De nuevo se ha reavivado el rescoldo de la guerra en el Kivu. Una guerra que no ha cesado prácticamente desde 1996 y cuyo origen se remonta a las tensiones causadas tras el genocidio de 1994 en el vecino Ruanda y la masiva huida de hutus a esta región oriental de la República Democrática del Congo. De nuevo recrudecimiento de la violencia, una violencia que facilita y enmascara el expolio de minerales. Como bien dijeron los Obispos, denunciando una vez más la escalada de la violencia hace pocos meses: “Las guerras en RD Congo, han sido y son frecuentemente guerras de depredación interna y externa”. En el mismo documento lamentaban que “el país se viera plagado de una multitud de señores de guerra”, y señalaban la urgencia de poner fin a esta situación, para que “todos los grupos armados, tanto de origen nacional como extranjero, sin lo cual asistiremos a la instalación de la inestabilidad”. Estos días Amnesty Internacional habla de numerosos crímenes imputables al M23 y a otros grupos armados como las Fuerzas democráticas por la liberación de Rwanda (FDLR), los Raia Mutomboki, les Nyatura et les Maï Maï… El drama de conflictos y guerras a repetición se ha cobrado en 16 años 6 millones de muertos y 500.000 mujeres violadas, sin distinción de edad de 4 a 70 años.
Las violaciones han sido empleadas y siguen siéndolo para desmoralizar al enemigo. Cuando la violación se convierte en arma de guerra, además de perseguir la muerte moral y social de la mujer se persigue humillar al adversario y matar moral y socialmente a una comunidad. La violación utilizada como arma de guerra, ha alcanzado en la RDC proporciones inimaginables. Estos actos de barbarie han sido cometidos por hombres armados ruandeses refugiados en el Kivu, por soldados de ejércitos regulares de Uganda, Ruanda, Burundi, soldados de la Unión Congoleña para la Democracia y en algunos casos hasta por miembros de la MONUC, ¡que están para proteger a los civiles! Se calcula que el 70 % de las mujeres y niñas han sido violadas o sexualmente mutiladas.
Las consecuencias de estas violaciones son extremadamente graves para las víctimas y la sociedad, ya que van desde la transmisión del virus del sida al traumatismo profundo, pasando por la exclusión social. También lo son para la sociedad. Con las violaciones se pretende resquebrajar a la sociedad, ya que en la mayoría de los casos, las mujeres que son los pilares que mantienen unida a la familia, son expulsadas de sus hogares y la familia queda rota.
Numerosas voces se han alzado para denunciar esta situación: Iglesias, ONGs´, Asociaciones de mujeres y otros miembros de la sociedad civil. Hace pocos meses, hemos podido oír la voz del doctor Denis Mukwege ante las Naciones Unidas: “Las mujeres víctimas de violencia sexual en el Este de la República Democrática del Congo (RDC) viven en la deshonra. De forma permanente tengo ante mis ojos las miradas de las ancianas, de las hijas, de las madres e incluso de los bebés deshonrados”.
Pocos días después de su intervención, el Doctor Mukwege, ginecólogo congoleño que desde hace años intenta ayudar en el Hospital Panzi a mujeres y niñas violadas y mutiladas con tal sadismo que sufrieron daños irreparables en su sistema reproductivo y digestivo, fue atacado en su residencia y se ha visto obligado a abandonar Bukavu.
Junto a las víctimas de violaciones hay mujeres especialmente comprometidas que las apoyan: trabajadoras sociales, abogados médicos… Son numerosas, aunque sólo ponga nombre a dos de ellas. Las dos han sido galardonadas por su trabajo. Se llaman Sylvie Muanga y Matilde Muhido.
Sylvie Maunga. Es cofundadora de SFVS (Sinergia de las Mujeres Víctimas de la Violencia Sexual). Tiene apenas 40 años y se define como “una más de las personas comprometidas en el Kivu”. En 2008 recibió el premio “Mujeres creadoras de Paz” del Instituto JB para la Paz y la justicia.
Después de terminar sus estudios de derecho en la Universidad Libre de los Grandes Lagos de Goma en 1999, trabajó como abogada en distintas ONG que asisten a mujeres víctimas de violaciones.
Hija de un opositor, Sylvie creció en una familia abierta que la animó a intervenir en debates políticos y le ayudó a tomar conciencia de las injusticias sociales y las violencias hacia las mujeres, a comprometerse en el terreno de la justicia social y orientar allí su vida profesional.
Cuando en Julio de 2006, se organizaron en RDC las primeras elecciones democráticas, Sylvie organizó talleres de aprendizaje de la democracia y toma de decisiones, con el objetivo de poder elegir un candidato por su programa y no por su origen étnico.
Después de unos años en el Instituto Vida y Paz, empezó a trabajar como consultora en ICCO (Organización entre Iglesias para la Cooperación al Desarrollo, que proporciona asistencia a víctimas de violaciones sexuales, en diversos aspectos: psicológico, médico y legal. Un trabajo que no es fácil desde varios puntos de vista. En el terreno legal, por la situación de un país en estado endémico de guerra, sin democracia, y donde reina la impunidad. En el terreno médico tampoco lo es. Las mujeres víctimas de violación que han sido infectadas por el VIH/SIDA se resisten a ir a los centros de salud, por miedo a que su violación se haga pública. Es preciso todo un trabajo de sensibilización, de formación y mediación. La mediación es el aspecto de su trabajo que Sylvia prefiere, dice que y gracias a él van cambiando las cosas y se puede comprender mejor que la mujer violada no es culpable y necesita ayuda. Esto puede evitar que sea expulsada del hogar.
Matilde Muhindo recibió en 2008 el premio Human Right Watch. Siendo parlamentaria fundó un comité para investigar la violación como arma de guerra. Estuvo al frente de la Coalición de Mujeres que trabajó para que se aprobase una ley contra la violencia sexual. Su compromiso para apoyar a las víctimas es muy fuerte. Ha ejercido presión ante los Estados Unidos y Europa para que se detuvieran las atrocidades que se han cometido y se siguen cometiendo en el este del Congo. Matilde se ha enfrentado a amenazas de muerte por su trabajo, pero se niega a permanecer en silencio y se dedica cuerpo y alma a trabajar para prestar asistencia a las víctimas de los abusos de la violencia sexual. Desde hace unos años trabaja en el Centro Olame, que presta atención psicológica de urgencia y asistencia a las víctimas de abusos y ayudarlas para que puedan luchar contra la discriminación y ponerse en pie para empezar una nueva vida.