Cuando volví a Alto Vota, en 1975, después de varios años de ausencia, una de las palabras que más oía repetir era: “desertificación”. Se decía que el desierto avanzaba a pasos agigantados y que su avance era de unos 7 Km. cada año. Esto no pasaba sólo en Burkina Faso, afectaba a todo el Sahel y a otras regiones de África.
Desde hace más de cuatro décadas, la degradación medioambiental, y el avance de los desiertos, en África es inquietante. Las consecuencias son: el empobrecimiento de las poblaciones, amenaza de la seguridad alimentaria, causa de hambre y hasta de terribles hambrunas como las que estamos viendo en el Cuerno de África. Las mujeres y niños son las primeras víctimas.
Las causas de esta degradación son de sobra conocidas: sequías recurrentes, introducción de monocultivos que destruyen la biodiversidad y empobrecen los suelos, abandono de cultivos tradicionales, tala abusiva de árboles, por la mayor demanda de combustible, debida al aumento de la presión demográfica o la explotación industrial de los bosques… No se pueden olvidar ni el éxodo rural hacia las ciudades ni los numerosos conflictos y guerras… También hay que señalar hechos más recientes, que tendrán graves consecuencias como el cultivo de agro combustibles y la venta de tierras fértiles.
Nadie puede negar la relación que existe entre pobreza y degradación del medio ambiente. La ecologista keniana, Wangari Maathai, (1) allá por los años setenta, lo vio claro. Consagró su vida a explicar esta relación y a trabajar plantando millones de árboles y así, como ella decía, “sanar las heridas de la tierra”. Tarea en la que implicó a miles de mujeres, consciente del vínculo que les une a la tierra.
El vínculo mujer-tierra es muy fuerte y tiene una gran carga simbólica en África. Muchas de las tareas domésticas y agrícolas que incumben las mujeres rurales como son la recolección de agua, combustible, forraje, frutos silvestres, hojas para la alimentación o para uso medicinal, así como la siembra, las acercan de un modo especial a la naturaleza y crean un vínculo profundo entre ellas y el medio ambiente.
Desde edades tempranas todas las mujeres van siendo iniciadas al conocimiento sobre vegetales comestibles o medicinales conocidas por todos y a su gestión. Algunas mujeres también reciben una iniciación especializada al saber sobre el poder curativo de ciertas plantas, que es mantenido secreto en algunas familias y transmitido de madres a hijas.
El vínculo mujer-tierra, va unido a una gran carga simbólica. Hay ritos tradicionales que marcan el inicio de los cultivos, y que relacionan la fecundidad de la tierra y la de las mujeres.
Ellas son un pilar esencial de una agricultura que, en gran parte depende de ellas. Se puede decir que, en muchos países, las mujeres producen el 90% de los cultivos alimentarios y aportan entre el 50 y el 80 % de la mano de obra. Ciertas tareas, como la siembra, le están especialmente reservadas.
La Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro (1992), en su declaración final, reconocía el papel vital que las mujeres juegan en la gestión y desarrollo del medio ambiente y lo importante que es su participación para lograr un desarrollo duradero. Maathai, fue una pionera cuando a principios de los setenta, creó el Movimiento “Cinturón Verde”, en Kenia.
El movimiento “Cinturón Verde” ha sido el ejemplo más significativo de la acción de las mujeres contra la desertificación.
Maathai movilizó a miles de mujeres pobres y analfabetas para que hicieran semilleros y plantaran árboles, como remedio a la deforestación. Era consciente del lazo que existe entre la mujer y el medio ambiente y de la fuerza que mueve a las mujeres cuando se trata de “luchar” por el futuro de sus hijos. Supo comunicar el mensaje de que el respeto por el medio ambiente es garantía de paz, que ecología y democracia son inseparables, que la paz sólo se logra con el respeto del medio ambiente y de los derechos humanos. Miles y miles de mujeres se unieron a ella y participaron en todo el proceso, desde la creación de viveros y comercialización de las plantas hasta la plantación y mantenimiento. Su acción fue premiada con el Nobel de la Paz en 2004.
Movimientos similares surgieron en otros países africanos, como el Programa Popular de Desarrollo del presidente Sankara en Burkina Faso. También él contó con las mujeres. Su participación fue muy importante, en la plantación de los 10 millones de árboles que se plantaron en 15 meses. Además, se implicaron en la recogida de semillas forestales para aprovisionar 7.000 viveros en las aldeas, en la construcción de los 80.000 fogones económicos que confeccionaron en dos años para reducir el consumo de leña y salvaguardar árboles.
Durante el mucho tiempo que pasé en Burkina Faso, vi año a año numerosas acciones de reforestación, de importancia y orígenes muy variados; organizadas desde las estructuras del Estado o desde estructuras territoriales o locales. Apoyadas por Organismos Internacionales, ONG, grupos religiosos, iniciativas privadas y hasta turismo solidario…
Se han plantado millones de árboles, muchos no sobrevivieron por falta de cuidados y de agua. No es fácil hacerlo en regiones de clima extremo, con una larga estación seca. Los árboles que han sobrevivido dan testimonio del empeño de luchar contra la desertificación.
Desde hace varios años muchas voces se alzan para un cambio en las políticas agrarias. Hace tres décadas, se veía la solución del problema del hambre en el mundo en la agricultura industrial. Las políticas africanas que favorecieron la agricultura intensiva de monocultivos y no apoyaron la agricultura tradicional han fracasado. La importación de alimentos más baratos que los producidos localmente, y las ayudas en alimentos, han cambiado los hábitos de alimentación y han creado dependencia de productos importados. Los programas de ajuste estructural (PAS), más recientes, impuestos a los gobiernos, han reducido las ayudas a los agricultores, contribuyendo más aún a su empobrecimiento.
En Foro Social, “Nyelen 2007”, celebrado en Malí, se insistió en favorecer la agricultura familiar tradicional, para hacer frente al cambio climático y responder mejor a la crisis alimentaria. Una agricultura que se apoye en el saber hacer tradicional, pero con medios de producción más modernos, que faciliten el trabajo y permitan aumentar la producción. Que sea respetuosa con el medio ambiente y la biodiversidad. Dicho de otro modo, una agricultura familiar ecológica, como medio más adecuado para luchar contra el hambre a corto y a largo plazo. La FAO, en un reciente estudio de 2010-2012, al mismo tiempo que reconoce la importancia de esta agricultura, reconoce el potencial de las mujeres agricultoras en la lucha contra el hambre. Desgraciadamente las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres en cuanto a la propiedad agrícola, el derecho a la tierra, el acceso a los créditos y las nuevas tecnologías, a pesar de las declaraciones y promesas que en más de una ocasión se han hecho. Ya en 1997, los jefes de Estado de la Comunidad de África Austral para el Desarrollo (SADC) se comprometían a “promover el acceso de la mujer a los recursos productivos y a su control, para reducir la pobreza entre ellas”. Estas promesas apenas se han cumplido.
La mujer africana juega un papel importante en la protección del Medio Ambiente para lograr mejor calidad de vida para sus hijos y su comunidad. A nivel de la base, por su trabajo, la mujer se implica en la reforestación, ahorro de combustible, protección y administración del agua, trabajo en los campos familiares y comunitarios y en los huertos personales. También como educadora transmite a sus hijos el respeto por la naturaleza que procura el sustento.
Como monitora medio ambiental, el papel de la mujer en la educación formal es muy importante, para realizar los planes gubernamentales o de las ONG. En del Sahel las hemos visto recorrer muchos kilómetros para sensibilizar a las mujeres sobre el ahorro de combustible, enseñándoles a construir hornos y cocinas económicas para reducir el empleo excesivo de leña, no sólo en sus actividades culinarias, que ya es mucho, sino en las actividades comerciales como la fabricación de manteca de karité y cerveza local, que consumen ingentes cantidades de leña. También ayudan a las mujeres a mejorar la salubridad iniciándolas a la construcción do letrinas, a administrar el agua, cuidando los manantiales y pozos, a proteger las tierras de la erosión y retener el agua de lluvia, construyendo pequeños diques alrededor de las curvas de nivel.
Mujeres como Maathai, Wambugu y Thuli Manama dan visibilidad a todas las que protegen el medio ambiente. Maathai lo hizo plantando árboles, Florence Wambugu lo hace con sus investigaciones en biotecnología para mejorar los cultivos de plátano, camote y sorgo en África Oriental. La importancia de su trabajo para mejorar la vida de miles de agricultores, ha sido reconocida con el Premio Yara 2008. Thuli Manama fue galardonada en 2010 con el premio Goldman por su trabajo para la conservación del medio ambiente y el desarrollo sostenible de la comunidad de Swazilandia y su defensa de los derechos humanos.
Las mujeres, responsables de conservar la vida, son las más afectadas por la destrucción del medio ambiente y se implican en su protección y conservación. Muchos son los ejemplos de cómo las mujeres africanas están trabajando por mejorar el medio ambiente para reducir la pobreza y mejorar sus condiciones de vida, las de su familia y las de su comunidad. Ellas han estado presentes en las actividades de reforestación durante el 2011, proclamado por las Naciones Unidas Año de los bosques. Seguro que lo estarán en el gigantesco proyecto africano de la “Gran Muralla Verde”, que se gesta desde 2005 y poco a poco va tomando forma.
(1) Para saber más sobre Maathai ver artículo: http://www.africafundacion.org/spip.php?article9794