[Continuación]
Nzeé se levantó muy tempranito y se escondió detrás de la casa de los Etugu. A la media hora su amigo salió para afilar el machete en la esquina de su casa, y unos minutos después emprendía el camino de la selva, poniendo rumbo al norte.
Acababa de entrar en el interior del gran animal, y no terminaba de situarse dentro, cuando alguien le dijo. -Mbólo a mui Etugu (Hola amigo Etugu).
Etugu, asustado, giró la cabeza y comprobó que a su lado estaba su amigo Nzeé. Rápidamente entendió que aparte de haberle seguido y descubierto, conociendo a su amigo, también estaba al borde de una catástrofe.
– Vale, sé que me has sorprendido, pero… Aquí hay que seguir unas normas muy estrictas, de lo contrario, no saldremos vivos de aquí.– Dijo Etugu.
-Ok, entendido.– Le respondió Nzeé algo nervioso.
Nada más responderle a su amigo, Nzeé arrancó un buen trozo de carne y se lo llevó a la boca. ¡Ñam!
– ¿Que has hecho amigo? Te acabo de decir que tengas cuidado.
– Tenía hambre, mucha hambre, amigo.– Respondió Nzeé.
– Vale, pero que sea la última vez ¿De acuerdo?
– Sí, claro que sí.– Respondió de nuevo Nzeé
Nzeé, no hacía más que mirar hacia la zona del corazón del bicho, siguiendo todo el rato sus movimientos. Empezaron los dos amigos a cortar carne, y más cosas, para llevar, cuando Etugu vio que ya tenía lleno su ebará, una especie de cesta de mimbre utilizado por los hombres para la carga de alimentos y objetos varios. Giró la cabeza de nuevo para ver cómo iba su amigo y sorprendió a éste mirando fijamente al corazón del animal. Etugu se lanzó para frenar a Nzeé, pero ya era tardísimo. Su amigo había saltado sobre el corazón, arrancándolo de cuajo y de un solo tirón. Kraaaaaaaaaaacksz!!!
Se escuchó un gran grito de dolor. ¡¡¡BeeeeeeeeeeeeeeeeckkkkkkkkkkkkHIIIiiiihhhh!!!
Después del aullido, el gran animal se puso a correr, pegando saltos hasta que, minutos después cayó fulminantemente al suelo. La herida interior le acababa de causar la muerte.
Los habitantes del poblado salieron a observar con asombro aquel inesperado accidente que les había quitado a su dios. Algo grande estaba ocurriendo. Pensaron que era una especie de castigo divino; eso decían algunos mientras lloraban alzando las manos al cielo.
Etugu y su amigo Nzeé, muy nerviosos y sin saber qué hacer, se pusieron a discutir, culpándose el uno al otro.
– Has sido tú.– le dijo Etugu.
– Mentira. Tú habías llenado mucho tu ebará.– Le dijo Nzeé.
– ¿Qué tiene que ver? Te dije que no tocaras el corazón.– Le reprochó Etugu.
– Vale, tienes razón. ¿Qué hacemos ahora, listo?– Dijo Nzeé.
– Pues, a esconderse. Pronto tendrán que comenzar a descuartizar el animal o lo que sea… Ahora mismo no tenemos forma de salir de aquí.– Comentó Etugu
– ¿Donde te esconde tú?– dijo muy asustado Nzeé.
– Yo, yo, yo no sé qué hacer.– Contestó Etugu.- Me esconderé en el estómago del animal.– Prosiguió Etugu.
– No, nada de eso, ni hablar… Es lo que estaba yo pensando, me esconderé yo en el estómago.– Insistió Nzeé.
– Vale, siempre me haces lo mismo. Yo me esconderé donde pueda… Anda metete ya, adiós.– Dijo Etugu.
Cuando Nzeé se hubo metido en las tripas, Etugu se escondió en el intestino, entre las heces.
Muy pronto, los habitantes del poblado empezaron la tarea de descuartizar al gran animal. Nada más abrirle, para evitar el mal olor, alguien dijo– Saquen pronto las tripas del bicho y llévenlas a la abuela Mangue para que lo vaya a sacudir y lavar en el rio: Seguro que olerán muy mal.
Y así se hizo. La abuela llegó al río y, sin mirar el interior de los intestinos, comenzó a sacudirlos y a lavarlos. Así fue como Etugu pudo escapar río abajo y horas después se pudo juntar con su familia. Nada más llegar a su casa, lo primero que pidió a su esposa fue un buen vaso de káy-káy, una bebida local de unos grados de alcohol elevado.
Mientras, en el poblado, nada más sacado el hígado, se dejó ver un gran bulto en el interior del animal y todos dijeron al unísono– Ésta ha sido la enfermedad que le ha causado la muerte a nuestro dios.
Pero al acercarse más se dieron cuenta de que la enfermedad estaba muy viva, o sea, respiraba, por lo cual se prepararon muy bien para asegurarse que aquel bicho no volviera a hacerle más daño a ningún habitante de aquél pacífico pueblo.
Nzeé fue descubierto y abatido en el mismo instante. Y así se acabó esta historia.
Baron ya Bùk-Lu