Mi mejor amigo tanzano, por Gabriela Pis San Juan

18/03/2015 | Bitácora africana

Cuando conocí a Tadeo venía conduciendo muy seguro un coche que no era suyo. Sólo tenía pensado aparcar en el jardín del chico para el que trabajaba ocasionalmente como conductor, encontrar una buena sombra en el tórrido mediodía de Dar es Salaam, y fumarse un porro de marihuana. También se ganaba la vida vendiendo en su barrio pequeños paquetitos de maría, elaborados en un complicado ejercicio de papiroflexia con periódicos viejos. Vendía cada uno por unos 20 céntimos de euro.

Recuerdo la primera vez que me invitó a su casa. Era una de las tres estancias que había alrededor del patio trasero de una casa más grande, donde vivía una familia. Kijitonyama es un barrio popular, bien situado dentro de Dar es Salaam, donde pocos mzungus suelen parar. Cuando llegamos, su compañero de casa estaba sentado sobre el único colchón que había en una habitación de unos 10 metros cuadrados que era el hogar de ambos. Miraba un DVD de videoclips de raperos tanzanos y estadounidenses en la televisión que había sobre un mueble frente a la cama. Era el único mueble de la casa. Uno de ellos tenía algunas de sus pertenencias en dos mochilas a un lado de la habitación, y otras en dos montones cuidadosamente dobladas y colocadas. El otro, que regentaba una pequeña tienda de ropa, guardaba sus pertenencias y todo lo que vendía en una gran caja de cartón que alguna vez pudo contener un frigorífico. Sobre un cubo de plástico a modo de mesita, sus cepillos de dientes, la pasta y una pastilla de jabón; camisas de algodón perfectamente dobladas en el suelo; gorras anchas y cinturones colgados de clavos en la pared.

No había cocina, así que solían comer en la calle. El baño era comunitario. Consistía en un pequeño y corto pasillo con las paredes grises, verdes, blancas, y negras; con tipos de moho aún por descubrir. La primera vez que entré en el baño, cerré la puerta de madera con el simple mecanismo de un clavo que funcionaba como pestillo, y fue también la primera vez que vi dos cucarachas apareándose. Ya se fuera a usar la letrina o darse un baño, cada uno se llevaba su propia agua en un cubo, para hacer correr los desechos o para echársela por el cuerpo ayudado por un recipiente más pequeño.

Además de sus pequeños negocios, Tadeo trabajaba como conductor ocasional para dos “hombres de negocios” tanzanos. Uno de ellos, educado en universidades de Europa y Asia, se dedica a gestionar e inventar todo tipo de negocios. Le gustaba ir a algunos lugares con chófer, así que a cualquier hora Tadeo tenía que aparecer en su casa (a un bus y un mototaxi de distancia desde su barrio), y esperar a que el jefe saliera y le indicase el destino. Su otro empleador es un médico al que también le gusta ir acompañado y no conducir. Había días que el primero no le pagaba, y el segundo lo hacía en función de un criterio diferente cada jornada. Ninguno de los dos le llamaba muchos días seguidos, y después de 6, 8 o 10 horas de trabajo, tampoco le pagaban más de 5.000 chelines y una cena. El alquiler mensual era de 50.000 chelines (unos 25 euros) pagados a medias con su compañero, con el que compartía aquel local de 10m2 sin cocina ni baño, sin sofá, sin somier y sin sillas. Había meses que le costaba reunir el dinero.

Así que Tadeo soñaba, pero nunca le alcanzaban los chelines para cumplir ningún sueño. Cuando tenía una buena semana, se juntaba con dos o tres amigos, cenaban y tomaban cerveza, y a veces entraban en alguna discoteca. Recuerdo una vez que viajé con unos amigos a Tanga, en la costa norte tanzana. Era la tierra de la familia de Tadeo, que estaba allí para una celebración, y coincidimos unos días. Siempre llegaba con una gran sonrisa y los ojos bien abiertos: “¿Qué pone en tu libro que podemos hacer hoy?”. Se refería a mi guía. Un día le pregunté que cómo era que no conocía los lugares que estábamos viendo si su familia era de allí: “Yo sólo había venido a funerales a algunos pueblos. Pero nunca había estado de vacaciones en ningún sitio”.

El tiempo pasó y las cosas no mejoraron. Los negocios en la calle se pusieron difíciles, y los jefes no llamaron tanto. En estos días Tadeo prepara su viaje a Sudáfrica en busca de un trabajo y una vida mejor. “Para ir a Europa tengo que trabajar mucho aquí”, dice él. “Algún día volveré a Tanzania con mi pasaporte europeo, pagando un visado que corresponde a dos meses del alquiler de Tadeo y su compañero”, pienso yo.

Probablemente muchas veces vivía con menos de un euro al día. Pero en aquellos días no le veía muy diferente a mí: habíamos nacido en el mismo año, escuchábamos músicas parecidas, nos reíamos de las mismas cosas y compartíamos algunos sueños. Hoy siento que nos separan muchas más cosas que los 9.000 km que hay entre España y Tanzania.

Original en : Una Mzungu en Tanzania

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Autor

  • Pis San Juan , Gabriela

    Gabriela Pis San Juan , periodista especializada en información internacional y temas de África subsahariana, migrante y amante de la lectura. Actualmente escribe en blogs personales y otras publicaciones, y colabora en el área de comunicación de SOS Racismo Madrid.

    Puedes conocer su trabajo más de cerca en la web

    armasypalabras.wix.com/periodismo

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