Los hermanos Bibang, acostumbraban a reunirse en su abáha, “casa de la palabra”, todas las mañana antes de ir a sus tareas diarias. Aquella madrugada, los hermanos Bibang no podían imaginarse que aquel iba a ser un día especial para sus vidas.
Resulta que su padre Ondo Bibang había fallecido hacia una semana. Ondo Bibang era un hombre de aproximadamente unos 75 años y a causa de una larga enfermedad fallecía sin dejar ninguna herencia a sus tres hijos.
Aquella mañana de agosto, invierno centro africano, Elé Bibang, fue el primero en entrar en el abáha, seguido por Abuy Bibang y por último llegó Ondo mongo Bibang. Después de un pequeño silencio, que pareció pactado, Elé Bibang, preguntó a sus hermanos.
-Chicos. ¿Cómo habéis pasado la noche?
– Muy bien – Respondió Ondo Mongo.
-Yo también he dormido bien pero… – Habló Abuy.
-¿Por qué? Pero… O sea ¿A qué viene el pero, hermano? – Dijo Elé.
-No, es que antes de despertarme tuve un sueño muy raro: Soñé con papá, decía que, me había dejado en la colina un saco… Insistió que no se me olvidara ir a por él – Prosiguió Abuy Bibang.
-Yo también… No puede ser. Me has copiado el sueño. Yo también he tenido el mismo sueño – Intervino Ondo Mgo.
-Anda… ¿Estáis de bromas, no? Yo soñé lo mismo. Este sueño es mío – Habló Elé.
El padre Ondo Bibang, había aparecido aquella noche en los sueños de los tres hijos a la vez, o mejor dicho, los tres habían soñado lo mismo aquella noche. En el sueño, el difunto padre les avisaba de que, en un punto de la pequeña colina les había dejado tres sacos, uno para cada uno, y que esos mismos no debían ser abiertos antes de llegar a sus respectivas hogares.
– Pues, ¿sabéis lo que os digo? Yo no voy a perder más tiempo, me voy ahora mismo a la colina a descubrir todo eso. Papa era muy embustero, por eso nos ha dejado así tan desamparados, sin ninguna herencia – Comentó Elé Bibang, el mayor de los hermanos, y nada más pronunciar estas palabras, salió corriendo rumbo hacia la colina sin esperar a sus hermanos.
Elé Bibang se encontró tres sacos de unos 50 kilos aproximados. Después de mirarlos detenidamente cogió unos de los sacos y partió rumbo hacia el poblado, que se encontraba a unos dos kilómetros aproximados, por lo cual tenía que parar casi cada doscientos metros para descansar.
Elé Bibang, a pueblo a la vista, muy cansado y agotado, se paró a descansar. Dejó el saco encima de un tronco de árbol que estaba al lado del sendero.
Después de unos minutos, se levantó y agarró de nuevo aquel saco, pensaba tanto que, daba la impresión de que solo llevaba piedras en su interior.
Elé había pensado más de una vez en abrir aquel pesado saco, pero esta vez no pudo resistir la tentación, ya que una enorme piedra le acababa de volver a hacer caer de nuevo. Cuando se levantó, enfadado y maldiciendo a todos sus muertos, y ya casi sin fuerza, abrió el saco.
Se escuchó un enorme y estruendoso ruido:
– ¡¡¡Púmmmmmm!!! ¡¡¡ Zzzzhhhhhh!!! ¡¡¡AAahhhhhhhhhhhh!!!
El ruido era muy curioso, una mezcla de gritos, chillidos, aplausos, gemidos…
Elé Bibang no pudo ver claramente lo que se salía de aquel saco pero, si pudo oler y observar cosas como, lingotes de oro, diamantes, caballos, camellos, coches lujosos, mujeres guapas, muñecas, y mucha variedad de objetos de un valor inmenso.
Se quedó más de media hora intentando recuperarse y asimilar lo que le acababa de ocurrir. Había perdido por incrédulo, falta de voluntad y perezoso lo que en vida no le pudo dar su difunto padre.
Elé se recuperó como pudo y en lugar de bajar al pueblo en busca de sus hermanos, se paseó por los alrededores de la montaña recogiendo piedras e hizo un montoncito al lado del sendero y colocó el saco vacío encima del mismo.
Y sentado sobre las piedras, mirando hacia el poblado, observó a su hermano Abuy, venir entusiasmado hacia él.
– ¿Qué haces aquí sentado, hermano? – Le dijo a Elé.
-Nada, aquí estoy desde hace más de una hora, enfadado, ya os dije que nuestro padre era un gran embustero, nunca nos quiso, y mira todo lo que había en el saco. Todo lleno de piedras, solo piedras y nada más. Gritó Elé Bibang.
– ¡Qué fuerte! no me lo puedo creer, hermano Elé. En todo caso, subiré a mirar mi saco, espero que exista – Prosiguió.
– Sí, claro que hay dos más, pero no sé qué es lo que hay dentro – Dijo Elé.
-Vale, espérame aquí, vuelvo en seguida – Le contestó Abuy.
Después de estas palabras, Abuy siguió camino a la cima de la colina. Pasado una media hora aproximada, Abuy llegaba al encuentro de su hermano, cansado y enojado.
-¡Anda que pesa! Espero que no sea lo mismo que había en tu saco – Dijo Abuy.
-Seguro, hermano Abuy – Respondió Elé.
Elé y su hermano Abuy estuvieron un buen rato hablando de su padre y recordando todas las andanzas y aventuras que no hicieron más que conducir a su padre a la ruina, la cual le hizo caer en el alcohol, produciéndole la muerte.
Abuy, convencido por su hermano Elé, cedió a abrir el saco y…
– ¡¡¡Púmmmmmm!!! ¡¡¡ Zzzzhhhhhh!!! ¡¡¡AAahhhhhhhhhhhh!!!
Elé Bibang y su hermano Abuy Bibang observaron juntos como se les escapaba la gran fortuna que debían heredar de su progenitor.
“MBENG ÓNE MINDJUG ÁYET” (El éxito viene después del duro trabajo)
Cuando Elé y Abuy vieron bajar la cuesta a su hermano Ondo Mgo, cambiaron las caras, y un poco medio sonrientes, le dijeron:
-Donde has pasado, no te hemos visto subir a la colina – Dijo Abuy a Ondo
-No, es que, primero me debía acercarme al río a mirar mis trampas de cangrejos. Hace días que no las había visto. ¿Qué hacéis aquí todavía sin ir al pueblo? – Les dijo Ondo a sus hermanos.
– ¡Buah!… Mira lo que llevas en el saco. Señalando los dos a la vez a los montones de piedras – Le dijeron los hermanos.
– No me lo puedo creer – Dijo Ondo Mgo – En todo caso, me lo voy a llevar a casa, como único recuerdo de mi padre, ya que jamás me pudo regalar nada en vida – Prosiguió Ondo.
– Anda, deja de tonterías, no vayas tan cargado – Le dijeron al unísono los hermanos. – Déjalo todo aquí junto a lo nuestro y vámonos a buscar un poco de topé de palmeras
Ondo Bibang, sin hacerles más caso, siguió caminado rumbo a casa, mientras los dos hermanos, le seguían unos metros atrás.
Una vez en el interior de su casa, Ondo cerró todas las puertas, ventanas y todo agujero donde pudiera entra algo de luz, tal y como les había indicado su padre en aquel extraño sueño. Después de comprobar todo varias veces abrió con mucho cuidado y tranquilidad el saco.
Ondo seguía abriendo el saco cuando, de repente, saltó sobre sus pies un gran fajo de billetes de Bin LADEN, mejor dicho, de quinientos euros. Acto seguido, una bolsa con diamantes y así, sucesivamente, fueron cayendo todo tipo de fortuna que puede necesitar un ser humano para ser feliz. Todo respetando el gran dicho: “No es más feliz el que más tiene, sino aquel que menos necesita”.
A partir de aquel día, Ondo Bibang se convirtió en un hombre muy respetado y poderoso. Por lo cual, pudo con su esfuerzo y perseverancia ayudar a sus hermanos, a la familia y a toda la tribu, para que vivieran felices y comieran perdices.
Por Baron ya BUK-LU