Esta frase se la oí a un veterano misionero. A veces parecía una perogrullada pero en estos años en África he descubierto la gran verdad que encierra. La pobreza material se subsana… pero la ignorancia del que no quiere aprender ni siente que lo necesita es la que mantiene a ciertas personas en una situación de indigencia y de postración.
Les cuento ahora una historia que me pasó hace varios años, viviendo con una tribu sudanesa cuyo nombre omitiremos por caridad. Los miembros de esta tribu eran en su gran mayoría expertos agricultores, bendecidos con una tierra fertilísima y con un clima que hacía posible hacer al año casi tres cosechas. Con tales condiciones, no tendrían problemas para prosperar, pero el hecho es que no terminaban de salir de la pobreza. Vivían en míseras cabañas (había un dicho popular que los miembros de esa tribu, la primera vez que utilizaban en su vida el cemento era cuando les hacían la tumba) y temían prosperar materialmente debido al miedo al “mal de ojo” y esta actitud les hacía ocultar cualquier signo de riqueza.
Debido a la guerra civil de aquel país, llegaron a aquel rincón algunos miembros de otra tribu que tenía un espíritu más aventurero y emprendedor. Estos se dieron cuenta en seguida que una de las mayores oportunidades que se presentaban en aquel contexto particular era el transporte. De hecho, los agricultores locales eran capaces de producir mucha cantidad de frutas y verduras, pero podían transportar muy poco al mercado, ya que dependían exclusivamente de bicicletas y también por una razón que no era baladí: los locales se negaban en redondo a trabajar con burros y bestias de tiro, por lo cual no tenían carretas que les ayudaran a transportar sus productos. Esta tribu de advenedizos puso manos a la obra, compraron animales, construyeron elementales carretas y en poco tiempo consiguieron acumular unos ciertos beneficios que los más jóvenes invirtieron sobre todo en pagarse sus gastos escolares. ¿Quieren creer que los locales les tomaron tirria a los de fuera, simplemente porque se habían beneficiado materialmente de una actividad que ellos mismos despreciaban? Hasta hoy, en aquel lugar hay una gran rivalidad entre los dos grupos y me pregunto si no será este uno de los factores determinantes.
Es cierto que la pobreza a veces surge al calor de factores económicos y ambientales desfavorables… pero es también una realidad que se perpetúa donde no se abren nuevos caminos y dimensiones. Otro ejemplo que ha ocurrido en mi entorno hace pocos días me parece iluminador.
Paul es una persona bien conocida en el sitio donde estoy. En un periodo anterior de su vida fue hechicero y la gente acudía a él para descubrir porqué el niño en cuestión había enfermado o buscando métodos para alcanzar sus objetivos. Llegó un momento en el que, debido a un encuentro con un misionero, dejó esta actividad y se dedicó completamente a que otros “compañeros de profesión” hicieran los mismo, desvelando secretos y trucos que los hechiceros utilizan para aprovecharse del miedo y la vulnerabilidad de la gente.
Hace algunas semanas, un equipo de la BBC que investigaba casos de sacrificios de niños asociados con hechicería vino por esta zona buscando a personas que pudieran aportar algunos testimonios sobre actividades parecidas. Tardaron poco en dar con Paul y conocer su historia de antiguo hechicero y decidieron hacer algunas tomas sobre sus actividades. Como Paul no sabe nada de inglés, se recurrió a la ayuda de un traductor que acompañaba al equipo de filmación. No se sabe si fue por que al hombre se le calentó la boca al hablar delante de las cámaras… el hecho es que durante ese programa, Paul confesó que, para ser aceptado como hechicero “oficial” tuvo que sacrificar su hijo, y no solo eso sino que luego inició a otros 70 hechiceros que a su vez tuvieron que sacrificar a otros niños.
De todo esto, nadie sabía nada hasta que los de la BBC decidieron mostrar el documental tanto en la televisión británica como en la página web. Ni que decir tiene que la proyección del documental – que se rodó exclusivamente en Uganda – levantó heridas e hirió sensibilidades sobre todo en la clase política del país. No faltó quien dijo que al tío ese lo tenían que meter en prisión, sobre todo “por dar una mala imagen del país.”
Del presidente para abajo, muchos políticos y encargados de las fuerzas de seguridad se movilizaron para buscar a Paul y casi ni tuvieron que hacerlo porque el pobre se había ya presentado en la comisaría. Después de largos interrogatorios, lo que quedó en claro es que, ante la perspectiva de un equipo de periodistas interesados dispuestos a pagar bien por la información, Paul cantó Tosca y La Boheme en un mismo concierto y exageró detalles truculentos que hicieran más atractiva la historia, se inventó la historia del sacrificio de su hijo (que en realidad según se sabe en el pueblo no murió sacrificado sino de sarampión) y la de los otros sacrificios que sus correligionarios tuvieron que hacer. Todo por el equivalente de 75 Euros.
Ahora Paul, que disfruta de libertad bajo fianza, aparece en los periódicos y su presunta “historia” se vuelve contra él. Se ha caído con todo el equipo simplemente por querer tener sus 15 minutos de gloria y un poco más de liquidez en su bolsillo. Todavía no se sabe cuáles serán las consecuencias legales de su acción pero la cosa no tiene visos de resolverse fácilmente.
Así son las cosas… a veces somos los mismos humanos los que nos metemos en la boca del lobo. Podemos culpar al destino, a la mala suerte o a los dioses del Olimpo, pero es inapelable que a veces nuestra cerrazón de mente es la causa principal de algunas de las calamidades que nos acontecen. El desarrollo es también superar ciertos condicionantes y abrir nuevas perspectivas que nos liberen.
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