“Quiero lío en las diócesis”, “Iglesia en salida”. ¿Es por ser argentino? ¿Por ser papa? Jorge Bergoglio, papa Francisco, utiliza a veces los vocablos de una manera novedosa, llamativa y bastante comprensible… que la RAE tendrá que tener en cuenta en su próxima edición del Diccionario de la Lengua. “Al igual que los magos, el creyente «nostalgioso» busca a Dios, empujado por su fe, en los lugares más recónditos de la historia, porque sabe en su corazón que allí lo espera su Señor”, nos dijo este viernes en la misa de Epifanía.
Ese día el término “nostalgia” apareció 12 veces en su homilía. Según la RAE nostalgia es “1.f. Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos. Y “2.f. Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. Pero para Francisco “la nostalgia de Dios tiene su raíz en el pasado pero no se queda allí: va en busca del futuro”. Y por ello “Fue esta nostalgia la que empujó al hijo pródigo a salir de una actitud de derrota”. “La nostalgia de Dios es la actitud que rompe aburridos conformismos e impulsa a comprometernos por ese cambio que anhelamos y necesitamos”.
El optimismo un tanto voluntarista latente en la “nostalgia según Francisco” contrasta con el pesimismo que reflejan dos textos que he leído recientemente. En primer lugar el último “CrisisWatch”, boletín mensual de The International Crisis Group (ICG), organización independiente fundada en 1995 tras las tragedias de Somalia, Ruanda y Bosnia, y que trabaja para ayudar en la prevención de guerras y en el fomento de políticas que favorezcan la paz. “10 conflictos que habrá que vigilar en 2017” es el título poco esperanzador de uno de sus artículos. Se trata de los conflictos en Siria/Irak, Turquía, Yemen, Sahel africano, RD Congo, Sud-Sudán, Afganistán, Myanmar, Ucrania y Méjico. Llama la atención, si tenemos en cuenta la posible radicalización en Myanmar de la perseguida minoría musulmana Rohingya, que el islamismo radical aparezca en seis de esos conflictos. Las cifras son escalofriantes: 12 millones de desplazados por la guerra de Siria/Irak; 2 millones y medio de refugiados en Turquía; más de 4 millones de desplazados en los países del Sahel; 4000 civiles muertos en Yemen desde que Arabia Saudita entró en el conflicto; tres millones de desplazados en Sud-Sudan de los que casi la mitad han huido del país; 27000 Rhingya que ya han huido hacia Bangladés… RD Congo parece el único conflicto que podría resolverse, ello gracias a la mediación de los obispos católicos del país. Mientras que el de Méjico podría agravarse si el nuevo presidente americano cumple sus promesas electorales.
Presentando el análisis del ICG, su presidente Jean-Marie Guéhenno, se muestra pesimista y señala las rivalidades regionales; la polarización y la demagogia causadas por el miedo; la incertidumbre creada por la reciente elección americana; la incapacidad política para afrontar los conflictos en profundidad. Última muestra de esa incapacidad es la de Europa, que siempre ha pretendido practicar una diplomacia de valores, pero que en los hechos, como en los casos recientes de los refugiados y de sus negociaciones con Turquía, se ha contentado con negociaciones tácticas y a corto plazo, incapaz de imaginar soluciones reales para los problemas de fondo.
El segundo artículo es el del redactor de la columna “Schumpeter” en The Economist del 24 de diciembre. La columna lleva el nombre de un economista del siglo pasado, “liberal” en cuanto que defendía que en los negocios las personas son mucho más importantes que las estructuras. El redactor observa la llegada de 2017 con pesimismo. La excesiva presencia del estado en la economía está favoreciendo a las grandes empresas, ahogando el espíritu de iniciativa y castigando a los pequeños empresarios. Las democracias intentan dar lo que el pueblo les pide a corto plazo y dejan de lado las inversiones que preparan el futuro. Se produce un círculo vicioso: el estancamiento económico genera populismo, pero ese miso estancamiento también se genera cuando se aceptan en exceso y a corto plazo las aspiraciones populares. Sin olvidar que aunque es cierto que el pueblo no es infalible, también lo es el que las élites se están comportando de manera engreída y egoísta.
¿Por qué politólogos y economistas no encuentran motivos para compartir el optimismo del papa Francisco? ¿No será porque vivimos en un interregno, los valores éticos tradicionales han perdido fuerza movilizadora, y aún no han surgido otros valores de recambio? En enero de 2004 el cardenal Ratzinger y el filósofo ateo Jurgen Habermas se encontraron para dialogar sobre los fundamentos prepolìticos del Estado liberal, basándose en las fuentes de la razón y de la fe. Se pusieron de acuerdo en cuanto al necesario control mutuo entre fe y razón, pero de ese diálogo no surgieron realmente los valores prepolíticos que buscaban. Tal vez sea el filósofo polaco Zygmunt Bauman, fallecido esta semana, quien más haya intentado fundamentar las decisiones éticas ahora que el pluralismo de la mundialización parece relativizar todos nuestros códigos morales. Pero finalmente su esfuerzo no llega mucho más allá de una declaración de intenciones.
Entre tanto, según los politólogos Trump venció a Clinton porque basó su campaña no en hechos y estadísticas sino en historias y mitos más o menos verídicos. Y el autor del blog “Erasmus”, que trata del fenómeno religioso, constataba en The Economist del 8 de enero, que para luchar contra el cambio climático, no basta con analizar los datos científicos. Para que la gente reaccione y actúe hay que proporcionarle historias. No son los datos o las estadísticas las que vehiculan valores sino las historias. Y aquí es donde el papa Francisco “juega con ventaja”. Sabe que al “nostalgioso” le espera el Señor en los rincones más inverosímiles de la historia. Y por ello no tiene miedo cuando ésta “nos cuestiona y pone en riesgo nuestras seguridades y verdades, nuestras formas de aferrarnos al mundo y a la vida”
Ramón Echeverría p.b.
Pamplona 10 de enero 2017