Misión y dinero

23/10/2017 | Opinión

“Se valiente, la Misión te espera”. Atractivo aunque un tanto voluntarista, ese ha sido el lema escogido en España para este domingo de la Misión. Nuestra vocación, única y personal, nos precede siempre, nunca terminamos de descubrirla excepto en el momento de la muerte. Han pasado dos años desde que volví a mi tierra y observo cuánta gente anda un poco perdida, buscándole sentido a su vida, cuántos jóvenes necesitan que los acompañemos, sin atosigarlos con nuestras respuestas a preguntas de otros tiempos que ya (o todavía) no les interesan. Una vez más descubro la Misión, que también es la mía.

Como lema, prefiero el de algunas diócesis norteamericanas, “Reconociendo la Misión en el corazón de la fe cristiana”. Aunque un poco largo, recoge explícitamente el tema principal del mensaje del papa Francisco para este domingo. Aunque nos precede, la Misión no es algo que está ahí fuera esperándonos. Es ante todo la comunión personal y comunitaria con Jesús de Nazaret que no puede menos que desbordarse como Buena Nueva hacia quienes nos rodean. Allí donde vive todo cristiano es misionero. Aunque a veces preferiría no serlo, y aunque a menudo no estoy a la altura, soy, en comunión con Jesús, su Buena Nueva.

obispo_m_h_kukah.jpgDicho esto, dos lecturas han marcado mi vivencia de este Día de la Misión. Según el Catholic News Service, Matthew Hassan Kukah, obispo de Sokoto (Nigeria) de visita en Inglaterra, en una entrevista del 10 de octubre vino a decir que si la Iglesia Católica estaba perdiendo su influencia en Nigeria, eso era porque ya no le llegaban las ayudas económicas de una Europa cada vez menos cristiana: “Los embajadores británico, europeos y americano, miman más al Islam que al Cristianismo, porque mayoritariamente se han apartado del Cristianismo”. “No puedo acudir al embajador irlandés o al español y decirles `éstas son las necesidades de la Iglesia Católica´. No les interesa”. Sokoto (11 millones de habitantes, 32.000 católicos) es el centro espiritual del que fue en el siglo XIX el califato fulani de Sokoto. Responsable de una diminuta minoría católica en un estado masivamente musulmán, seguramente que Monseñor Kukah ha leído eso de que somos “sal de la tierra”, llamada a sazonar pero sin que se note excesivamente. Y también aquello de que “no se puede servir a dos señores, à Dios y al Dinero”. Pero juzgando por sus declaraciones parece que le resulta difícil llevarlo a la práctica. Le convendría escuchar a los obispos del Magreb donde las iglesias son espiritualmente fuertes porque han sabido aceptar su evidente fragilidad en personal y recursos. O leer la Carta pastoral que los Patriarcas Católicos de Oriente escribieron ya en 1994 sobre la coexistencia entre musulmanes y cristianos (que son hoy poco más del 6% de la población) en el mundo árabe: “Juntos delante de Dios por el bien de la persona y de la sociedad”. El título lo decía todo.

Es verdad que en defensa de Monseñor Kukah hay que reconocer que su razonamiento es parecido al que ha dominado entre los cristianos europeos que tanto han ayudado a “las misiones”: el misionero sale de su país para ayudar a los pobres, y no se puede ser misionero sin dinero. Recuerdo cómo, allá por los años ochenta, en una reunión de misioneros que trabajábamos en África, un misionero del IEME en Japón que habíamos invitado nos explicaba su sorpresa y desconcierto al oírnos hablar casi exclusivamente de dinero para proyectos de desarrollo. “Cuando llegué a Japón”, –dijo más o menos–, `me sentí `una mierdica´. Los japoneses me ganaban en cultura, en tecnología y en desarrollo. Y me di cuenta de que ser misionero consistía en compartir mi fe en Jesús crucificado, tal como la dijo San Pablo”. Algo parecido me comentó un compañero congolés misionero en el norte de Ghana. “Si se tratara prioritariamente de fomentar el desarrollo me hubiera quedado en el Congo, que está menos desarrollado que Ghana. Aquí estoy ante todo para compartir mi fe en Jesús”.

Con ocasión del domingo de la Misión he vuelto a leer la magnífica carta pastoral de los obispos de Costa de Marfil de 2013 “El Dinero y la Misión”. Tras reconocer la importancia del dinero para mantener las estructuras necesarias para el anuncio del evangelio, y en particular para la formación y manutención del clero, el documento condena con valentía las malversaciones, la mala gestión y el amor por el dinero que muchas veces hacen peligrar en la Iglesia su vida pastoral y la vida espiritual de sus responsables. Para los obispos marfileños, el dinero tiene que venir de los mismos fieles, y nunca se mencionan fuentes externas de financiación.

Tal vez porque viví en la Tanzania de Julius Kambarage Nyerere (1922-1999), gran admirador del obispo de Recife Helder Camara (muerto también en 1999) y en una iglesia todavía bajo la influencia de Joseph Blomjous, obispo de Mwanza hasta 1965, el documento de los obispos marfileños me ha producido esta vez una mezcla de admiración y desasosiego. Nyerere implantó el “ujamaa” y el “kujitegemea”, socialismo solidario a la africana y autofinanciación. Blomjous insistía para que en nuestra vida cotidiana, por respeto a la Misión, a la gente y a nosotros mismos, los misioneros nos contentásemos con lo que nos daban los fieles, sin recurrir a ayudas exteriores. El idealismo casi angélico de Nyerere llevó a su país a la ruina económica y a la corrupción. Con gran honradez Nyerere terminó reconociéndolo y dimitió de manera democrática como presidente de Tanzania en 1985 y como jefe de su partido (Chama cha Mapinduzi) en 1990. Tampoco se llevaron a cabo del todo los ideales propuestos por Joseph Blomjous. Por todo ello me parece encomiable el realismo de los obispos marfileños cuando hablan del dinero, de su necesidad y de sus peligros en el servicio de la Misión. Pero algo muy importante falta en su documento. Si la Misión está en el corazón de nuestra fe, también al utilizar nuestro dinero tenemos que pensar en los hermanos que no pertenecen a nuestra comunidad cristiana. La mayor parte del dinero que consigue en Europa, la comunidad católica de Túnez lo encamina hacia proyectos en favor de no cristianos, administrados en general por asociaciones tunecinas. Creo no equivocarme cuando pienso que esa es también la intención de la mayoría de los europeos que participan en las colectas del Domingo de la Misión.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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