Buenas noches, ¿cómo estáis tu hermana y tú?”, pregunté hace dos días por teléfono a Fatou, una amiga centroafricana natural de Obo que vive en Bangui. “Estamos bien y todo va… excepto que hoy unos vecinos han venido con varios militares y nos han echado de casa. Estamos IMG_0408escondidas en casa de mi novio en otro barrio”, me respondió. Cuando estoy en Obo suelo visitar a su madre, una viuda que perdió a su marido a manos de los rebeldes del LRA en 2008. Las dos hermanas, aunque nacidas en Obo (Sureste del país) son de una familia musulmana procedente de la provincia norteña de Vakaga. Como ella, muchos musulmanes que viven en Bangui llevan varias semanas sufriendo un acoso constante del resto de la población, que les asocia con los rebeldes de Seleka, la coalición que desde principios de diciembre ha conquistado una docena de ciudades en la República Centroafricana y que amenaza con tomar la capital por la fuerza.
“En Centroáfrica somos todos cristianos”, me dijo el pasado mes de agosto un coronel del ejército con el que me suelo llevar bastante bien. “Si te fijas en los nombres de los líderes rebeldes que nos molestan son todos musulmanes y casi todos extranjeros”, añadió. Una interpretación tan simplista de las cosas pasa por alto el hecho de que alrededor del 15% de la población centroafricana es musulmana, pero en tiempos de crisis cuando la gente vive en el miedo simplificaciones así son creídas fácilmente y lo peor es que pueden alimentar un odio de consecuencias imprevisibles. La mayor parte de los musulmanes vive en las provincias del norte, limítrofes con Chad y Sudán, aunque hay una importante comunidad islámica en Bangui.
El pasado 31 de diciembre las fuerzas del orden, que patrullan la capital y han impuesto el toque de queda de 7 de la tarde a 5 de la mañana, mataron a un musulmán en un control de carretera. Cuando la noticia se extendió en los barrios de fuerte presencia musulmana, varios hombres lincharon a un policía. Con el miedo en el cuerpo de que los rebeldes de Seleka pudieran entrar en la capital violentamente, mucha gente descarga su frustración sobre sus vecinos musulmanes. Y en la universidad, los estudiantes chadianos –unos 560, de todas las confesiones religiosas- sufren también el etiquetado que les asocia con los rebeldes y tienen miedo de salir a la calle.
En la República Centroafricana, como en muchos otros países de África, cristianos y musulmanes viven juntos con toda naturalidad sin grandes problemas de convivencia, por lo menos en tiempos de normalidad. Pero cuando estalla alguna crisis el conflicto durmiente aflora con facilidad. Hace apenas dos años hubo enfrentamientos serios en algunos barrios de Bangui, con quema de mezquitas incluidas. El detonante fue el descubrimiento de un hombre asesinado del que se había extraído algunos de sus órganos vitales. En Obo he visto casos similares y en todos ellos se apunta con facilidad a los musulmanes como los causantes de estos macabros asesinatos, supuestamente con la finalidad de apropiarse de órganos para fabricar fetiches que después serían vendidos a comerciantes musulmanes.
Otro problema asociado es que con frecuencia en Centroáfrica las personas del sur del país suelen decir que todos los musulmanes son extranjeros, especialmente los ganaderos semi-nómadas Mbororo, y cuando hay tensiones en la comunidad se les culpa de todos los males habidos y por haber y se reclaman soluciones rápidas: “Que se vuelvan a su país y nos dejen en paz”. Muchos musulmanes, cuando escuchan estas acusaciones, se revuelven y protestan alegando que sus padres y sus abuelos nacieron en el país y que con su actividad económica –sobre todo el comercio- han contribuido al progreso de Centroáfrica.
Parece cierto que una buena parte de los rebeldes de Seleka son chadianos o sudaneses, y varios de sus líderes prominentes son musulmanes, incluso al menos dos de ellos han estudiado en Arabia Saudita y profesan el wahabismo más radical. En las ciudades que han caído en sus manos mucha gente ha escapado al bosque. “Esta gente no habla Sango” (la lengua oficial de Centroáfrica) suele ser un comentario común que refuerza la percepción de que todos los males del país vienen de fuera. El hecho de que uno de los principales líderes de Seleka se llame Michael Mbororo no ayuda mucho a que los miembros de esta comunidad nómada se vean libres de ser asociados a la rebelión. He oído en numerosas ocasiones a centroafricanos de confesión cristiana expresar sus miedos a que una toma del poder por parte de rebeldes armados hundiría al país en una situación semejante a la del Norte de Nigeria, azotada por los radicales de Boko Haram, o a la del Norte de Malí, en manos de islamistas radicales desde marzo del año pasado.
La Iglesia Católica, muy influyente en el país, y el resto de las confesiones cristianas, podrían hacer mucho más para serenar los ánimos y construir un clima favorable a la reconciliación. Varios de sus obispos han hecho declaraciones lúcidas durante las últimas semanas, llamando al diálogo para resolver el conflicto y expresando sus esperanzas en una solución pacífica. Pero a menudo la realidad en el terreno deja mucho que desear. En el lugar donde he trabajado desde finales de mayo de 2012 nunca he visto a los curas católicos visitar a ninguna familia en el barrio musulmán, y muchos menos dialogar con sus líderes religiosos. Las veces que les he oído hablar de los habitantes de este barrio he notado que sus comentarios iban mucho en la línea de la desconfianza e incluso de la solución radical de pedir la marcha de “los extranjeros árabes”.
El pueblo centroafricano tiene derecho a la paz, un bien del que nunca han disfrutado desde su independencia en 1960. La rebelión de Seleka merece todas las condenas y toda la reprobación del mundo (como lo han hecho organismos como la Unión Africana, la Comunidad de Estados de África Central y el Consejo de Seguridad de la ONU). Pero esto no puede ser una excusa para azuzar sentimientos de odio contra la población musulmana, que en su gran mayoría no apoyan a la rebelión y a que no puede convertirse en el chivo expiatorio al que se acusa de todos los males del país. Quienes tienen un papel de líderes de opinión en el país en esta hora tan delicada deberían darse cuenta de ello y tomar un papel mucho más activo en favor de la convivencia pacífica.
Original en : En Clave de África