![]() |
![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]()
Búsqueda personalizada
![]() ![]()
![]()
|
Inicio > REVISTA > Cultura > Cuentos y relatos africanos > ![]() ![]() Puncel Reparaz, María Nace en Madrid y se educa en un colegio de religiosas de la Compañía de maría. Es la mayor de siete hermanos y empieza muy pronto a inventar cuentos para sus hermanos y hermanas pequeños. Al dejar el colegio estudia francés e inglés en la Escuela Central de Idiomas en madrid. Ha trabajado en Editorial Santillana como editora en el departamento de libros infantiles y juveniles. Ha escrito más de 80 libros y traducido alrrededor de los 200. Ha escrito guiones de TV para programas infantiles y colabora en las revistas misionales GESTO y SUPEGESTO . Algunos de sus libros más conocidos: "Operación pata de oso", premio lazarillo 1971 "Abuelita Opalina" . SM,1981 Un duende a rayas", SM, 1982 "Barquichuelo de papel, Bruño, 1996 No tener más que una mujer, traducido por María Puncel
27/03/2012 - Un hombre que tenía cuatro mujeres, no conseguía ponerlas de acuerdo en el rango que cada una de ellas quería ocupar en la casa. La más vieja pretendía el título de "bibi" porque ella era la primera que se había casado con el marido. La segunda quería también ser "bibi" porque decía que era a ella a quien el marido le había confiado las llaves de su cofre. La tercera decía: yo soy la primera, porque yo le he dado ya dos hijas, que algún día le harán rico. La última desposada decía que, evidentemente, ella era la primera puesto que las tres anteriores juntas no habían sido capaces de dar al marido suficiente consideración y felicidad.
La vida en esta familia, ya os lo imagináis, no era nada fácil. Cuando las tres primeras no atacaban juntas a la cuarta, se jugaban unas a otras malas pasadas. Un día, una escondía las llaves del cofre, que había conseguido birlar a la segunda y, entonces, el pobre marido no podía abrir su cofre para sacar el dinero que necesitaba para sus negocios. Pasaron unos días hasta que se encontraron las llaves, como por casualidad en las cenizas del hogar; y entonces la primera esposa le dijo al marido:
En otra ocasión, comiendo un guiso preparado por la primera, el marido se dio cuenta de que en las habichuelas o en la salsa de buey cocido, había polvo, cáscaras de caracoles aplastadas y hasta peores cosas aún. Evidentemente, todas sus mujeres, le querían mucho, al menos eso era lo que ellas decían; porque cada una se quería a sí misma muchísimo más que a él, tanto que no dudaban en exponer al marido a los peores accidentes con tal de triunfar sobre las otras. Las pobres hijas de la tercera sufrían todo tipo de maltratos cuando su madre estaba ausente. Las otras las echaban de las sillitas en que se atrevían a sentarse, les decían cosas desagradables, las pellizcaban y hasta les daban cachetes, con el pretexto de que habían "robado" carne o pan, cuando en realidad aquellas pobres pequeñas simplemente se habían terminado los restos de la comida y algunos rebojos de pan reseco. Una tarde, ocurrió un hecho tan grave que decidió al marido a no conservar más que una única esposa. Había traído del almacén cuatro cortes de tela para las cuatro mujeres, y para que no hubiera lugar a discusiones los trajo los cuatro del mismo tamaño y del mismo color; estaba la mar de satisfecho cuando le dio a cada una su pedazo de tela. Al principio, mientras cada uno pudo pensar que había sido favorecida con un regalo que las otras no habían recibido, lo agradeció, pero las cuatro estallaron en sollozos tan pronto como se dieron cuenta de que cada una había recibido un corte idéntico.
La segunda organizó más escándalo todavía: le dio una patada a la marmita que estaba sobre el fuego e hizo caer la comida del marido sobre las cenizas. La tercera gesticuló como una loca y se lanzó contra la segunda para arañarla. Las niñas se echaron a llorar a gritos, los perros de la aldea aullaron y todo el mundo se detuvo para contemplar el espectáculo. El marido intentó calmar a sus mujeres, pero estaban las dos tan ciegas de cólera, que se lanzaron contra él y casi le arrancaron las orejas y el pelo y le dejaron tirado en el suelo, maltrecho y lleno de la porquería del camino. La cuarta amenazó con tirarse al río, si el marido no reconocía en público que ella valía, ella sola, más que las otras tres juntas.
Todo esto que os cuento sucedió tal como os lo cuento. No es un algo inventado para divertiros. Por lo demás, vosotros sabéis bien que es así como pasan las cosas, cuando hay varias mujeres en una casa. ¿Qué hacer? El hombre reflexionó un poco y se dijo que lo mejor sería no tener más que una sola mujer. Y eligió a la que le había dado hijas. Una mujer que es la madre de mis hijas, siempre me será fiel, se dijo, y ella podrá realizar todas las tareas de la casa. Y estaré tranquilo. La amaré sin tener que repartirme, sin mentir y ella me amará, sin celos, sin egoísmo. Había que despedir a las otras tres. Y he aquí lo él propuso:
Así que las mujeres se instalaron para velar su sueño. Y no llevaba más de una hora dormido, cuando empezó a hablar:
Cuando se despertó, las otras tres batieron palmas y le revelaron las palabras de su sueño; la primera apenas había esperado a que se despertara del todo cuando ya había recogido sus marmitas y sus cestos y se había vuelto con su familia. La segunda noche, el marido volvió a soñar. Dijo apenas una hora después de haberse dormido:
Y las otras dos dijeron a la pretenciosa, que era la más joven y la más tonta:
Pero ella despertó al marido:
Y se fue furiosa. Ya no quedaban más que dos. Les dijo:
Pero antes de irse a dormir, tuvo necesidad de ir a buscar una cosa en su cofre y, al entrar en el cuarto de su segunda mujer, la sorprendió ocupada en sacar billetes y monedas y de anudarlas en su pañuelo.
Y no tuvo necesidad de escuchar la respuesta para convencerse de que su fiel clavera estaba a punto de desvalijarle. Detrás de ella estaban ya preparados fardos de telas, de colchas, de utensilios de cocina y hasta el fusil de chispa del marido que ella se disponía a llevarse.
El marido recuperó sus bienes y cerró el cofre. Para más seguridad se lo llevó a su cuarto. Dijo a la ladrona:
Luego, queriendo averiguar hasta dónde podía llegar el egoísmo de sus mujeres, se fue a ver a la que tenía dos hijas. Pero contra lo que había temido, allí lo encontró todo normal. La mujer preparaba la comida de toda la familia.
Ella no le dejó terminar la frase.
Así que el hombre no se tuvo, aquella noche, que tomar el trabajo de soñar. Se quedó con la buena, con la que le había dado dos hijas. Ella tuvo luego más hijos. Y en la casa no hubo ya más disputas, ni más porquerías en los alimentos, sino alegres voces de niños que, cada tarde, le salían al encuentro en el camino, y se agarraban a sus manos bailando. (Tomado del libro "Ce que content les noirs", pág.121) Texto original: Olivier de Bouveignes. Traducción del francés: María Puncel.
Comentarios
Las opiniones expresadas en estos comentarios no representan necesariamente el punto de vista del CIDAF-UCM. El CIDAF-UCM no se responsabiliza de las opiniones vertidas por los usuarios
|
Salvo que se indique lo contrario, el contenido de este sitio tiene una licencia Creative Commons Attribution 4.0 Internacional
Aviso política informativa | Política de cookies