Reconozco que esta expresión, leída en un famoso blog, me dejó parado por unos segundos. No era la primera vez que me encontraba con ella, pero sí era la primera vez que me hacía tanta mella como para quedarme unos segundos pensando en la misma.
La verdad, quizás por deformación personal, no he pensado nunca en lo africano como un adjetivo para ser añadido a una palabra tan tremenda como el odio. Como casi siempre lo negro está asociado a lo negativo, me imagino que cuando hablan de “odio africano” quieren decir muy visceral, brutal, a mala leche, masivo… y a decir verdad me entristece porque para mala leche, ensañamiento y violencia la que tuvieron que sufrir los africanos durante los largos siglos de esclavitud y de colonialismo.
Es verdad que en África ha habido genocidios, dictadores sangrientos y violaciones miles de los derechos humanos… pero no más que en Europa. Además, quienes mueven algunos de los hilos de los conflictos de hoy son materias muy requeridas en los paises industrializados más que en África: el codiciado coltán para nuestros móviles, los diamantes, el oro u otros elementos que escasean en otras partes. El genocidio de Ruanda, vayamos al conflicto más llamativo, intensivo y sangriento de los últimos años, tiene una de sus raíces más evidentes en la elección que hicieron los señores coloniales (en este caso los belgas) de una casta sobre otra. Cuando fue conveniente, metieron a los tutsis en su aparato colonial; cuando estos resultaron demasiado ambiciosos y respondones (eran los primeros en pedir la independencia), acudieron a los hutus mucho más sumisos e incluso los azuzaron contra los primeros cuando vieron peligrar sus intereses. Una penosa página de la historia, que en Europa apenas se sabe.
No será yo quien defienda que este continente es el país de Jauja, donde todo es bondad, armonía e inocencia. No lo es. Lo que sí creo es que, ante prejuicios como los que implican tales afirmaciones, hay que romper una lanza para que expresiones así se correspondan con la verdad. Me duele también porque es precisamente en África donde he experimentado de manera más profunda la fraternidad, donde me he dado cuenta que el africano es pobre precisamente porque – contrariamente a nuestro egoísmo occidental – comparte sus riquezas con su parentela, donde siempre hay un sitio para el huésped, no importa si éste es un gorrón aprovechado. Aún cuando hay muchos aspectos negativos, no me resisto a obviar la ternura y la humanidad de estas culturas, con valores profundamente humanos todavía por descubrir.
El bien y el mal han hecho morada en cada civilización y en cada cultura, creo que esto es obvio, pero no para todo el mundo dado el gran número de etiquetas que nos inventamos para “los otros”: los indios, los negros, los gitanos, los moros, los extranjeros… Uno de los pensamientos al que siempre recurro cuando reflexiono sobre estos temas es el de Martin Luther King, cuando dio aquel discurso que comenzaba con un “yo tengo un sueño…” y que decía que anhelaba aquel día donde a sus hijos se les juzgara por la bondad de su carácter y no por su piel. ¡Cuánto nos queda todavía por recorrer en la senda del respeto al otro!
original en:)