Recuerdo la propaganda de una cierta congregación religiosa que recogía donativos para sus misiones de África. Estos religiosos y sus trípticos eran ya famosos en el mundillo misionero por su continuado afán de escoger las fotografías más impactantes y dramáticas, de manera que el destinatario de los mismos se viera con un verdadero cargo de conciencia y terminara el dilema moral rascándose el bolsillo en favor de aquellos niños legañosos y desamparados y de aquellos heroicos religiosos.
Ya cada vez hay menos congregaciones que postulen con tales medios, su lugar ha sido ocupado en los últimos años por una miríada de oenegés que utilizan todos medios mucho más modernos que el del buzoneo para captar subscriptores y donantes. Hay que reconocer que, gracias a los códigos éticos de los departamentos de prensa de estas organizaciones, el tema de la pobreza y de la ética de las imágenes se trata de una manera mucho más profesional y menos tremendista que en el pasado (aunque siempre haya alguna que saque los pies del plato, qué se le va a hacer)
Aunque haya ahora estas mejoras en la manera de presentar gráficamente los temas relacionados con la pobreza, me pregunto de verdad si es oro todo lo que reluce en este mundo. Esta duda ha sido aumentada aún más cuando he leído un artículo escrito por la periodista Karen Rothmyer en el cual viene a decir que a las oenegés no les gustan las buenas noticias procedentes de los países subdesarrollados donde trabajan. ¿La razón? Simple y llanamente porque “les quita negocio”, dan la impresión de que la situación está mejorando y por tanto se reduce tremendamente la presión para que los donantes sigan aportando a estos países. La autora dice: “Estas organizaciones [no gubernamentales y agencias de la ONU] comprensiblemente tienden a concentrarse no en lo que se ha conseguido sino en convencer a la gente de cuánto queda todavía por hacerse.” Hacer lo contrario supondría dejar al donante con la impresión de que ya no hace falta su aportación y esto es algo que las organizaciones evitan a toda costa, máxime cuando la crisis ha hecho que bajen los fondos públicos y privados disponibles para tales intervenciones humanitarias y de desarrollo.
Además, el mercado se ha multiplicado y mucho, haciendo que crezca enormemente el número de estas organizaciones en el terreno. En un país donde a mitad de los años 70 había casi tantas oenegés internacionales como los dedos de la mano, ahora se pueden encontrar hasta 250, y muchas de ellas compitiendo por los fondos de los mismos donantes públicos o privados. Este contexto de competición hace que uno no se pueda dormir en los laureles. Ante la fiera lucha por conseguir fondos queda clara una cosa: No ser lo suficientemente negativo puede suponer que se corte el grifo de la financiación y se tengan que cerrar determinados programas… así que, cuidadito con las buenas noticias. Mejor decir lo que se puede decir y sobre todo lo que se TIENE que decir para que se mantenga en pie el chambao.
Si los periodistas vienen a visitar una zona y no encuentran algo chocante: un dato impactante, un caso, una estadística extrema, una instantánea que atrape la vista… adiós financiación para el próximo proyecto. Ay de aquellos proyectos que hayan sido efectivos, que hayan cubierto algunas de las necesidades básicas de la población y por tanto hayan ayudado a luchar efectivamente contra la pobreza… ¿qué vamos a contar el año que viene si este pescado está ya vendido? Se pueden imaginar ustedes el dilema…
Al hilo de esta actitud es sorprendente que ciertos adjetivos no hayan dejado de aparecer en las noticias que se reciben de África… lo tribal, lo atávico y lo morboso, hambrunas y enfermedades siguen siendo cantinela habitual de las historias que se cuentan del continente. Es casi seguro que nunca habrá cobertura para historias de superación, para los grupos o regiones que se alejan del umbral de la pobreza o para los éxitos en la lucha contra la pobreza. Esto queda para blogs alternativos de segunda regional… porque la cosa vende poco en los medios convencionales.
Recuerdo a principios de este blog cuando me hice eco de unos niños sudafricanos que, para ir a la escuela y porque se había roto el puente de lianas cercano a su poblado, tenían que cruzar a nado un río infectado de cocodrilos. Historias de tal heroicidad y arrojo nunca llegaron entonces a ser materia prima para un titular o un artículo de opinión (al hilo de “¿qué estudiante de la ESO valoraría tanto su educación que estaría dispuesto a cruzar a nado un río, máxime lleno de cocodrilos?”), mientras que las excentricidades de políticos y estadistas (incluidas las cuatro mujeres del presidente sudafricano Jacob Zuma) han aparecido hasta en el ¡HOLA!
O sea, que entre unas organizaciones a las que no les interesa que se informe de logros y de informaciones positivas y unos medios a los que estos aspectos no les interesa en absoluto, estamos apañados con esta peculiar alianza de intereses que sin duda hará posible que África sigue condenada a ser la trastienda de lo negativo, lo miserable y lo morboso.
Ay Dios, ¡qué mundo…!
original en En clave de África