Mundos clonados
Son las siete y media de la tarde; las luces de Kinshasa, titilando en el horizonte, no dejan a nadie indiferente. La silueta de esta gran ciudad, recortada por la oscuridad del fugaz atardecer tropical, borra cualquier idea estereotipada del imaginario occidental respecto a cómo tendría que ser una ciudad en el corazón de África Central. Rascacielos y luces de colores abarrotan la riba sur del majestuoso rio Congo. Yo me encuentro al otro lado, en la riba norte. Me digo a mí mismo que el espectáculo de resplandores y enormes edificios, visto desde Kinshasa debe de ser similar. No en vano muchos congoleños se refieren a Brazzaville como la “hermana gemela de Kinshasa”, eso sí, de dimensiones sensiblemente más reducidas.
Intento ordenar mis ideas después de una intensa jornada de trabajo de campo sumergiéndome en el goce que proporciona la observación participante, sentado en la terraza de un bar enclavado en el margen del río. Saboreo una cerveza muy apreciada en estas latitudes, fabricada aquí, en el Congo; una Mützig Class, curiosamente bajo patente francesa, pues la marca proviene de Alsacia. Pequeños detalles que en el fondo no son menores. Las referencias de un “pasado” colonial se dejan entrever a cada paso que doy. Colonización y Neocolonización, responde únicamente a un cambio de nomenclatura con la que se aborda una constante enquistada; las posiciones hegemónicas de dominio y la subalternidad perduran en el tiempo. La independencia del Congo es tan ficticia como ficticio es el origen africano de la cerveza que estoy degustando ahora mismo. Aparentemente se respira concordia, una transculturación “no forzada”. Los directores de orquesta se encargan a la perfección de que el ojo forano no detecte ningún signo de anormalidad en la soberanía de un país independizado de la metrópoli en 1960. A pesar de esta fraternal apariencia, solamente es necesario rascar sutilmente en la superficie para poder vislumbrar la subyugación de un pueblo, el cual hace ya mucho tiempo perdió el control de sus derechos y el rumbo de su propio destino. Las élites políticas, marionetas de Occidente, cumplen satisfactoriamente el guion establecido, haciendo buena y válida una de las frases definitorias del Neocolonialismo “White power in black face”, y ensanchando la brecha Norte-Sur para el grueso de la sociedad.
Este fragmento de mi diario de campo, realizado durante una investigación llevada a cabo en 2019, ayuda a comprender, en buena medida, la situación de abandono en la que se encuentra la promoción cultural propia en Brazzaville. Un abandono no tan solo causado por la inoperancia e incompetencia de los actores políticos encargados de la materia, sino también motivado por un continuismo académico que basa la formación de los jóvenes en los estándares que la metrópoli estableció en décadas pasadas.
La inmersión en el día a día de la sociedad congoleña evidencia una amalgama de realidades que no se refleja a nivel institucional. En el Congo, la colonización o neocolonización (a efectos prácticos para la población no representa un gran cambio), está tan presente a pie de calle como evitada en las conversaciones directas. El miedo a represalias políticas no es una cuestión del pasado, y las conversaciones comprometidas son susurradas al oído.
En cierta manera se trata de una cuestión jerárquica, pues las clases sociales altas, juntamente con la clase política (prácticamente son los mismos), presentan los estragos de la colonización de forma atenuada, si no inexistentes, y señalando los procesos de globalización como los únicos responsables de una transculturación inevitable que deviene mundial. Se rehúye cualquier responsabilidad política, obviando que la educación y la formación académica son la base para una sociedad más justa y equilibrada, y para el “amor a lo propio” de los futuros dirigentes del país. Hoy por hoy es un hecho que las élites continúan y continuarán formando a sus hijos, de manera insoslayable, en universidades francesas y belgas, ahondando la brecha de la estratificación social.
Aunque no se reconozca abiertamente, la sociedad congoleña es consciente de un populismo político que, por un lado, promulga con fervor la unidad nacional, pero que por otro lado permite el saqueo sistemático de un país que se encuentra en manos de compañías transnacionales petroleras. A cambio de inoperancia y silencio, los dirigentes políticos congoleños, juntamente con su círculo reducido de personas afines que los protegen, obtienen grandes réditos que, curiosamente, invierten en gran medida en la antigua metrópoli, mediante inversiones privadas multimillonarias.
Tal y como apunta Karounga (2007), contrariamente a las virtudes africanas basadas en la solidaridad, la hospitalidad, la honradez y el respeto a la vida de todos los seres, la gran mayoría de las autoridades africanas practican una política no tan solo de dictadura y corrupción, sino también de nepotismo, tribalismo y xenofobia. Los estratos bajos de la sociedad congoleña, a todas luces mayoritarios, son los verdaderos afectados de este perverso juego de alianzas.
Con este panorama en el país, usado a modo de despensa de recursos naturales, y gestionado por políticos corruptos que actúan como gobernadores de las colonias, no es de extrañar que la gestión de las cuestiones culturales se vea reducida a emular los antiguos sistemas coloniales.
Hoy, las lenguas locales del Congo, muchos de sus saberes tradicionales, o bien las representaciones artísticas, están heridas de muerte, y el anhelo legítimo para optar a una vida mejor del grueso de la población, castiga la cultura autóctona en favor de un concepto que tendría que formar parte tan solo de un oscuro pasado, el del evoluée.
No obstante, el peor síntoma de la situación descrita es la resignación y la asunción de que nada se puede hacer, de que no existe medio alguno para enderezar el estado de abandono en que se encuentra el valor de “lo africano” por parte de las instituciones.
Misioneros, negreros, exploradores, colonos o compañías transnacionales, entre otros actores, han influido y siguen influyendo de manera decisiva en el devenir de la cultura congoleña.
Todos ellos han sido, y continúan siendo, la semilla que ha conducido a la extenuación de las estructuras culturales ancestrales. La transmisión generacional africana, debilitada e imprecisa, no cuenta con la consistencia necesaria para arraigar en unas nuevas generaciones encandiladas por un mundo global que se les presenta mucho más atractivo, y sin el peso de unas tradiciones que en muchos casos consideran desfasadas y utilizadas a modo de control social represivo.
Joan López Alterachs
– Bibliografía:
- Karounga, K. 2007, “Migración poscolonial en Europa” a: Iniesta, F. África en diàspora: Movimientos de población y políticas estatales. Barcelona: Bellaterra
- Mouloudji-Garroudji. S. 2009, Déculturation, acculturation: Quel devenir pour l’Afrique? a: Essé Amouzou, L’impact de la culture occidentale sur les cultures africaines. Etudes africaines. Paris: L’Harmattan
- Muzungu, C. 2014, République démocratique du Congo: mondialisation et nationalisme. Paris: L’Harmattan
[Fundación Sur]
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