Para que puedan vivir sus familias

8/05/2018 | Opinión

En 2015 Jeune Afrique calculaba que los flujos financieros ilícitos (blanqueo de dinero, huida de capitales, etc.) le habían costado al continente africano entre 30 y 60 mil millones dólares, tanto o más que la ayuda oficial recibida por el conjunto del continente (46 mil millones dólares en 2012), y más que el total de las transferencias de los africanos de la diáspora a sus familias en África. De ahí que Emily Rose Adeleke se preguntara hace dos años en la página “Opinions. Perspectives sur le développement”, del Banco Mundial, “Cómo conciliar al mismo tiempo el apoyo a las transferencias de los emigrantes y la lucha contra los flujos financieros ilícitos”.

El interés por el tema aumentó tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Queriendo cortar la financiación oculta de los grupos terroristas, los miembros del G8 pidieron al Banco Mundial que vigilara las transferencias de dinero hacia los países en desarrollo. Un estudio de 2007 estimaba en 3.200 mil millones el montante en dólares de esas transferencias. África del Norte habría recibido unos 16.000 millones de dólares y los países subsaharianos unos 11.000 millones. Gran parte de ese dinero lo movían empresas como la Western Union (americana), Travelex (británica) y Moneygram (americana). En África ya habían hecho su aparición bancos y operadores locales, entre otros Money Express (del grupo senegalés Chaka), Express Union (Camerún), y los bancos marroquís Chaabi y Attijari. En 2013 las comisiones suponían el 12%. Y el Banco Mundial marcó como objetivo descender hasta el 5%. A finales de 2017 se había llegado a una media del 7’1%, aunque en África los intermediarios seguían llevándose el 9’4%.

africa-dinero.jpgTres fenómenos importantes tuvieron lugar durante la última década. El primero fue el aumento de la corresponsalía bancaria en los países en desarrollo. En ese sistema, un banco importante, Barclays por ejemplo, avala a bancos e instituciones financieras locales (corresponsales) para que efectúen operaciones comerciales internacionales y transferencias de dinero. A su vez, los bancos locales permiten la actividad de operadores locales que tienen una cuenta en su banco. El segundo fenómeno, consecuencia del primero, fue el aumento de operadores privados que comenzaron a competir con los operadores tradicionales como Moneygram o Western Union. El tercer fenómeno fue la llegada de la telefonía móvil. Un artículo en The Economist de julio de 2013 contaba como Mohamed Abdulle, vendedor en una tienda de Londres, enviaba dinero a su familia en Somalia. Bastaba con darle el dinero a un agente junto con un número de teléfono y un nombre, normalmente el de su abuela que vivía en Mogadiscio, la capital de Somalia. Unos minutos más tarde el señor Abdulle recibía en su móvil un texto indicando que el dinero había llegado a su destino. En un informe de la GSM (Groupe Spécial Mobile) de 2015, África subsahariana contaba ya con 367 millones de abonados, de los que el 20% poseían un smartphone. Según un estudio de la Pew Research, el 30% de los poseedores de un móvil lo utilizaban para efectuar transacciones económicas.

Pero esos mismos fenómenos contribuyeron en buena parte a la crisis del sistema de transferencias, que, tras tres décadas de progresión, disminuyeron de manera significativa en 2015 y 2016. Tras la crisis financiera iniciada en 2008, aumentaron las multas a los bancos que no habían puesto en marcha medidas para evitar delitos financieros o posibles transferencias a grupos terroristas. Así en 2012, el gobierno americano impuso una multa de casi dos millones dólares al banco británico HSBC. En 2014 BNP Paribas pagó 8.9 mil millones de dólares por violar las sanciones contra Sudán, Irán y Cuba. Como consecuencia, los bancos comenzaron a deshacerse de las corresponsalías “dudosas”, la mayoría de ellas en países en desarrollo. El británico Barclays, por ejemplo, cerró unas 250 cuentas, muchas de operadores de India y Bangladés, pero también algunas de Ghana y Nigeria. En la República Centroafricana no quedo más que una corresponsalía, ninguna en Liberia. Esa supresión dificultó enormemente el trabajo de asociaciones y organizaciones no gubernamentales en los países en desarrollo, especialmente en zonas conflictivas. Dificultó también los envíos por parte de los emigrantes. Piénsese en Somalia, en donde el 40% de su población subsiste gracias a las transferencias.

Y sin embargo, y a pesar de todo, el último informe del Banco Mundial del mes de abril indica que en 2017 las transferencias hacia el conjunto de los países en desarrollo aumentaron en un 8’5% respecto a 2016. El aumento hacia el África del Norte fue del 9’3% y del 11’4% hacia África Subsahariana. Ahí, los principales destinos han sido Nigeria ($21,9 mil millones), Senegal ($2,2 mil millones) y Ghana ($2,2 mil millones). Según el mismo informe, las transferencias constituyen una buena parte del PIB de varios países: Liberia (27%), Gambia (21%), Comoras (21%).

El informe atribuye ese aumento en términos muy generales al crecimiento económico de los países occidentales y a la subida del precio del petróleo. Sobre el terreno se observan otros factores. Uno sería que la crisis financiera no afectó a las grandes entidades del sector como Western Union o MoneyGram, que siguen creciendo en actividad y en sucursales, asociándose al mismo tiempo a numerosos operadores particulares. Están también las nuevas empresas que han adaptado a las condiciones particulares de África los servicios online y los “monederos móviles” que bancos y compañías digitales han puesto en marcha en Europa. WorldRemit, creada en 2010 por un emigrante de Somaliland, Ismail Ahmed, es la más conocida. Gracias a una página web y un app “user friendly”, se puede transferir dinero (¡aunque no sea más que un euro!) a cuentas bancarias, monederos móviles, en efectivo (para recoger en ventanillas), o como recarga de saldo del móvil. Un tercer factor es tan real como difícil de medir. Todavía en 2016, el envío de dinero por los emigrantes a sus familias en África se hacía en buena parte (algunos hablan de hasta el 40%) de manera informal. Sin duda ese porcentaje ha disminuido bastante. Pero si de algo los emigrantes africanos están dando prueba es de voluntad fuerte y de imaginación para superar obstáculos. También a la hora de ayudar a las familias que dejaron en el país enviándoles dinero. ¡Como sea!

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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