En 2007, Nereo Cabello se trajo a África 64 cabras de Tenerife, La Palma y Fuerteventura, sesenta hembras y dos machos. Y no les ha ido tan mal. Aunque algunas hembras han muerto, otras han parido con éxito. Y pese a haber vendido machos «para raza», en la actualidad la cabaña caprina de este palmero que lleva 23 años viviendo en el norte de Senegal es de 30 adultos y 20 baifos. Este es un retrato de Nereo, como le conoce todo el mundo en Saint Louis, el médico palmero que un buen día se metió a agricultor en Senegal porque, como dice él, «la tierra me persigue».
A Nereo no le gusta la prisa. Si no tienen tiempo, mejor no vayan a verlo. Todo lo hace con pachorra. Conducir, hablar, caminar. Es difícil imaginarle en la vorágine cotidiana de una gran capital. Pero no. Él vive en las afueras de Saint Louis, ciudad situada al norte de Senegal, y se pasa casi todo el día en su finca de Savoigne, a unos 40 kilómetros de la vida urbana, en pleno campo, tan alejado del ruido y las carreras como de la prima de riesgo y el rescate financiero.
Nació hace 62 años en Puntagorda (La Palma) y tras estudiar en Tenerife y Granada decidió que su mundo conocido se le había quedado chico. En 1975, con sólo 25 años y el título de Medicina bajo el brazo, se fue a un remoto rincón de Perú llamado San José de Sisa (departamento de San Martín) donde poder ejercer su profesión a su manera, en un centro público y en contacto directo con la gente.
Tras doce años de estancia en un lugar al que sólo se podía llegar en avioneta, Nereo regresó a Europa. Entre 1988 y 1989 se especializó en Medicina Tropical en Burdeos y allí entró en contacto con la ONG Médicos del Mundo que buscaba profesionales sanitarios para atender la crisis de refugiados que se produjo a consecuencia del conflicto entre Senegal y Mauritania.
Así que África fue su siguiente destino. «Mi vocación era la cooperación y África era mi sueño. Las cifras de médico por habitante de este continente eran catastróficas y yo quería aportar», asegura. Se estableció en Podor, en la ribera del río Senegal. «Había miles de refugiados, atendía a 30 o 40 pacientes al día», explica. Nereo Cabello se refiere a los mauritanos negros que fueron expulsados a Senegal por el gobierno de Nouakchott en el año 1989, lo que provocó una grave crisis entre ambos países.
Tras su experiencia en el terreno de las emergencias, decidió quedarse en Senegal. «Saint Louis tenía un clima más agradable, había más facilidades y pensé que era un buen lugar», añade. Pero se topó con las restricciones legales a la instalación de médicos extranjeros y la idea de abrir una consulta privada se fue esfumando de su cabeza. Entonces miró al campo. «La tierra me persigue. Trabajé mucho con mi padre, que era agricultor, desde que tenía cinco o seis años». Un amigo senegalés le animó a pedir tierras al Gobierno que en aquel entonces estimulaba la inversión en agricultura para fijar a las poblaciones locales, hasta entonces mayoritariamente nómadas. Y se las dieron. Primero 14 y luego 46, lo que suman 60 hectáreas.
Las tierras de Nereo están a unos cinco kilómetros del río, del que se aprovisiona de agua a través de unos canales. Da gusto visitar su finca, en la que cuenta con una veintena de empleados según la época. Además de las siete hectáreas de plataneras que cuida con mimo, su tierra produce melones, sandías y frutales como mangos, mandarinas, limones, naranjas y pomelos. Y fue hace cinco años, en 2007, que se trajo las cabras.
«Quería hacer queso tierno, estilo canario, y me traje 64 cabras vía Mauritania». Algunas murieron, otras dieron crías y algunos machos los vendió para ir mejorando la raza senegalesa. En la actualidad le quedan 50, treinta adultos y veinte baifos. «Los animales están bien, aunque sufren mucho en la época de hivernage (entre julio y octubre aproximadamente, la estación de las lluvias) porque les sienta mal el calor húmedo. Las cabras aguantan mejor el calor seco», añade.
No produce mucho queso, aproximadamente un kilo al día que vende a unos diez euros a un establecimiento hotelero y a una carnicería de su querida Saint Louis, pero algo es algo.
Me gusta vivir aquí», confiesa. Hay valores tradicionales que para mí son importantes y que en Occidente se están perdiendo, como la autoridad en el seno de la familia o la hospitalidad. En Europa tienes la sensación de que la gente se estorba, ni se mira», añade Nereo. «Pero lo que me ha hecho quedarme 23 años es la sensación de que estoy haciendo cosas que aportan a los demás».
Entrevista publicada en La Provincia
Tomado de : Guinguinbali