Necesitamos una estrategia, y no una bala de plata, para detener al Ejército de Resistencia del Señor

15/07/2009 | Opinión

Desde finales de los años ochenta, la población del norte de Uganda ha vivido una pesadilla. Durante años, el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés), dirigido por el brutal Joseph Kony, ha secuestrado por la fuerza decenas de miles de niños para engrosar sus filas como soldados y esclavos sexuales.

Tristemente, esta pesadilla ha pasado generalmente desapercibida entre la comunidad internacional. Gracias a Dios, esto ha comenzado a cambiar. El mes pasado, 2.000 jóvenes de toda América vinieron a Washington DC defendiendo la necesidad de actuar para parar al LRA, muy distinto de hace sólo unos años cuando la tragedia en Uganda era denominada la crisis humanitaria más olvidada del mundo. Durante mucho tiempo, la comunidad internacional prestó poca atención y el gobierno ugandés hizo todavía menos para proteger a sus ciudadanos, que habitaban en la parte norte del país. Gracias en parte a estos jóvenes, aquellos días de abandono han terminado.

Sin embargo el fin del olvido no ha significado el fin del LRA. A finales de 2005 los comandantes rebeldes movieron su base de operaciones al noreste de la República Democrática del Congo. Y desde entonces, una serie de renovados esfuerzos han fracasado en su intento de resolver la crisis. Desde 2006 hasta principios de 2008, representantes de los rebeldes y del gobierno ugandés negociaron una serie de acuerdos en el Sur de Sudán. Estas negociaciones no fueron perfectas, pero consiguieron el cese de las hostilidades y proporcionaron un marco donde tratar cuestiones más amplias que permitían que el conflicto se mantuviese durante tanto tiempo, incluyendo las demandas de los ugandeses del Norte. Desafortunadamente, Kony rechazó repetidamente firmar el acuerdo sino que además, sus fuerzas lanzaron nuevos ataques en el Congo, Sudán y, por primera vez, en la República Centroafricana.

En diciembre pasado, la violencia y el derramamiento de sangre aumentaron de manera significativa. El ejército ugandés, junto a sus homólogos de la región, lanzó una ofensiva coordinada contra las nuevas bases del LRA en el Noreste del Congo, pero fracasó. Quienes planificaron la operación fueron incapaces de anticipar los imprevistos y no tomaron las precauciones necesarias para proteger a la población civil. Cuando la operación para apresar a Kony y sus altos mandos fracasó, éstos tomaron represalias contra civiles congoleños. Las Naciones Unidas estiman que en los seis meses posteriores el LRA ha asesinado a unos 1.200 civiles congoleños y ha secuestrado a otros 1.500. Una y otra vez, imprudentes operaciones militares mal diseñadas y mal llevadas a cabo han exacerbado la crisis en lugar de resolverla.

Los Estados Unidos han proporcionado apoyo a todos estos esfuerzos. En 2007, a instancias del Congreso, el Departamento de Estado designó a un veterano diplomático para observar y colaborar en las negociaciones en curso. Y el año pasado, a petición de los gobiernos de la región, la Administración Bush proporcionó asistencia de carácter no operacional y no letal para la ofensiva militar. Pero el fracaso gemelo de las conversaciones de paz y de las operaciones militares ha mostrado que no existe una solución simple para esta crisis y que no podemos ofrecer nuestro apoyo a la primera iniciativa prometedora que se nos plantee. Sus defensores han tendido a apoyar tanto las negociaciones de paz como las operaciones militares, pero ambos esfuerzos por separado han fracasado. Es hora de una nueva y multidimensional estrategia para hacer frente al LRA.

Es por ello que me uní al senador Sam Brownback en la redacción de la Ley de Desarme del LRA y para la Recuperación del Norte de Uganda. El congresista Jim McGovern presentó la misma propuesta en la Cámara de Representantes. Con la ayuda de miles de jóvenes, nuestra legislación está cobrando velocidad. Si pasa, la medida implicaría que la Administración Obama desarrollase una estrategia exhaustiva para ayudar a proteger a los civiles al tiempo que se persiguiese eliminar la amenaza que supone el LRA. Esta ley deja a discreción del Gobierno la determinación de los pormenores, pero busca asegurar un enfoque polifacético que incluya todos los elementos de la política norteamericana -económica, política, de inteligencia y militar- y coordine nuestros esfuerzos en los cuatro países afectados.

Nuestro proyecto de ley, sin embargo, no promueve una nueva ofensiva militar liderada por Uganda contra el LRA y no sanciona ninguna operación militar en concreto. En cambio, busca impulsar un enfoque global en que la actividad militar sería un componente más dentro de un marco más amplio. Tal enfoque, sin embargo, debería incluir componentes humanitarios y de apoyo a un esfuerzo diplomático creíble que presionase para una solución política viable.

Un enfoque global también requiere de atención para reconstruir las vidas y comunidades de los más afectados por la violencia. Los EEUU y otros donantes internacionales han aportado ya fondos considerables para ayudar en los esfuerzos de recuperación del norte de Uganda. Pero también necesitamos asegurar que el gobierno de Uganda mantiene su compromiso y que está dando los pasos complementarios para enfrentar las causas originales de la guerra. Con ese fin, la Ley de Desarme del LRA y para la Recuperación del Norte de Uganda también incluye apoyo para los esfuerzos transitorios de justicia y reconciliación. En última instancia, tal y como hemos visto en muchos otros conflictos, nuestro éxito puede depender menos de cómo acabamos con la violencia y más de cómo construimos la paz.

Senador Russ Feingold

Feingold es senador norteamericano por Wisconsin y presidente del Subcomité de Asuntos Africanos del Comité de Asuntos Exteriores del Senado de EEUU

Publicado en The Daily Monitor, Uganda, el 10 de julio de 2009

Traducido por Xavier Castillejos Alsina, para Fundación Sur.

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