¡No acusemos a la “primavera árabe”!
21/09/2012, Le Monde, por Olivier Roy*
¡Y vuelta a empezar! ¿Pero qué? ¿La gran guerra de las civilizaciones, la “cólera musulmana”, el mundo islámico que se incendia, la incapacidad del islam para aceptar el espíritu crítico y la libertad de pensamiento?
Pero cuando miramos de cerca los hechos, ¿qué vemos? Algunos miles de manifestantes en Túnez y en Benghazi, es verdad muy violentos, y algunos pocos más en El Cairo; en Afganistan , un atentado más de una larga serie que resulta de otra lógica, y en París algunas decenas de jóvenes supuestamente salafistas que van a rezar delante de la Embajada americana y se sorprenden de ser mal recibidos. Y para la gran masa de musulmanes, la pasividad, por no decir la indiferencia.
Una vez más el desfase entre los títulares y la realidad es asombroso. Evidentemente, es porque la opinión pública ve la realidad a través de un cliché tenaz: el mundo musulmán es uno, y hasta que una reforma profunda no haya tocado al islam, éste no acabará de entrar en la modernidad, decimos.
De hecho, las protestas y la forma que están tomando no pueden comprenderse hasta que no se disocien los dos planos: el religioso y el político. El reto que representa el blasfemo no es propio al islam, pero, en lo que se refiere a la violencia política, es una consecuencia del proceso de transformación que atraviesa el Medio Oriente.
Desde La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese en 1988, hasta Golgota Picnic, de Rodrigo Garcia en 2011, pasando por la malversación de la Última Cena por el publicista Marithé y François Girbaud en 2005, ciertos ambientes cristianos manifestaron con el propósito de bloquear el espectáculo o el cartel ( a veces violentamente), y la Iglesia católica tomó algunas medidas, pacíficas, para intentar prohibir el objeto del escándalo (el cartel publicitario de la Cena, por ejemplo).
Hoy, tanto la Iglesia como los musulmanes hablan del “sufrimiento” del creyente y de su indignación ante los incesantes ataques contra lo sagrado. Es síntoma de la disociación creciente entre comunidades de fe que no quieren sufrir más en silencio y una cultura secularizada que no ve en el fenómeno religioso más que algo extravagante o fanático. Por el contrario, la violencia contra las embajadas americanas, por muy minoritarias que sean, es algo muy político. Las tres primeras embajadas atacadas se encuentran precisamente en los tres países que hicieron la “primavera árabe” (Túnez, Egipto y Libia), y el único Estado que intenta tomar la cabeza de la protesta, Irán, es también el estado cuya posición ha sido socavado casi enteramente por esta misma “primavera árabe”.
No son los autores de las “primaveras árabes” los que han atacado las embajadas americanas, ni siquiera son los primeros que han beneficiado de las elecciones, los Hermanos musulmanes y En Nahda, al contrario, son los que han desviado a los países árabes de su verdadero combate. Haría falta que la opinión occidental comprenda por fin que las sociedades árabes están tan divididas y son tan complejas como las nuestras, sus vecinos del Norte.
Los salafistas tunecinos rechazan la democracia, rehúsan toda visión nacional (arrancan la bandera tunecina más a menudo que la bandera americana) y quieren atraer Túnez en el cuadro de la Umma imaginaria y militante que promueven.
Es por lo tanto normal que hagan todo por imponer el terror y la guerra civil. En Libia, son los yihadistas locales, incapaces de pesar en las elecciones locales, los que han atacado – la mano de Al Qaida no estaría lejos, al acecho para vengar un buen número de sus muertos.
En Egipto, es más complejo, porque una parte de los salafistas han entrado en el juego de las elecciones, lo cual explica hasta el menor movimiento de violencia de los manifestantes. En cuanto a los islamistas en el poder, se encuentran de facto en una configuración pro-occidental (hostilidad a Irán y voluntad de tejer lazos económicos con occidente), pero con dificultades para clarificar sus posiciones hacia los salafistas (en Túnez, el ministro del interior es partidario de la represión, pero el jefe histórico de En Nahda, Rached Ghannuchi, se opone por el momento).
Para terminar, ofreciendo la voz a la mayoría del pueblo en perjuicio de los regímenes, la “primavera árabe” ha puesto en causa los equilibrios geoestratégicos del Medio oriente, articulados hasta ahora alrededor del conflicto israelo-palestino.
En adelante, el conflicto mayor, es el que opone un eje sunnita (Hermanos musulmanes a los saudíes pasando por Turquía), y el eje chiita alrededor de Irán y de sus aliados (el Hezbollah y el régimen sirio). Y de hecho, el primer eje comparte, al menos en este momento, la misma obsesión de un Irán nuclearizado, lo mismo que se encuentra en Israel, en París y en Washington.
Así se comprende que Irán y el Hezbollah tienen mucho interés en movilizar la “calle árabe” contra el Occidente, para intentar retomar el liderazgo moral que ejercieron brevemente después de la guerra del Líbano en 2005: por lo que se comprende las alzas en la subasta sobre Salman Rushdie. Pero ya es demasiado tarde: la “calle árabe», de Alepo a Trípoli, están en otra guerra que no es precisamente la de las caricaturas árabes.
*Profesor universitario en el Instituto universitario europeo de Florencia donde dirige el programa europeo.
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