…

En los últimos días aparecía en el rotativo ugandés New Vision el desgarrador testimonio de una súbdita holandesa, que después de visitar Uganda varias veces con su marido, se da cuenta de lo aburrida y sinsentido que es su vida y, equipada solamente de su bolsa y de su portátil, decide escaparse de casa dejando al legítimo dentro e irse con un maromo (ya casado por cierto) que conoció durante sus periplos africanos. Después de los arrebatos de aquella relación, el muchacho comienza a decirle que si tanto lo ama que afloje la mosca y consigue como quien no quiere la cosa 30.000 Euros para una parcela de tierra, luego algo más para pagar las matrículas de sus dos hermanos; al poco tiempo pierde su portátil porque el primo estudiante lo necesita, paga las deudas del padre del galán y las facturas de hospital de otros tantos parientes… o sea que, a lo tonto a lo tonto, a los pocos meses tiene a casi toda la parentela en nómina, pero la señora sigue tan colada que continúa apoquinando sin rechistar: se lleva al tórtolo a Holanda, pero éste no se termina de encontrarse bien y le dice que le preocupa que su familia en Uganda “no tenga una vivienda de calidad” para la cual él necesita unos adicionales 40.000 €. A la señora no hay cifra que la asuste y en un arrebato de generosidad y desinterés se pone también en financiar ese berenjenal financiero: se pluriemplea, vende su coche y se mete en un préstamo.

Finalmente – ¡oh sorpresa! – el pollo le dice un día – así en frío y sin anestesia – que ella nunca le ha tratado bien y que se vuelve a Uganda. Como se suele decir por aquí “¿para qué comprar la vaca si tienes leche gratis?” Llegado a este crucial punto no me resisto a traducir literalmente las palabras con las que termina la descripción de su tragedia griega:

Le culpo a él de haberme arrebatado la fe ciega que tenía en la sinceridad y la bondad de los seres humanos, espero poder perdonarle lo que me ha hecho. Olvidarlo es imposible. Le habría amado durante mil años y posiblemente mil años más.

Espero que hayan podido leer hasta el final sin que se les haya nublado la vista de la emoción. Aparte del feo que el señor le hace, ella dice que es un mentiroso porque le ha ocultado que la mujer de él está embarazada de su tercer hijo. “¿Por qué no me lo contó?”… Pregunta retórica donde las haya. No me digan que la historia no es como para ablandarle el corazón a una pantera.

Pues bien, esto que les cuento me parece un deja-vu de muchas otras historias, algunas desconocidas pero realísimas, otras que, como en el caso de “La Masai Blanca”, comenzaron como libro y terminaron en las pantallas cinematográficas. Una suiza que deja su trabajo y todo para unirse a un guerrero Samburu (no es un Masai a pesar del título), el cual, a pesar de todo el bagaje de romanticismo y buen rollito occidental y de alianza de civilizaciones que ella trae a la relación, es más frío que un témpano porque los hombres no deben manifestar afecto públicamente y, siguiendo las directrices de su tribu, quiere que la mujer, por muy blanca que sea, se comporte según el código reservado a las mujeres de la tribu y prácticamente reduzca su vida social a estar recluida en la cabaña y la cocina, siempre rodeada de otras mujeres. A los pocos meses se acabó el romanticismo y la señora – con hija incluida – se volvió por donde había venido por no decir que se escapó.

He conocido muchas, muchas parejas interraciales en las cuales, a pesar de la diferencia, hay un mínimo conocimiento mutuo de las expectativas, y hay un aceptación consciente de los valores culturales y de los desafíos a los que sin duda hay que enfrentarse dentro de las diferencias… Sin embargo, estos blancos que llegan a África pensando que sus gentes no son otra cosa que el estado puro y original del hombre sin mancha alguna de malicia, donde todo es buenismo… más de una vez terminan escaldados. Lo peor es que muchos de ellos no atienden a razonamientos diferentes, siguen actuando así de instintivamente y lógicamente se exponen a historias así de absurdas que, por desgracia, se siguen produciendo. Son los pardillos sin fronteras: algunos salen de sus entuertos de rositas… otros sin embargo llevan ya la penitencia en el pecado de su temeraria ingenuidad.

Autor

  • Alberto Eisman Torres. Jaén, 1966. Licenciado en Teología (Innsbruck, Austria) y máster universitario en Políticas de Desarrollo (Universidad del País Vasco). Lleva en África desde 1996. Primero estudió árabe clásico en El Cairo y luego árabe dialectal sudanés en Jartúm, capital de Sudán. Trabajó en diferentes regiones del Sudán como Misionero Comboniano hasta el 2002.

    Del 2003 al 2008 ha sido Director de País de Intermón Oxfam para Sudán, donde se ha encargado de la coordinación de proyectos y de la gestión de las oficinas de Intermón Oxfam en Nairobi y Wau (Sur de Sudán). Es un amante de los medios de comunicación social, durante cinco años ha sido colaborador semanal de Radio Exterior de España en su programa "África Hoy" y escribe también artículos de opinión y análisis en revistas españolas (Mundo Negro, Vida Nueva) y de África Oriental. Actualmente es director de Radio-Wa, una radio comunitaria auspiciada por la Iglesia Católica y ubicada en Lira (Norte de Uganda).

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