Uno encuentra nigerianos en casi todos los ajos y en casi todos los sitios. Y en general, en todo lo que hacen, malo o bueno, suelen ser brillantes. Escritores como Chinua Achebe, Wole Soyinka o Chimamanda Ngozi Adichie son mundialmente conocidos. Como también lo son las redes de prostitución que, desde el estado nigeriano de Edo y su capital Benin City, exportan a miles de chicas hacia Europa. En el mundo del hacking, el BEC (Business Email Compromise), una estafa de correo electrónico de phishing, con su epicentro en Nigeria, es uno de los tipos más comunes de ciberataques y cuesta, según el FBI, miles de millones de euros al año. Al mismo tiempo, en el terreno musical, los artistas nigerianos, desde el legendario Fela Kuti hasta las superestrellas modernas del afrobeat (Rema, Burna Boy, Davido, Ayra Starr…), han superado constantemente los límites y creado nuevos sonidos, estilos y géneros, que siguen influyendo de manera importante en la industria internacional de la música.
Visité Sudáfrica en las navidades de 1992-93. Allí asistí al funeral de la activista anglo-sudafricana Helen Joseph (presidió Desmond Tutu y Mandela pronunció el panegírico), y quise llevarme un recuerdo musical de mi estancia. Sólo tras mucho caminar conseguí hacerme con un cd del grupo de Johnny Clegg, el músico sudafricano blanco que, en el apogeo del apartheid, se atrevió a cruzar la división racial para crear e interpretar música con artistas negros. Y es que en la mayoría de las tiendas que visitaba, lo que más se encontraba, a veces lo único, era música nigeriana. Porque era muy popular en Sudáfrica, pero también por los muchos emigrantes nigerianos que ya entonces allí habitaban. Difícil calcular su número, pero según estimaciones de 2023, Sudáfrica albergaría ahora casi medio millón de nigerianos, la mayoría en situación ilegal, concentrados esencialmente en las provincias de Gauteng, Kwazulu-Natal y Cabo Occidental. Se trataría principalmente de pequeños empresarios, trabajadores alta o medianamente calificados, estudiantes y dependientes.
Su integración no es siempre fácil. Particularmente violentas fueron en 2022 las manifestaciones contra los emigrantes (“Operación Dudula”). “La xenofobia asoma su fea cabeza en Sudáfrica. Los extranjeros son chivos expiatorios de los problemas del país”, denunció entonces Human Rights Watch, que el pasado 6 de mayo constataba cómo “Los candidatos a las próximas elecciones generales de Sudáfrica han estado utilizando a los ciudadanos extranjeros como chivos expiatorios y demonizándolos, con el riesgo de avivar la violencia xenófoba”. “Trato de no mostrar de dónde soy ni parecer nigeriana”, declaraba en Al Jazeera el pasado 17 de septiembre Anita Odunyao Solarin, una nigeriana de 21 años que ha pasado toda su vida en Sudáfrica. “Los sudafricanos tienen la idea de que, si no eres uno de ellos, no mereces estar aquí”. Anita reaccionaba así tras lo ocurrido a Chidimma Adetshina, estudiante de derecho nacida en Johannesburgo de madre sudafricana de origen mozambiqueño y padre nigeriano, aspirante al título de Miss Sudáfrica, y obligada a abandonar tras una campaña intimidatoria. “No podemos permitir que los nigerianos compitan en nuestro concurso de Miss SA”, había declarado el ministro de Deportes, Artes y Cultura de Sudáfrica, Gayton McKenzie, conocido por su retórica xenófoba. Adetshina ha emigrado a Nigeria, y se ha presentado al concurso Miss Universo 2024, esta vez representando a Nigeria.
Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en 2024 viven en la diáspora unos 17 millones de nigerianos (229 millones es la población estimada de Nigeria). Sudáfrica, Ghana y Costa de Marfil son los países africanos con más nigerianos. En un artículo del 31 de enero para la DW durante la última Copa Africana de Naciones (AFCON), Olaf Jansen escribía: “Los nigerianos han estado viviendo en Costa de Marfil incluso antes de la independencia del país. Conocí a muchos jóvenes marfileños de ascendencia yoruba en el estadio de Abiyán. Hablan yoruba y francés con fluidez, pero no pueden hablar inglés. También hay un lugar en Adiyán conocido como “Biafra Village”, en el que comerciantes igbo han vivido durante más de 5 décadas”. En su artículo, Jansen citaba a Okafor Chinonso, oriundo del sureste de Nigeria y residente en Abiyán desde 2009: “Lo que me encanta del pueblo es que el fútbol es un factor de conexión”. Okafor vestía una camiseta naranja de Costa de Marfil, que tenía mucho significado para él. “Soy de Nigeria, pero me siento africano. Mis mejores amigos son de Burkina Faso, Malí y muchos de ellos son de Costa de Marfil”.
Con todo, a donde más aspiran emigrar los nigerianos es a los países occidentales, especialmente Canadá, Estados Unidos y Gran Bretaña. 141.000 nigerianos llegaron al Reino Unido en 2023. Estudiantes y no estudiantes en búsqueda de oportunidades. A los cinco años, y tras haber mostrado un buen nivel en inglés, y un conocimiento suficiente de las costumbres británicas, podrán hacerse “residentes”. Muchos terminarán siendo británicos. Algunos llegarán a ser parte de la “élite”. “How British-Nigerians quietly made their way to the top” (Como algunos británicos-nigerianos han llegado silenciosamente a la cima), fue el título de un artículo del The Economist del 2 de octubre. El artículo nos habla, entre otros, de Adejoké Bakare, cuyo restaurante sirve platos nigerianos como el “moi-moi” y la “mosa”, y que acaba de ganar su primera estrella Michelin. De Kemi Badenoch, uno de los cuatro principales aspirantes al liderazgo del Partido Conservador, es un buen ejemplo. Y del joven Bukayo Ayoyinka Temidayo Saka (acaba de cumplir 23 años), que juega como extremo derecho en el Arsenal y en la selección nacional de Inglaterra. Que sí. Que uno encuentra nigerianos y nigerianas en casi todos los ajos y en casi todos los sitios. Y, en general, en todo lo que hacen, malo o bueno, suelen ser brillantes.
Ramón Echeverría
CIDAF-UCM