Dice aquel idealista adagio “sé el cambio que quieres alcanzar en el mundo”, lo cual está muy bien pero parece que nos cuesta que entre en nuestra cabecita, tan bien amueblada está para otras cosas, pero con tantas rémoras cuando se trata de cambiar hábitos o de abrirse a algo desconocido.
Una vez más, el día internacional del Comercio Justo nos recuerda que – si queremos y nos ponemos – podemos llegar a ser esa herramienta de cambio efectivo, pero eso será posible si nos ponemos todos juntos… Porque no podemos ser francotiradores del consumo responsable, hay que convencer a la gente para que cambien algo el chip. Hace unos años era impensable que, por ejemplo hubiera productos de comercio justo en las grandes superficies, hoy la situación ha cambiado y se abren nuevas perspectivas para esas cooperativas y esos productores que han conseguido competir con las marcas más selectas.
En Uganda, gracias a la labor de organizaciones de Comercio Justo (entre las españolas tenemos Intermón Oxfam), he podido ver de primera mano el efecto transformador de esta práctica, donde las comunidades primero que nada reciben mucho más por el café que cosechan porque se quitan de en medio a los intermediarios que, como casi siempre, se quedan con los más lucrativos beneficios, y además, estos grupos sociales, gracias al plus social que obtienen de las ventas de su café, se convierten de hecho en dueños y señores de sus destinos, ya que pueden tomar decisiones con respecto a sus prioridades de desarrollo más fundamentales y lo mismo construyen un centro comunitario que unas casas para maestros y eso sin organización alguna que les diga lo que tienen o deben hacer.
Creámoslo o no, nuestras decisiones de compra tienen muy claras influencias en el resto del mundo y sería una ingenuidad negarlo. Ahora que ha tenido que ocurrir esa tragedia en Bangladesh donde más de 1000 personas en régimen de quasi-esclavitud mueren en una fábrica textil … ¿por qué nos ponemos las manos en la cabeza? ¿para dónde miraremos ahora la próxima vez que nos compremos algo? ¿seguiremos buscando ropa de marca hecha en zonas francas donde no hay derechos laborales dignos de ese nombre? Nuestras opciones tienen consecuencias para otros. El Comercio Justo es una manera sencilla y al alcance de todos de poner algo de justicia en el desbarajuste mercantil que vive nuestro mundo, donde un producto vale más o menos según las subvenciones que reciba, donde lo barato y competitivo – por los obstáculos que se imponen o los intermediarios que se meten por medio – se convierte en una mercancía inviable económicamente. Donde los países africanos se tienen que comer con patatas su algodón y algunas de sus otras materias primas simplemente porque a no ser que se trate de minerales o que se alíen con multinacionales, lo tienen crudo a la hora de poner los productos en el mercado.
El gastar unos céntimos o unos euros más en azúcar, miel, chocolate, café, en un pañuelo o una camiseta de algodón no es chauvinismo… es sobre todo una cuestión de justicia. La misma justicia que ese millar de víctimas nunca vieron ni experimentaron en sus vidas.
Original en : En Clave de África