Érase una vez, en una aldea de África Central, vivía un hombre llamado Alú. El señor Alú estaba obsesionado con probar la carne de serpiente.
-Deja ya de hablarme de la carne de serpiente. Que si te han contado, que si te han dicho. Ya me aburres con esa cantinela.– Le dijo su esposa.
-Papá siempre habla de lo mismo. Espero que algún día la pruebes y nos digas que tal está.– Le dijeron sus hijos.
– Vale, lo siento. Intentaré cambiar de tema en la mesa.– Dijo a su vez Alú.
– Ya era hora, no sé si es que, lo que preparo no te gusta.– Comentó, ya algo molesta, su esposa.
– No cariño, no es eso. Lo siento.– Respondió a su mujer.
Pasados unos días, Alú y su mujer venían de regreso de la finca y se pararon un ratito a descansar en el tronco de árbol que había en la orilla del riachuelo. Alú, depositó su ebará, y la esposa, estaba colocando bien su nkuéñ, cuando de repente se oyó, un ruido por encima de sus cabezas. Dirigieron a la vez la vista hacia arriba y vieron caerse desde lo más alto de un árbol un bulto enrollado que, segundos después, caía a medio metros de los dos. Era una serpiente de unos dos metros. El animal giró la mirada hacia la pareja.
Miraron al suelo y la señora, al darse cuenta de lo que se trataba, gritó
-¡Ñó!, ¡ñó!, ¡ñó!, ¡cuidado marido! ¡Ñó!
-¡Éeeeh! Gritó Alú, mientras salía zumbando del lugar, abandonando a su suerte a la esposa, a su ebará y al machete.– ¡Socorro!—Gritaba.
La mujer de Alú, sin moverse del lugar, observó cómo se marchaba la serpiente por el lado opuesto al que había tomado su marido, que sin parar seguía gritando y corriendo.
– Ja, ja, ja,… Vuelve cariño, vuelve. Ya se ha ido la serpiente.– Dijo la esposa de Alú.
– Menos mal ¡Que susto!– Respondió Alu.
– Ja, ja, ja. Es increíble, nunca te había visto correr tanto, marido.– Comentó la mujer.
– ¿Te da risa, verdad?– Le preguntó Alu a su mujer.
– Claro que sí. Tanto hablar de comer ñó (serpiente), ahora que se te presentó la oportunidad sales huyendo. Ja, ja, ja.– Respondió la señora.
– Vámonos de aquí, sigo asustado. Nunca había visto una serpiente tan grande. Era una nvam ñó (cobra). ¡Tenía alas en la mejillas!– Dijo a su mujer.
Cuando llegaron a casa, ambos contaron a los hijos lo que les había ocurrido y, desde aquel momento, Alú comprendió que para comer una serpiente había primero que matarla.
“Soñamos con satisfacer nuestros anhelos, deseos y vicios, pero cuando llega el momento de acción, huimos como cobardes”.
Baron ya Bùk-Lu
[Edición y revisión, Rafael Sánchez]
[Fundación Sur]