POR QUÉ DIGO NERVIOS SI TODO ESTÁ TRANQUILO? ¿TODO ESTÁ TRANQUILO? Señoras y señores: el momento de la verdad ha llegado. Por fin sí, nos encontramos en la fase decisiva, la etapa final, el momento que muchísima gente lleva ansiando desde hace tanto tiempo. Todos están llamados. A decidir el futuro del país en los próximos días, en las próximas horas. Así lo llevan recordado los aspirantes desde hace meses vendiendo a su vez su producto como el único que puede conseguir la salvación. Ahora se habla en plural y se mira a la cara, a los lados, a lo lejos. Todo por el pueblo.
¿Por qué digo nervios si todo está tranquilo? Se oyen los helicópteros. Desde todas partes del mundo aterriza gente. Blancos, negros, bajitos, flacos, rosados, turbantes, militares, se presentan a la cita con una puntualidad suiza, una expectación juvenil. Son muchos los que vienen. Otros han huido. Alerta máxima. Achtung baby. Gente y más gente, coches y más coches.
En la oficina ya nos han dicho que pobre de aquel que sea visto en las calles a partir de las ocho de la noche. Una voz enigmática y de risa nerviosa llama por teléfono de vez en cuando para asegurarse de que estás en casa. El control se ha reforzado también con unos teléfonos satélite Sony que debemos utilizar cuando vemos algo, cuando alguien necesita ayuda, cuando dos y dos ya no son cinco.
Por el Snake barrio, parece que el día a día transcurre con normalidad, si no fuera por los extraños cánticos tribales que últimamente se escuchan a la noche. Unos cánticos que hacen recordar a algún sacrificio sagrado. Caras pintadas de amarillo. Cortar una cabeza. Aparecer al final de La noche boca arriba, ese cuento extraordinario de Julio Cortázar.
Todo está tan tranquilo, que las casas se están reforzando con más barrotes de acero, se elevan las verjas, se cierran candados, se oyen taladros, se instalan ventanas de emergencia, los extintores ya son parte del mobiliario. Todo está tan tranquilo, que a la policía se la ve más de lo normal nino nino nino, y la gente se apresura a comprar provisiones preparándose para un hipotético confinamiento: ya no queda aceite, no es fácil encontrar lechugas y el gas ya es un bien preciado que ha desaparecido misteriosamente de la ciudad. Al parecer, la comunidad libanesa ha escondido las bombonas, el precio se ha disparado y conseguir gas ya es toda una proeza que se logra por medio de un contacto apropiado y unos buenos billetes en la mano. Entonces suena un teléfono… Y de fondo, acompañando a los días, se oyen a lo lejos proclamas, altavoces y otras soflamas, estribillos estridentes, gente desgañitándose, una fiesta lejana y progresiva. Que avanza y que avanza.
La tranquilidad ya duda de sí misma (es tan humana) en el Snake Hotel donde hay durante estos días un gran ambiente. Ayer sin ir más cerca, no cabía un alfiler, rebosado de agregados con sus acreditaciones, sus maletas, sus polos blancos y sus carpetas. Cientos de mandíbulas al mismo tiempo, ñam, ñam, y los tenedores y los cuchillos resonando más que nunca, ton, ton, tin.
Todos acuden.
A las reuniones de seguridad que se suceden a un ritmo vertiginoso. Se avisa: prohibido aterrizar en la ciudad de madrugada, prohibido marcharse del país de noche, prohibido acercarse por la avenida Matum, prohibido traerte a la mujer si hubiera o hubiese, prohibido invitar a nadie a tu casa, prohibido hacer el tonto, prohibido conducir rápido, prohibido vestir camisetas amarillas, rojas y azules, prohibido sacar fotografías, prohibido hablar demasiado. ¿Quieres algo? Todo por escrito, permisos, llamadas.
Se hacen apuestas. ¿Quién es el mejor? Todos hablan de los aspirantes. Algunos creen que él, el otro cree que aquel, está claro que será ella, no, no puede ser, va a ser él. Serán dos, luego uno, o tal vez al revés. Algunas risas. Seriedad. Rumores, son rumores. ¿Quién es el mejor? Los africanos discuten, pero callan sobre el aspirante idóneo. “Es nuestro secreto”.
Todo está tranquilo. Tan tranquilo, que la irritación y la sensibilidad han subido unos cuantos peldaños. La caída de un bolígrafo bic al suelo molesta muchísimo, los pasos apresurados fastidian una barbaridad, la lentitud saca de quicio. Hay que contar hasta diez. Contar hasta diez. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, diez, diez y diez. Ah. Diez. Todos preparados. Para el momento que todo el mundo lleva esperando desde hace mucho tiempo. Pero este momento saluda de espaldas, de perfil. Y es que a veces las grandes ocasiones pasan con la misma liviandad y subrepticia de la magdalena de Proust en Por la parte de Swann ¿Así que esta era la famosa escena de las magdalenas? se pregunta el lector.
El día de las olimpiadas, el día del examen, el día de la final ha llegado y la expectación es tanta que todo el mundo está esperando una película perfectamente rodada y planeada. Pero resulta que la peli no tiene guión, sino unos actores sin papeles, un director invisible, un escenario rendido a la espontaneidad, un suprarrealismo sumido en el presente inmediato que sólo provoca confusión y preguntas ¿qué está pasando?
Todo está tranquilo, muy tranquilo.
Original en Las Palmeras Mienten