No es muy frecuente que algo que ocurre en Gabón sea noticia. Hace pocos días, el país centroafricano salió en los medios cuando Messi estuvo presente para inaugurar un nuevo estadio de fútbol en Port Gentil, la segunda ciudad gabonesa. Tras albergar la Copa África en 2012, Gabón se prepara para ser de nuevo la sede de estacompetición continental en 2017. Pero no quería hoy hablar de torneos deportivos ni de futbolistas estrella, sino de buenas maneras, o si lo prefieren, de mala educación: la que demuestran bastantes occidentales que piensan que en África pueden permitirse el lujo de hacer lo que ni remotamente se les pasaría por la cabeza en sus propios países.
Cuando leí la noticia, no pude dar crédito a mis ojos al ver al famoso futbolista argentino con el atuendo que pueden observar en la foto: una camiseta de andar por casa y pantalones cortos, con desgarro incluido, que es más chuli. A su alrededor, el presidente gabonés Ali Bongo y otros cargos gubernamentales –vestidos de chaqueta y casi todos ellos con corbata- deben de estar preguntándose de dónde habrá salido semejante maleducado. Yo he vivido en Gabón un año y tres meses y jamás se me hubiera ocurrido presentarme en un ministerio o una reunión oficial ataviado de esa guisa.
Ni en Gabón, ni en ningún otro país africano. Personalmente, soy de las personas que prefieren vestir de manera informal, pero tengo por costumbre tener siempre una chaqueta y una corbata a mano en la oficina por si tengo que ir a alguna reunión en la que el sentido común demande una vestimenta más formal. Y cuando era misionero en Uganda siempre tuve al menos un par de camisas clericales a mano para ponérmelas el domingo o en algún acto más o menos oficial. Nada más cutre que ver, incluso en zonas muy pobres, a los sufridos parroquianos haciendo esfuerzos por ir a misa bien vestidos mientras su párroco se presenta en la iglesia con vaqueros y camiseta de “heavy metal”. Cuestión de respeto, una virtud que está hecha de convenciones sociales y que se demuestra no sólo con actitudes internas, sino también con gestos externos que tienen su importancia.
Hablo de países africanos, pero me pregunto si Messi se presentaría con sus pantaloncitos cortos y medios deshilachados si fuera recibido por el Rey de España, por la presidenta de Argentina o incluso en un acto oficial del Barça. Suelo ver poca televisión, pero una de las imágenes que se me han quedado grabadas es la de los futbolistas de cualquier club que se precie entrando en el autobús que les lleva a la competición vestidos de chaqueta y corbata. En Gabón, donde hay una enorme afición al fútbol, me imagino que la gente conoce estas normas de convención social, y me pregunto qué habrá pasado por la cabeza de los gaboneses al ver al gran goleador presentarse hecho unos zorros delante de su presidente en un acto oficial.
No necesito extenderme mucho para imaginarme que la gente habrá pensado lo de siempre: que los occidentales se permiten hacer en África lo que jamás soñarían con hacer en sus países de origen, y eso sólo puede reforzar el estereotipo que –por desgracia con bastante razón- tienen muchos africanos de europeos y americanos: que les tomamos muy poco en serio y nos saltamos a la torera las normas más elementales de educación cuando llegamos a sus países.
Recién llegado a Uganda en 1984, con apenas 24 años, un día se me ocurrió presentarme en la parroquia de Kampala en la que solía echar una mano vestido de forma muy parecida a la de Messi. Cuando el presidente del consejo parroquial me vio llegar con mis pantaloncitos cortos y en chanclas, se le abrieron los ojos como platos y me dijo con mucho respeto que si no tenía dinero para comprarme unos pantalones largos y unos zapatos cerrados, hablaría con los cristianos para que hicieran una colecta y me compraran ropa digna. Se me cayó la cara de vergüenza. Desde entonces, en África, los pantalones cortos me los pongo para esta en casa o, a lo sumo, para salir a comprar el pan los domingos en alguna tienda del barrio.
Original en : En Clave de África