Navidad en África: El año de la gran sequía, por Antonio Molina

23/12/2010 | Bitácora africana

Era el año 1973, el pico de la gran sequía del Sahel. Los pastores fulani bajaban con sus manadas de reses esqueléticas hacia las tierras del sur, pues cuanto más cerca de la costa atlántica llegaban, más posibilidades tenían de encontrar pastos. Me refiero a la Costa de Marfil, Ghana y las zonas fronterizas de Burkina Faso, Togo y Malí.
Los majestuosos zebús habían perdido su joroba, que es su reserva de grasa para la época seca… Aquellas vacas, como comentara un zagal espabilado, ya no daban leche, sólo daban lástima.

La estación de las lluvias había terminado en octubre, habían caído cuatro gotas. En muchas regiones sahelianas los campesinos estaban de brazos caídos, no había ni mijo, ni maíz, ni sorgo, por no haber no había ni la paja que recogían para alimento de los burros durante la estación seca. La perspectiva era de hambruna para todos, no sólo en los meses de mayo a septiembre del año siguiente, hasta las próximas cosechas, sino hambre ya en Navidad. Las reservas del año anterior se habían agotado.

Yo estaba en Tugán, que realmente es la puerta de ese Sahel, que se extiende hacia el norte atravesando el Malí hasta los confines del desierto del Sáhara. Por allí, era raro el día que no atravesaba una caravana de pastores con sus ganados y familias cargadas con sus pobres enseres a lomo de los borriquillos. Con frecuencia acampaban en las afueras de la ciudad y voluntarios de la Caritas parroquial iban a su encuentro con algo de harina de maíz y leche en polvo (don de los EE. UU.), con arroz y un poco de azúcar para la papilla de los niños… Todo dependía de lo que hubiera en el almacén parroquial en aquel momento.

Una misionera enfermera hacía la inspección materno-infantil, casi siempre con el mismo resultado: Niños desnutridos, mujeres esqueléticas con la tuberculosis, paludismo endémico… En resumen, mucha miseria humana acumulada, que iba desfilando a lo largo de aquel Adviento, ya metido en diciembre.

Una tarde, estaba yo solo en la misión, limpiaba mi bici para ir a visitar a unos enfermos, cuando veo que se acerca a mí tímidamente un hombre de alrededor de 40 años. Tiraba de la cuerda de un borriquillo, sobre cuyos magros lomos iba montada una mujer joven en avanzado estado de gestación. Por su vestimenta comprendí que eran pastores fulani.

– As salam alaikum! < La paz sea con vosotros> A lo que respondí:

– Alaikum as salam! < Con vosotros la paz!>

Luego, medio en francés, medio em bámbara (la lengua oficial del Malí), pues él ignoraba el samo de Tugán y yo ignoraba el fufuldé (lengua de los fulani o peul), me explicó que había perdido todo su ganado y que iba con su mujer hacia el sur, buscando algo de trabajo, para que ella pudiera dar a luz en un cobijo y no bajo un árbol de la sabana.

Me dio pena aquella joven pareja y les mostré un cuartucho, pegado al garaje, donde guardábamos algunos trastos y las bicis. Al lado estaba el pozo de agua potable. Le dije al pastor, que si querían descansar allí aquella noche, que limpiara un poco el local. Mientras él barría la hojarasca y la suciedad acumulada por el viento, la mujer fue a sacar agua del pozo para refrescarse la cara, beber y cocinar algo. Arrimó tres piedras y puso sobre ellas una cacerola de aluminio, el agua iba e echar a hervir, pero yo no veía por ninguna parte la harina para hacer el “tô” (masa de mijo o maíz, que reemplaza nuestro pan). Di una voz al “boy” que preparaba nuestra cena y le pedí que trajera rápido un poco de arroz, que es lo que cuece en menos tiempo, con una pizca de sal y manteca de cacahuetes, que sustituye al aceite y da buen gusto al arroz.

La pobre mujer al ver llegar al chaval se alegró enormemente. El agradecimiento se le salía por los ojos. Estaba emocionada, no le salían las palabras de la garganta. Allí los dejamos en paz. Cenaron y se acomodaron para dormir sobre unos sacos. A la mañana siguiente, después de la misa, dije a la hermana enfermera que fuera a ver a la mujer. Por otro lado, llamé a uno de los responsables de Caritas, para que mirara lo que les podía dar, pues con la mujer en aquel estado, quizás tendrían que quedarse varios días hasta que naciera el niño. Tomado el café matinal y esta vez acompañado del voluntario de Caritas, que hablaba la lengua de los fulani, le dijimos al pastor que podía quedarse allí algún tiempo y que le daríamos trabajo, para que no se sintiera un pordiosero. Como estaba cerca la fiesta de Navidad, lo integramos en el equipo que hacía la limpieza general de la iglesia y sus alrededores, para acoger a todos los cristianos que vienen de fuera. De esta forma le íbamos pagando al final de cada jornada, para que pudiera comprar en el mercado lo necesario.

Como casi todos los fulani, ellos eran musulmanes. Celebran el nacimiento de Jesús, a cuya fiesta llaman “El milad”, mientras que a la fiesta del nacimiento de Mahoma llaman “El mulud”. El nombre de Jesús en árabe es Isa o Aisa. Muchos al referirse a Jesús dicen “Sidna AISA” < nuestro Señor Jesús>, que consideran como el mayor profeta anterior a la venida de Mohamed, cuya llegada anunció, cuando dijo a sus discípulos: “Os enviaré al Consolador.”

El parto de la esposa se anunciaba inminente. La Hermana enfermera fue a la maternidad del hospital para ver si había una plaza libre, pero todo estaba ocupado. Además en los establecimientos del gobierno discriminaban a los fulani como nómadas maleantes, algo así como los prejuicios de que sufren los gitanos.

La misionera vino a anunciarme que mucho se temía que la mujer iba a dar a luz allí mismo y que ella haría lo necesario, ayudada por alguna comadrona cristiana, que hablara la lengua fufuldé.

Así llegó el 24 de diciembre. Estábamos preparando la Nochebuena de aquel año de la sequía. La gente tenía pocas cosas para celebrar la Navidad. Reunimos a los responsables de la Comunidad Cristiana y decidimos que la Misa del Gallo sería celebrada a las 21 horas, que era medianoche en Belén. De ese modo la espera de los fieles con el estómago vacío sería más llevadera.

La Misa con sus procesiones y la adoración del Niño, todo acompañado de cánticos y villancicos se prolongó bastante. Serían las 23 horas cuando salíamos de la Iglesia. Los que habían venido a Misa, no sólo cristianos, sino muchos musulmanes y hasta “paganos”, pues Jesús nació para todos, seguían cantando y bailando, encaminándose hacia sus barrios. Yo me dirigí a nuestra casa con algunos catequistas y las Hermanas de San José, misioneras de origen francesa, para celebrar un pequeño reveillón.

SORPRESA

Al entrar en el patio de la casa parroquial, el pastor fulani vino a nuestro encuentro, su mujer empezaba a dar a luz. La hermana enfermera se precipitó para ayudar en el parto y cortar el cordón al bebé. Una catequista la acompañó. Nosotros, sin ponernos de acuerdo, exclamamos un sonoro: “El handul-lilah! A barka Allah! ( ¡Alabado sea Dios! ¡Gracias a Dios!)

La alegría fue general. Nos ha nacido un niño. Su padre emocionado nos dijo que se llamaría “Isa” . Daba la coincidencia que el pastor fulani se llamaba Yusuf y su esposa Mariamma . ¡Menuda Nochebuena! ¡Qué regalo de Dios!
Los que estaban con nosotros corrieron la voz al regresar a sus barrios…

El 25, después de la Misa del Alba, la llamada misa de los Pastores, al salir de la iglesia, muchos se dirigieron a felicitar a los padres del niño Isa, le llevaban algunos pobres presentes: pañales y alimentos. La alegría era general. Dios había visitado a su pueblo. Estábamos viviendo una auténtica Navidad.

Cuando el Imán de la mezquita de Tugán, vino cerca del mediodía acompañado de algunos notables musulmanes para felicitarnos las pascuas, le conté lo sucedido. Ellos también fueron a visitar a los pobres fulani, rebosantes de alegría, todos daban gloria a Dios con expresiones de alabanza y bendecían al niño y a su madre, que no salía de su admiración ante tanta maravilla.

Solo en un rincón estaba el pobre borrico, como no hacía frío, nadie pensó en él para que calentase al niño, además para que el Belén estuviera completo faltaba el buey, que había muerto de hambre y sed por los arenales de Sahel.

Allí teníamos a Yusuf, a su esposa, Mariamma y al niño Isa…Dos mil años han pasado desde la primera navidad, pero Dios es el Enmanuel y por eso ha visitado a su pueblo.

Aquí termina mi relato. Los magos no vinieron con sus camellos, tampoco hubo Herodes en nuestra historia, pero TODOS vimos brillar la ESTRELLA.

Autor

  • Antonio José Molina Molina nació en Murcia en 1932. Desde 1955 es Misionero de África, Padre Blanco, y ya desde antes ha estado trabajando en, por y para África. Apasionado de la radio, como él relata en sus crónicas desde sus primeros pasos en el continente africano, "siempre tuve una radio pequeña en mi mochila para escuchar las noticias". Durante septiembre 2002, regresa a Madrid como colaborador del CIDAF. En octubre de 2005 aceptó los cargos de secretario general de la Fundación Sur y director de su departamento África. Antonio Molina pertenece -como él mismo dice- a la "brigada volante de los Misioneros de África", siempre con la maleta preparada... mientras el cuerpo aguante.

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