El 12 de octubre de 2008 un elegante Gulfstream II aterrizó en el aeropuerto internacional Osvaldo Vieira en Bissau. Procedente de Venezuela, el jet carreteo hacia un hangar custodiado por militares donde se le halló media tonelada de cocaína. Jerárquicamente, el asunto implicaba a altos mandatarios, personal de tráfico aéreo, a funcionarios y militares. El caos institucional, la ausencia de seguridad jurídica, el tribalismo, un estado de corrupción aceptado y la politización de unas fuerzas armadas mal pagadas, a la par de la atomización del poder en una reducida casta “política”, cuasi representan el paradigma de la fragilidad estatal africana: antesala del estado fallido. La ausencia de un control aéreo y marítimo [eficiente] ha convertido la costa entre Senegal y Ghana ya no sólo en la puerta de entrada de buena parte de la cocaína que se consume en la vieja Europa; sino en el pasillo por el que los Antonov ucranianos y sus muchos intermediarios, pos final de la distensión, repartieron las miles de armas ligeras que se emplearon en los conflictos de Liberia y Sierra Leona.
Los vacios tienden a llenarse y es por ello que los cárteles del narcotráfico sudamericanos, han visto en el inestable sur senegalés, la discreta Gambia, pero sobre todo en la institucionalmente débil Guinea Bissau y su laberíntica costa, la escala ideal para la droga que cruza el atlántico. Transito en el que puntualmente se ve involucrado el archipiélago canario y así lo atestiguan los ya cuasi regulares apresamientos que en el puerto de Las Palmas acaban.
Una sucesión de golpes de estado ha facilitado que los tentáculos del narcotráfico hayan corrompido [aún más] la ya de por si raquítica calidad de la vida política en Bissau. La personalización del poder, en función del amiguismo militar; y la renovación del ejecutivo, habitualmente sujeta al siguiente episodio golpista, han permitido a los matones del tráfico de estupefacientes establecerse y convertir el país en el mejor ejemplo de los denominados narco estados africanos.
Y como colofón, tenemos la canalización que al tráfico de estupefacientes hace el terrorismo internacional. La diáspora libanesa en Africa occidental y las ramificaciones de Hamas y Hezbollah en la triple frontera de Ciudad del Este, encuentran en Bissau el refuerzo y a la vez santuario para sus líneas de “crédito”. Algo similar al rastro que Al Qaeda y sus franquicias que con su brutal atentado en Kenia ejemplarizan lo mucho que aún siguen operativas en Africa; en este caso, en la ex colonia portuguesa o en la complicada e influyente Nigeria. Si quieren más, les dejo la matricula del avión N351SE.