El Soothing Spot Spa tiene música de ambiente, fuentes borboteantes y un agradable personal local. Todo indica que es un salón de masajes auténtico, sin finales felices. Pero no importa. Hace unos meses, tras su apertura en un centro comercial de lujo, los encargados del establecimiento empezaron a hacer copias de tarjetas de identidad y llenaron la sala de espera con carteles que advertían que las insinuaciones inapropiadas no se iban a tolerar.
«Los clientes esperaban otro tipo de masaje», me dijo un encargado el verano pesado. «De tipo sexual».
¿A qué se deben las manos largas? Los habitantes señalan a los salones de masajes y burdeles chinos que se están expandiendo por toda la ciudad, como el Apple Spa, el KLA Entertainment Center y el Chinese Beauity [sic] Parlour, que está frente de las oficinas de la Unión Europea.
Basile Ndjio, profesor de antropología en la Universidad de Douala en Camerún y probablemente el único académico que está estudiando este fenómeno, indicó que la entrada de prostitutas chinas se está produciendo en todo el continente y estima que hay entre 13.000 y 18.500 trabajando en el África subsahariana.
A la entrada de China en África mediante la construcción de carreteras y estadios, la apertura de zonas económicas especiales y el cierre de sorprendentes acuerdos petroleros, le siguió la llegada de trabajadoras de la profesión más antigua del mundo, que atienden tanto a los expatriados chinos como a los habitantes locales. Esta migración sexual puede explicarse debido al creciente poder adquisitivo africano: Deloitte estima que la clase media africana se ha triplicado durante las tres últimas décadas, lo cual supone más dinero para televisiones importadas, bolsos importados y, efectivamente, sexo importado. Según Ndjio, África es «el nuevo El Dorado del negocio de la prostitución».
Ndjio tropezó sin querer con su especialidad mientras pagaba la escuela de posgrado en Camerún gracias a su trabajo como crupier en un casino. Mientras repartía cartas de póker y blackjack a los expatriados chinos, se enteró a través de sus conversaciones cargadas de alcohol y de sus confesiones nocturnas de que las «bellezas de Shanghái» (así las llaman en Camerún) se congregaban en los cuartos traseros de los restaurantes, hoteles y bares chinos. Los apostantes le enseñaron las palabras clave: pedir «alivio de estrés», «descanso» o «acupuntura» para atravesar la cortina y acceder al mundo exclusivo y protegido de los expatriados chinos en África.
Durante los últimos seis años, Ndjio escribió los dos únicos estudios existentes sobre la migración sexual de China a África. Cuando me reuní con él en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton (Nueva Jersey), donde ya ha realizado la mitad de su beca de investigación, me explicó que la primera vez que las prostitutas chinas llegaron al África subsahariana fue durante la Guerra Fría y atendían casi de forma exclusiva a los inmigrantes que trabajaban en los proyectos de construcción financiados por China.
Durante la segunda y actual fase, a partir del año 2000, las prostitutas inmigrantes comenzaron a formar parte de los bienes y servicios baratos de China que entraban en África y empezaron a atender también a los habitantes locales. En Camerún, las prostitutas chinas compiten con las mujeres locales en una gama de precios: desde 45€ en burdeles de lujo hasta menos de 2€ en la calle.
Al igual que se resienten los criadores de pollos en Zambia y los distribuidores de ropa en Lesoto por el millón de chinos que se han instalado en África desde 2001, según Ndjio también se resienten las prostitutas locales por las mujeres chinas que venden exotismo sexual a precios más bajos. Como resultado de esta «guerre de sexe», como apodan la disputa los periódicos de Camerún, las prostitutas locales califican a sus semejantes chinas como «putes sorcières» («putas brujas»), reclaman el patriotismo sexual de sus clientes y recurren a veces a la violencia.
«Hay una sensación de invasión y de «peligro amarillo»», comentó Ndjio. «Parece como si hubiese diez veces más prostitutas chinas».
Quizás no sea sorprendente que el sexo deba aparecer en la lista de exportaciones de China: la prevalencia de la prostitución en este país se ha disparado durante las dos últimas décadas. China tiene diez millones de prostitutas (casi como la población total de Grecia) trabajando en salones de masajes, casas de baños y karaokes. En la ciudad sudoriental de Dongguan (con una población de 8 millones) hay alrededor de 300.000 prostitutas.
¿Es la migración sexual de China a África y otros lugares forzada o voluntaria?
Alrededor del mundo, muchas mujeres trabajan en redes de prostitución dirigidas por chulos chinos y protegidas por policías locales corruptos. En el informe de 2015 del Departamento de Estado de los Estados Unidos sobre el tráfico de personas, China aparece en la «lista de vigilancia nivel 2» de los países con un volumen de tráfico humano significativo o creciente.
Las investigaciones informales apuntan a una situación más matizada. Ndjio descubrió que en Camerún la mayoría de las prostitutas son mujeres de zonas rurales que van al extranjero para trabajar como camareras o secretarias, pero cuando llegan se encuentran a traficantes que las obligan a realizar trabajos sexuales para pagar el billete de avión y los visados. No obstante, Ndjio también señaló la existencia de varios casos muy publicitados en los que la policía «liberó» de las redes de prostitución a trabajadoras chinas que después declararon preferir quedarse en África. Tras darse cuenta de la cantidad de dinero que pueden conseguir, algunas prostitutas se trasladan a países vecinos más ricos (Nigeria y Ghana) para poder ganar más.
Sean cuales sean las circunstancias de su llegada, las prostitutas le han regalado a China un inesperado poder blando: su omnipresencia está cambiando el canon de belleza local.
«Las chicas van a los salones de belleza con fotos de modelos chinas y dicen «haz que me parezca a ella»» añadió Ndjio. «Tener un «look chinois» es un cumplido».
David Gauvey Herbert
Quartz Africa
Traducción: Nerea Freire Álvarez
Fundación Sur