Museos. O cómo organizar viajes de ida y vuelta

18/12/2018 | Opinión

En noviembre de 1892, mientras que, en un gesto desesperado, Behanzin, último rey del antiguo reino Fon de Dahomey intentaba prender fuego a su capital Abomey, las tropas francesas al mando del coronel, enseguida nombrado general, Alfred Amadée Dodds tomaron la ciudad. Una puerta del palacio de Behanzin, junto con otras representaciones y figuras que Dodds se llevó a Francia, puede ser hoy admirada en el Museo Quai Branly-Jacques Chirac de París, cerca de la torre Eiffel.

La República de Dahomey se independizó en agosto de 1960. En 1975 cambió su nombre por el de Benín, en referencia al imperio menos tribal de Benín, que tenía su capital en Benín, en la actual Nigeria. El 26 de agosto de 2016, Patrice Talon, que acababa de acceder cinco meses antes a la presidencia, envió una nota al gobierno francés pidiendo la restitución de los objetos expoliados. La respuesta del entonces Ministro de Exteriores Jean-Marc Ayrault llegó el 12 de diciembre. Su lenguaje legal no podía ser más contundente: “En conformidad con la legislación vigente, esos objetos están sometidos a los principios de inalienabilidad, de imprescriptibilidad y de no incautación. En consecuencia no es posible su restitución”. Contundente, y para los benineses inaceptable. “Se trata de una cuestión de dignidad”, declaró Lionel Zinsou, ex primer ministro de Benín en una entrevista publicada por Le Monde el 17 de agosto de 2017. “Los tronos de los reyes Guézo, Gléglé y Béhanzin, las estatuas antropomorfas y los símbolos que las representan… tienen un aspecto ritual y su poder está unido a sus cualidades estéticas. No se puede dudar de su valor simbólico”. Se diría que el presidente francés Emmanuel Macron estaba de acuerdo con Zinsou cuando el 28 de noviembre de 2017, en Uagadugú (Burkina) declaró: “El patrimonio africano no puede estar únicamente en las colecciones privadas y museos europeos. Hay que apreciarlo en París, pero también en Dakar, Lagos, Cotonou… Será una de mis prioridades… Quiero que de aquí a cinco años se den las condiciones para que tengan lugar restituciones temporales o definitivas del patrimonio africano”.

Esa declaración de Macron, un tanto ambigua, suscitó tantas preguntas como esperanzas. ¿Deberían los museos británicos seguir el ejemplo francés y devolver los objetos procedentes de Grecia y Egipto? Se dieron expolios durante la colonización, pero también venta de antigüedades por parte de muchos africanos. En una posible restauración ¿quién resarciría a los coleccionistas privados? El caso de los objetos del palacio de Béhanzin es muy llamativo y da lugar a pocas dudas. ¿Se puede decir lo mismo, por ejemplo, de los cientos de máscaras que, como ocurre regularmente con otros objetos simbólicos, habían perdido su poder y prestigio, y que la población ofrecía o vendía a viajeros y misioneros? Además, dada la fragilidad del material de muchos objetos tradicionales ¿se habrían conservado hasta hoy si no hubieran sido trasladados a Europa? ¿Cuáles serían, y en qué medida se dan hoy esas circunstancias que, según Macron, permitirían las restituciones “temporales o definitivas”? Y, finalmente, ¿Qué objetivos de política exterior está persiguiendo el presidente francés en esa posible repatriación de bienes culturales? En una reunión mantenida por Macron el 13 de marzo de este año con los directores de los principales museos parisinos, el presidente les explicó: “La cultura permite una influencia mayor que la del ranking económico y geopolítico. Tenemos que inventar una nueva gramática para la influencia internacional, y de ella forma parte la cultura”. Después de todo, André Malraux acompañó a La Gioconda en 1963 en su viaje a los Estados Unidos; Nicolas Sarkozy devolvió en 2010 a Corea del Sur 297 manuscritos reales del siglo 19; en noviembre de 2017 se abrió “Louvre de Abu Dhabi” (un millón de visitantes en su primer año); y se espera que en marzo de 2019 se abra, con colaboración francesa, el Museo Nacional de Qatar ¿La cultura como instrumento político? Siempre lo ha sido. ¿Y por qué no, si la política se esfuerza por favorecer la cultura?

Museos en buen estado e interés popular, son sin duda dos de las condiciones necesarias para que la repatriación “temporal o definitiva” de objetos de importancia cultural pueda realizarse con éxito. 360.000 personas visitaron en 2006 una exposición de objetos del reinado de Béhanzin en la Fundación Zinsou, creada en Cotonou (Benin) ese mismo año. Tal vez el caso de Benín sea excepcional, pero en África Subsahariana se constata un interés creciente por la historia precolonial y por el arte y la artesanía de ese período. Cuando “Mental Floss”, una página digital americana ya desaparecida dedicada a los intereses de los milennials publicó en abril de 2014 una lista de los “13 más impresionantes museos de África”, sólo seis se encontraban en África Subsahariana, tres de los cuales en África del Sur. Dos años más tarde, ya eran «7 African museums you HAVE to see” los que presentaba ONE, Ong especializada en África: “Mandela House” (Soweto, África del Sur); “Nigerian National Museum (Lagos, Nigeria); “Fondation Museum Zinsou” (Ouidha, Benin); “Nairobi National Museum” (Nairobi, Kenia); “Bo Kaap MUseum” (Cape Taown, África del Sur); “Bulawayo Railway Museum” (Bulawayo, Zimbabue); Village Museum” (Dar es Salaam, Tanzania). Y este 6 de diciembre, la BBC anunciaba la inauguración en Dakar del “Museo de Civilizaciones Negras” en presencia del presidente Macky Sall.

Fue Léopold Sédar Senghor, primer presidente de Senegal y promotor, junto con el martinicano Aimé Césaire, de la Filosofía de la Negritud, quien lanzó hace ya más de cincuenta años la idea de ese museo. El corresponsal de la BBC ponía justamente en relación la inauguración del museo en Dakar con las peticiones de repatriación de los objetos culturales africanos ahora en los museos europeos, y con las declaraciones a ese respecto del presidente francés Emmanuel Macron. Había sin embargo una nota un tanto discordante en el reportaje de la BBC: “Tras décadas de inacción, la construcción [del museo] ha sido posible gracias a una inversión china de 34 millones de dólares”. ¡Sin comentario!

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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