Por Gemma Solés y Javier Domínguez
El desierto no entiende de fronteras. Allí donde Argelia, Libia, Mali y Níger se tropiezan existe un hábitat de arena que abriga a los tuareg. Conocidos por los árabes y occidentales como “el pueblo del velo”, llevan décadas arrastrando el estigma de los prejuicios. La historia los ha retratado como el enemigo secesionista del norte para los Gobiernos de Bamako y Niamey. Desde 2012, la mirada occidental los ha postrado en el islamismo puritano cuando el Sahel se llenó de yihadistas. Con el coqueteo de algunos tuaregs con el Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), el desierto se convirtió en sinónimo de conflicto. Pero entre el desorden, la música se levanta como un arma de resistencia, con ciertos nombres catapultados en la arena internacional como embajadores de la paz. Este es el caso del guitarrista Omara Moctar (Níger, 1980), también conocido como Bombino.
“Los tuareg estamos repartidos por siete países conectados por el desierto del Sahara. Donde hay tuareg, hay cierta cultura viajera derivada de nuestra tradición nómada. Los magrebíes nos llaman los chômeurs porque creen que no nos gusta trabajar”, dice Bombino a Wiriko durante una entrevista en Madrid, ciudad que visitó el pasado verano para dar un concierto. De este mote francés que significa desempleado, deriva la palabra Tichumaren, el nombre que recibe el Blues del Desierto. Hoy, el arma tuareg para la democracia, la paz y la justicia histórica de un pueblo dividido geográficamente y unido bajo el pulso de las guitarras. En ella, política y música van de la mano.
“Hace falta posicionarse como artista si se quieren mejorar las cosas. Eso no significa que animemos a que la gente participe en enfrentamientos directos, pero sí que intentamos que se sepa qué es y qué no es justo en democracia”, advierte Bombino.
Los tuareg han sido históricamente marginados de la política y de las decisiones que los afectan directamente. La rebelión de 2007 tuvo como detonante el monopolio de la extracción de uranio en el norte de Níger, cuya actividad produce radioactividad en los acuíferos de los que depende la vida de los tuaregs. Por ello, Bombino reclama que hay que equilibrar las cosas dentro de cada Estado «para que el pueblo tuareg tenga derecho a trabajar y desarrollarse como el resto”. Pero las reivindicaciones de su pueblo fueron silenciadas entonces con las armas, abocando el desierto a la guerra. Miles de civiles fueron víctimas de un conflicto que los llevó a buscar refugio en los países fronterizos y muchos tuareg se convirtieron en exiliados y refugiados.
Bombino, sin embargo, se muestra crítico con ambos conceptos. “He vivido como exiliado dos veces, después me he convertido en un viajero. Para mí un exilio no es más que un viaje. La imagen que se tiene de un exiliado es negativa, es la imagen de alguien que no puede escoger. Cuando te exilias, sales de tu casa, buscas una solución al problema que sea que tengas en tu casa. Pero, ¿acaso es tan distinta una cosa de otra? Yo no soy un exiliado, soy un nómada”, reivindica haciendo honor a sus raíces.
Yo no soy un exiliado, soy un nómada
A pesar de que la mayoría de exilados tuareg viven en otros países africanos, Bombino se muestra indignado ante la situación de los refugiados en las fronteras europeas. “Ser refugiado es algo que no se comprende si no se ha vivido. Ser un refugiado no significa ser un criminal o un ladrón. Es la situación que vive alguien que ha tenido que huir de su casa a causa de una guerra o un conflicto. La pregunta es, ¿por qué negar la entrada a un refugiado? Hay niños, hay mujeres, hay ancianos, que necesitan del amparo internacional. Si hoy Europa no es capaz de ayudar a la gente que se encuentra en esta situación, no sé… Los mandatarios, que toman las grandes decisiones en este campo, deberían ser conscientes de que la humanidad se debe ayudar entre sí”.
El poder emancipador de la música
Sidi Allousseini y Adi Mohammed, ambos miembros de la banda de Bombino, fueron asesinados por las fuerzas armadas nigerinas en 2007. La guerra contra la música como arma cambio social estaba librada. “Los músicos tuareg siempre somos objetivo político, porque nuestras guitarras dan fortaleza a nuestra gente. Algunos viven de cantar en bodas o celebraciones, y muchos artistas han desaparecido en el trayecto entre sus casas y la fiesta donde iban a actuar. Lo único que tenemos en la montaña son nuestras guitarras y nuestra voz, pero son consideradas armas revolucionarias”, se lamenta Bombino.
La música, herramienta para educar culturalmente a las nuevas generaciones, se ha convertido en un enemigo del Estado. Pero también en un altavoz internacional de la causa de este pueblo seminómada, que a su vez, cuenta su realidad, rompiendo estereotipos, de escenario en escenario.
La monogamia dentro del Islam, el hecho de que sean los hombres y no las mujeres los que llevan velo, o que mantengan la organización familiar matrilineal, no son aspectos que se suelan conocer de una cultura musulmana. Sin embargo, Bombino subraya el rol crucial de las mujeres en su vida. “Tengo una esposa y dos hijas. Y es mi abuela a la que le debo todo. La que me crió. La que me ha enseñado todo lo que sé. Cuando le dije que quería ser músico, no estaba muy de acuerdo porque, lógicamente, ser un artista tuareg no es fácil”, relata sobre la mujer que lo acompañó durante su primer exilio.
“La vida no es sencilla para nadie, de hecho, en el desierto. Quizás es en el sector turismo que puedes tener un poco más de oportunidades”, cuenta el músico. Sin embargo, fue en la guitarra donde ha encontrado la fórmula clave para que las tradiciones tuareg no se pierdan. A pesar de todo, dice: “No me considero un tradicionalista. Yo hago música tradicional moderna”, a lo que añade que: “si utilizamos la misma palabra, música para referirnos a lo tradicional o a lo moderno, entonces estamos hablando de lo mismo. Porque la música siempre da oportunidades para expresar, sin prejuicios ni etiquetas”.
Los músicos tuareg siempre somos objetivo político porque nuestras guitarras dan fortaleza a nuestra gente
Con Azel, su último álbum, encandila una vez más y sumerge en la historia de toda una generación en búsqueda constante para la supervivencia del pueblo tuareg. Para él, su trabajo no es más que “un reflejo de experiencias y viajes. Simplemente, un reflejo de la vida”. Para muchos otros que no pueden permitirse alzar la voz ni hacer sonar las cuerdas de la guitarra, Azel —que en Tamasheq significa «las raíces o tallos de un árbol»—, es un paso más hacia ese espejismo llamado libertad.
Mientras tanto, Bombino se muestra esperanzado con el futuro. “Mi sueño es que África se recupere. Que vuelva a tener bonanza económica. Que haya estabilidad política. Que las guerras que han empezado con los “falsos revolucionarios” se pacifiquen y que la gente distinga aquellos que de verdad quieren el bien para sus pueblos de los que solo quieren crear conflictos para enriquecerse a ellos mismo”, remarca desmarcando la revolución acunada desde la música de la de los políticos. Y recuerda, “cuando tenía seis o siete años y todo el mundo nos decía que teníamos a demasiados dictadores en el continente. Curiosamente, entonces vivíamos mejor que ahora”.
Original en Blogs de El País – El País Planeta Futuro y Wiriko