¿Nuevas ilusiones? (2), por Ramón Echeverría

25/04/2023 | Bitácora africana

kenia_mapa_division_administrativa_1977_cc0.jpgEn las elecciones del 9 de agosto de 2022, William Ruto (vicepresidente de Kenia entre 2013 y 2022 bajo la presidencia de Uhuru Kenyatta) fue elegido presidente con el 50,49 % de los votos. Su rival, Raila Odinga obtuvo el 48,85 %. Así lo anunció el 15 de agosto la Comisión Electoral Independiente (Independent Electoral and Boundaries Commission, IEBC). Cuatro de los siete miembros de la IEBC se negaron a respaldar el resultado, aduciendo que la transmisión de los resultados había sido “opaca”. El partido de Odinga, la coalición “Azimio la Umoja”, afirmó que tenía suficiente evidencia para demostrar la mala conducta de la Comisión Electoral, y Odinga apeló a la Corte Suprema. Ésta publicó su decisión el 5 de septiembre: la IEBC había organizado y dirigido una elección creíble, y la elección de William Ruto había sido legítima.

Aunque por motivos y con resultados diferentes, no es la primera vez que las elecciones llevan a Ruto y a Odinga ante los tribunales. En 2010, la Corte Penal Internacional (CPI) investigó a seis personas, entre ellas William Ruto y Uhuru Keniatta, por su implicación en la violencia desatada tras las elecciones de agosto de 2007, y en los delitos cometidos contra los seguidores del Partido de Unidad Nacional, del presidente Kibaki. Los cargos fueron confirmados en enero de 2012. En cuanto a Odinga, la de agosto de 2022 era la quinta vez que se presentaba a las elecciones presidenciales y la tercera, tras las de 2013 y 2017, en la que impugnaba su derrota. Botón de muestra de lo compleja y volátil que puede ser en Kenia la política, en 2017 la Corte Suprema hizo historia cuando anuló los resultados de las presidenciales de agosto de 2017, dando implícitamente razón a Odinga. Se repitieron el 26 de octubre, pero Odinga las boicoteó, perdiendo así ante Uhuru Kenyatta.

Comentando la última apelación de Odinga ante la Corte Suprema de Kenia, un artículo de Dickens Olewe para la BBC (22 de agosto de 2022) resumía lo positivo de la situación: “Gane o pierda, por qué es importante el desafío electoral de Raila Odinga”. Esta vez la IEBC había transmitido los resultados con una eficacia, rapidez y transparencia hasta entonces desconocidas. Internet funcionaba y periodistas y público pudieron seguir el recuento de manera independiente. “Hay que imitar el proceso electoral de Kenia porque lo que tenemos en Uganda no califica para ser llamado una elección«, dijo la doctora Sarah Bireete en la NBS de Uganda. «Gracias, Kenia, por enseñar a la Comunidad de África Oriental lo que son elecciones transparentes. Esperemos que Tanzania imite esa hoja de ruta en las próximas«, tuiteó un tanzano. Según Dickens Olewe, esa mejoría en los procesos electorales de Kenia se debía en parte a que las sucesivas apelaciones de Odinga, con las consiguientes decisiones y sugerencias de la Corte Suprema, habían obligado a la IEBC a mejorar poco a poco el sistema.

Pero no es oro todo lo que reluce. En las últimas elecciones, las de agosto del año pasado, el anuncio de la IEBC se retrasó por las peleas entre partidarios de los dos candidatos, y por las acusaciones de fraude electoral por parte de los seguidores de Odinga. De hecho, y es el argumento de Ngina Kirori, periodista keniana, en “Au Kenya, la fronde des citoyens contre les violences électorales” (El enfado de ciudadanos contra las violencias electorales), si la Justicia es cada vez más neutral y eficaz en las disputas políticas, se debe también a que el pueblo llano ha comenzado a reaccionar contra la violencia de los políticos y de sus partidarios. El artículo de Ngina Kirori, lo mismo que el de los cameruneses Chief Bisong Etahoben y Elisabeth Banyitabi que comentamos hace unos días, apareció primero en Zam Magazine, y luego, en su versión francesa, en Afrique XXI.

Kirori cita “Gangland”, un documental dirigido por Dennis Okari, en el que se describe el período previo a las elecciones de agosto de 2022. En dos semanas, cinco mujeres fueron asesinadas en Mawanga, en el condado de Nakuru, centro-oeste de Kenia. Además de mostrar la violencia que acompaña a la pugna por un lucrativo cargo político, Gangland revela cómo la violencia sexual apareció, en palabras de la Comisión de Derechos Humanos de Kenia (KHRC), “como un arma de subyugación”. Según Kamau Ngugi, director ejecutivo de KHRC, “Estas violaciones están destinadas a enviar el mensaje de que un área en particular ha sido ‘conquistada’ por un grupo en particular”. Según un miembro de una pandilla, el objetivo del terror es obligar a las personas a votar por candidatos específicos o a “no abandonar sus hogares en absoluto”. Es decir a abstenerse. Según un recuento llevado a cabo tras elecciones de 2017, 92 asesinatos y 201 violaciones podrían estar directamente relacionados con las elecciones de ese año. Pero un viento de cambio está soplando a través del país: ahora, una franja de activistas y candidatos se niegan a permanecer en silencio ante la violencia. Y según la mayoría de los observadores, las elecciones de 2022 fueron más libres y pacíficas. Ramadhan Rajab, de Missing Voices Kenya, un grupo de organizaciones cuya misión es poner fin a las desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales en el país, atribuye esa evolución a “varias iniciativas de paz de la sociedad civil”. Hay que atribuirla también a la valentía y ejemplaridad de numerosos ciudadanos. Kirori menciona entre otros a Irene Nyambega, residente de Nairobi y líder comunitaria, que se enfrentó a las amenazas de un grupo de vigilantes de Mathare que quiso impedirle que mostrara en su ventana un cartel de su candidato. El presidente de la IEBC del condado de Wajir, en el este, y fronterizo con Somalia y Etiopia, Mohammed Kanyare, se negó a “cambiar” uno de los formularios con los resultados de la votación, y ello a pesar de haber recibido un balazo en la pierna. Algo semejante le costó la vida a Daniel Musyoka, agente electoral en Embakasi Est, un suburbio de Nairobi.

Que algo esté cambiando parece haberlo confirmado en 2022 el número de candidatos independientes, entre los cuales 6.000 mujeres (50 % más que en 2017). Su presencia fue muy evidente, sobre todo en los condados: 102 elegidos de un total de 290 representantes. La vieja política, identificada con la violencia, ilusiona cada vez menos. La está sustituyendo la esperanza activa de una política más cercana, transparente y pacífica.

Ramón Echeverría

[CIDAF-UCM]

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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