Oyala y Sipopo, derroche y destrucción en Guinea Ecuatorial

5/07/2016 | Opinión

La dictadura se ha embarcado en proyectos urbanísticos millonarios a espaldas de un pueblo que pasa hambre y a costa de su patrimonio natural

Desde el Pico Basilé

En medio de la selva se levanta la enorme cúpula de una extraña construcción, llamada a ser, ni más ni menos, que la biblioteca de la Universidad Internacional de África Central. Es sólo una pequeña parte del descomunal proyecto urbanístico del dictador Obiang que sueña con levantar en medio de la selva una nueva capital para Guinea Ecuatorial, en lo más profundo de la parte continental de país, rodeada de impenetrables bosques semi vírgenes y a 20 kilómetros de la costa. Su nombre es Oyala o Djibloho, ciudad que estaría destinada a ser habitada por hasta 200.000 personas, ocupando una superficie de algo más de 80 kilómetros cuadrados (8.150 hectáreas). Su conclusión estaría prevista para el año 2020, según los planes gubernamentales y la propaganda mediática del régimen de Obiang. Pero la realidad es otra bien diferente. Tras una inversión aproximada de más de 300 millones de dólares, la construcción de Oyala se encuentra paralizada en la actualidad.

Una autopista de seis carriles, un hotel de lujo de más de 450 habitaciones (con spa, teatro y centro de convenciones), un campo de golf y un inmenso campus universitario son parte del megalómano proyecto de Obiang con el que pretende impresionar al mundo, pintando una Guinea Ecuatorial rica y próspera, cuando el 80% de la población del país vive con menos de 2 dólares al día, la mitad de los ecuatoguineanos no tiene acceso al agua potable y el 35% muere antes de los 40 años. Pero Oyala no sólo es vendida por Obiang y su séquito como la Guinea Ecuatorial de fantasía que nadie en el mundo se cree. Es presentada como una futura ciudad sostenible, dependiente por entero de las energías renovables. Algo que sin duda es una tremenda paradoja cuando el sustento de las clases opresoras del país está ligado estrechamente al petróleo del país, y con cuyos réditos se ha sufragado lo que se ha levantado de Oyala entre 2012 y hoy.

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El ‘argumentario’ que está detrás de la soñada nueva capital de Obiang no es precisamente un ejemplo a seguir en su género. El proyecto, elaborado por un estudio portugués de arquitectura, presenta la futura flamante urbe como un modelo de respeto hacia el medio ambiente que la rodea. Yo me pregunto, retóricamente claro, ¿qué estudios de impacto ambiental habrá superado Oyala para que alguien pueda afirmar su respeto hacia el medio ambiente? Estamos hablando de una ciudad artificial donde las haya, que se ha levantado llevándose por delante miles de hectáreas de selva. Un patrimonio natural de todos los ecuatoguineanos, el verdadero tesoro del país, el que seguirá allí (esperemos que así sea) cuando el petróleo se acabe o ya no sea rentable su explotación, refino y venta. Algo que, a día de hoy, no parece demasiado lejano en el tiempo. Es decir, que de proyecto acorde con el entorno natural circundante nada de nada. Al igual que eso de que respeta las raíces de la cultura ecuatoguineanas. ¿Los edificios construidos hasta la fecha tienen algo que ver con la arquitectura tradicional del país?

Poco, o más bien nada, les importa ese tipo de cuestiones a los que están detrás del proyecto, y bien que lo agradecen las constructoras llegadas de remotos lugares del mundo para poner en pie el sueño trasnochado y carente de sentido del dictador Obiang. Es más, lo de Oyala no es un caso aislado de megalomanía con un doloroso coste medioambiental y social. Ahí está también la ciudad fantasma de Sipopo, en la que se han invertido 580 millones de dólares con el mismo objetivo en definitiva que Oyala; impresionar a la comunidad internacional. En este caso, esta ciudad se construyó de prisa y corriendo para ser el escenario de la celebración de la 17ª Cumbre de la Unión Africana. Y no se reparó en gastos. Todos y cada uno de los 52 mandatarios que acudieron a la cita dispusieron de su propia mansión, cortesía de los ecuatoguineanos y cuyo coste ascendió por si solo a los 100 millones de dólares.

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Indignante el dispendio y el derroche del que hace gala siempre que tiene ocasión la dictadura que somete al pueblo ecuatoguineano ya por demasiado tiempo. Indignante que el resto de la población tenga subsistir a duras penas cada día viendo pasar delante de ellos uno caudal de dinero público que podría ayudarles en sus penosas vidas. Indignante que se haga y deshaga a voluntad de unos pocos, destruyendo una naturaleza única que ha estado ahí desde siempre y a cuya destrucción asiste la comunidad internacional sin que nadie mueva un dedo por impedirlo. “Iluso”, dirán muchos, “si no hacen nada por sacar de la miseria a los ecuatoguineanos de a pie, mucho menos harán por salvar su patrimonio natural”. Tristemente así es, pero no por ello hay que dejar de denunciarlo.

Por Jonathan Gil Muñoz (Director de ElGuadarramista.com)

Fuente : Diario Rombe

(Fundación Sur)

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