Habría que poner esta frase en los manuales de quien va a trabajar en África o en las guías de viaje de los turistas. Este debería ser uno de los mandamientos que habría que tener en cuenta en todo momento. Lo que no se ve no quiere decir que no exista, parece una perogrullada pero es 100% purita verdad.
Nosotros, los blancos, venimos de un mundo teóricamente racional, desmitificado, donde de todo se sospecha, todo se pone en duda y todo se cuestiona. Venimos a África y en cuanto nos encontramos con ciertas concepciones locales no tenemos problema alguno en definirlas como supercherías de viejas, conceptos atrasados y creencias que hay que superar a todo precio. Recuerdo en este tema los enunciados de algunos proyectos de desarrollo que, en una formulación para mí un poco presuntuosa y con un innegable enfoque de superioridad, iban enfocados “a contribuir a un cambio en las políticas, las prácticas, las ideas y creencias de la población beneficiaria.” Como si todo cambio fuera de por sí algo positivo y como si nosotros supiéramos siempre mejor que nadie lo que la gente tiene que creer y pensar y los cambios que necesitan en sus vidas.
Pues bien, pasando de lo que la gente “tendría que pensar y creer” a lo que la gente “piensa y cree” en realidad, la hechicería es uno de esos temas que – a pesar de los avances tecnológicos y materiales – parece no perder actualidad. Para ejemplo un botón: Hace pocos días, en una de las dependencias del ayuntamiento de la ciudad de Lira apareció la cabeza putrefacta de una cabra. Es más, había aparecido en una oficina concreta cuyas dependencia no habían sido forzadas en ningún momento, por lo cual quien pusiera aquel regalo contó con la colaboración de alguien que tiene acceso a las llaves de aquellas oficinas.
Ante el insólito hallazgo, la gran mayoría de los trabajadores del municipio se negaron en redondo a entrar en el edificio, temiendo alguna consecuencia funesta y he aquí que no estamos hablando de gente “ruda, analfabeta y sin luces intelectuales” sino de funcionarios locales, ingenieros y otras hierbas todos con sus títulos superiores y universitarios y teóricamente mejor preparados para comprender el tema y poder racionalizarlo adecuadamente. Pues no, incluso estas personas se negaron a entrar en el lugar y pidieron la presencia de alguien que viniera a “limpiar” espiritualmente el lugar.
Afortunadamente, un policía que en su tiempo libre hace también de pastor evangélico vino al malhadado recinto y allí, en presencia de periodistas y micrófonos de las radios locales, hizo una invocación especial expeliendo y exorcizando a todo demonio o espíritu maligno que quisiera establecerse en esos muros. Solamente cuando el predicador terminó su petición para la intervención divina aceptaron los funcionarios municipales entrar y ponerse a trabajar, aunque me imagino que con tanta excitación no habría mucha concentración en el trabajo de aquella jornada laboral, sino que cada uno estaría mirando con el rabillo del ojo a sus compañeros y a todos los rincones asegurándose que no hubiera más signos de brujería o encantos sobrenaturales.
Se ha anunciado una recompensa de 500.000 chelines ugandeses para quien dé pistas sobre el hecho, aunque en verdad a quien deberían interrogar es a los cuatro únicos funcionarios que tienen la llave del departamento donde apareció aquel artefacto “diabólico.” No hay que ser Sherlock Holmes para saber que, aunque haya ensalmos por medio, normalmente las cabezas de cabra no son autotransportables.
Queramos o no, la hechicería existe y existirá mientras haya alguien que crea en ella y tema el poder de la misma. Definitivamente, hay ambientes que son un caldo de cultivo ideal para estas prácticas, pero eso no quiere decir que el “mundo civilizado” – para ciertas cosas tan racional y tan laico – sea un recinto libre de tales prácticas. Es un instrumento muy adecuado para aplicar ciertas dinámicas y es una fuente de poder y de enriquecimiento económico para ciertas personas. Nunca se debería caer en la tentación de menospreciar su influjo o etiquetarla rápidamente como un mero apéndice cultural. No hay más que ver la tragedia de los miles de albinos en África del Oeste que ahora viven escondidos en lugares y poblados inaccesibles, protegidos por su familia y en constante temor de que un día un irresponsable venda su carne, utilizada en rituales de hechicería “para fomentar riqueza.” No estamos hablando de cuentos de brujas para atemorizar a niños fácilmente impresionables; es la cruda realidad que se vive en ciertas culturas africanas.
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