Parece que ultimamente ser cooperante en muchos lugares de África se ha convertido en una profesión de alto riesgo, o tal vez seria más justo decir que en realidad siempre ha sido así, lo que ocurre es que en España parece que nos hemos dado cuenta de ello durante las ultimas semanas, tras una retahíla de secuestros : primero el de las cooperantes de Médicos Sin Fronteras en un campo de refugiados en Kenia y mas recientemente el de otros dos españoles (mas una italiana) en Rabuni, donde se alojan los expatriados que trabajan en los campamentos saharuis de Tinduf, en el suroeste de Argelia. El panorama se completa con otros dos secuestros de personas de otra nacionalidad que trabajaban para otra organización humanitaria en Somalia.
Ninguno de estos secuestros me ha extrañado mucho. En Somalia, lo mismo islamistas que piratas buscan presas fáciles para obtener dinero y publicidad, y ahora que las cosas se les han puesto difíciles por mar intentan golpear por tierra. En cuanto al Sahara, recuerdo muy bien cuando estuve en Tinduf hace ahora casi un año que el Frente Polisario y los militares argelinos habían reforzado las medidas de seguridad y no se podía viajar así como así de un campamento a otro porque ya entonces se comentaba que los islamistas de Al Qaeda en El Magreb no andaban muy lejos de allí y tenían planes de secuestrar a alguno de los muchos expatriados –sobre todo españoles- que trabajaban en ese desierto donde viven unos 200.000 saharauis a los que Marruecos no reconoce el derecho a tener su propia patria. Muy mal deben de haberse puesto las cosas para que un grupo de fundamentalistas armados hayan entrado en el albergue de Rabuni y se hayan llevado a rastras a tres cooperantes delante de las mismísimas barbas del gobierno saharaui, que tiene su sede a pocos metros de allí.
Sin embargo, el secuestro -mas o menos largo- no es lo más grave que le puede ocurrir a un cooperante que trabaja en uno de los muchos lugares conflictivos del mundo. En España no deberíamos olvidar, por ejemplo, el asesinato de tres españoles de Médicos del Mundo, perpetrado en Ruanda en 1996, con toda probabilidad por orden de algún alto mando del gobierno de Kagame a quien molestó que aquellos blancos se encontraran justo allí, en la zona de Ruhengeri, cuando el ejercito realizó operaciones de contrainsurgencia que incluyó verdaderas masacres en poblados enteros que fueron reducidos a cenizas. Pero sin llegar a casos tan extremos, quien ha trabajado o trabaja en el mundo de las ONG que ejecutan proyectos en lugares conflictivos de África sabe que se trata de un trabajo difícil y que exige unos nervios a prueba de bomba, y todo ello –en contra de lo que se suele creer en España- a cambio de sueldos irrisorios y de condiciones de vida que a menudo acaban por minar la salud.
Escribo estas lineas desde Goma, en el Este de la República Democrática del Congo, un lugar que desde 1996 y aun antes ha sufrido una sucesión interminable de conflictos que han dejado a la población sumida en la miseria. Aunque durante el último año la situación es de bastante calma, uno vive permanentemente encima de un polvorín que puede estallar en cualquier momento. Viajar por estas carreteras puede ser arriesgado, y no solo por la amenaza de grupos armados. Durante el viaje en autobús que hice hace pocos días de noche, desde Uganda a la frontera con el Congo (el sexto, en lo que va de año) los llevé –como se suele decir- de corbata al encontrarme dentro de un vehículo sobrecargado y conducido a velocidad de vértigo por carreteras llenas de baches en las que ocurren numerosos accidentes. Actualmente vivo en un cuarto sin agua corriente, con suministro eléctrico muy irregular y suelo comer polenta de harina de maíz con hojas de mandioca y a veces con algún trozo de pescado seco. Cuando tengo que conectarme a internet tengo que perder bastante tiempo buscando algún hotel con Wifi donde sentarme a enviar los corrreos del día. Dada la situación de la ONG en la que trabajo, llevo varios meses sin cobrar –ni siquiera dietas- y realizo este trabajo como voluntario, con la esperanza de que de aquí a unos meses la situación mejore y podamos tener de nuevo un sueldo para cubrir al menos los gastos mas esenciales de la familia. Lo hago, evidentemente, y como lo hacen la mayor parte de los cooperantes, por amor a la gente con la que trabajamos y respondiendo a unos ideales de justicia social en el mundo para los mas pobres.
Digo todo esto para explicar que creo que sé bastante bien cómo se vive cuando se es cooperante, y que aparte de algunas ONG internacionales bastante potentes y con mucho dinero, la mayoría de nosotros solemos trabajar en organizaciones en las que se vive una gran precariedad laboral y mucha incertidumbre del propio futuro, debido a la gran sequía de fondos públicos para la cooperación que tenemos hoy en España. Hay ONG en las que durante los últimos años se han realizado EREs que han visto a casi la mitad de sus empleados irse a la calle. Uno vive día a día la frustración de formular proyectos serios, que responden a necesidades muy acuciantes de miles de personas en la geografía de la pobreza, y que llevan muchos meses de trabajo y entran en una competición feroz, para al final ver que son rechazados sin mas, o bien que son aprobados solo para ver como pasan después los meses y el dinero prometido no se ingresa en la cuenta correspondiente.
Todo esto se agrava por el descenso de los donantes privados, muchos de los cuales en España suelen preguntar siempre con cara muy seria si el dinero de verdad llega a los beneficiarios, como si los gastos de pagar billetes de avión, alquiler de las oficina de la ONG o salarios para el personal no tuvieran nada que ver con la mejora de la situación de quienes carecen de aulas o de medicinas, los cuales verán su vida mejorada gracias precisamente al trabajo de un expatriado que trabaja allí jornadas de 12 o 14 horas al dia y que evidentemente no puede vivir del aire, aunque en España parece que no vemos raro que un abogado o un profesor cobre por su trabajo pero si que un cooperante no trabaje gratis.
Con este panorama, hoy día un cooperante tiene que estar dispuesto a ir a lugares peligrosos y carentes de todo si quiere tener alguna oportunidad de tener un trabajo mas o menos estable, y eso solo durante tal vez uno o dos años. Con un estrés semejante, y viviendo en sitios peligrosos, extraña poco que la cooperación internacional sea uno de los sectores laborales en los que hay mas rupturas familiares (fui testigo de casos muy dolorosos de amigos cooperantes durante mis 20 años como misionero en el norte de Uganda) y mas casos de personas que vuelven a su lugar de origen arrastrando problemas serios de salud y de estrés postraumatico, asuntos todos ellos que a mi por lo menos me parecen tan serios como sufrir un secuestro.
Por eso, cuando ocurre un ataque contra cooperantes y oigo a la ministra de Asuntos Exteriores o a la autoridad correspondiente de la Agencia Española de Cooperación decir que están haciendo todo lo que pueden por los cooperantes y que se preocupan mucho por ellos, pienso que no estaría de más que esa preocupación se mostrara también en hacer posible que las ONG no tuvieran que cerrar proyectos en lugares donde la gente depende del trabajo de ellas para estudiar, tener acceso a la sanidad básica o tener agua potable. Gracias por su interés, señora ministra, señores presidentes de las Comunidades Autónomas y señores y señoras alcaldes y alcaldesas de ciudades españolas. Ya sabemos que la crisis es la crisis y que ya tenemos suficientes problemas de los que ocuparnos en España, pero ojalá no se olviden de que en otros lugares del mundo las cosas están mucho peor, y que las organizaciones que se esfuerzan por aliviar el sufrimiento de muchos millones de seres humanos necesitan tener a su personal trabajando, no solo con suficiente seguridad, sino también en condiciones minimamente dignas y sin tener que preocuparse cómo van a comer o a pagar la hipoteca al mes que viene.
Original en En Clave de África