Carlos Lopes retoma su libertad. En una entrevista en exclusiva con Monde Afrique, el Subsecretario General de las Naciones Unidas y Secretario Ejecutivo de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África (CEA) anuncia su dimisión del puesto que ha ocupado durante cuatro años en Addis Abeba.
No hay peleas o desacuerdos ideológicos con sus superiores detrás de la decisión de este economista de 56 años, originario de Guinea-Bissau, pero asegura su deseo de controlar su futuro. Y, sobre todo para preservar «el pensamiento alternativo». En un momento en que la Unión Africana y las Naciones Unidas deben renovar a sus líderes, prefiere dar un paso atrás.
¿Cuáles son las razones de su salida?
Carlos Lopes: las Naciones Unidas, con la renovación de la Secretaría General, así como la Unión Africana, con la sucesión de Dlamini-Zuma, han entrado en un período de transición. Yo no me veía permaneciendo como espectador, no es una posición cómoda. Prefiero planificar el calendario de mi salida. Hay que saber retirarse a tiempo de una institución, cuando se está en lo alto y no al revés. Siempre es mejor negociar desde una posición de fuerza.
¿Teme que su trabajo y sus ideas no sean tenidos en cuenta?
No, nadie pone en duda que a lo largo de los últimos cuatro años, la CEA ha impulsado en gran medida el modelo de desarrollo que tiene debe seguir África. Logramos conseguir la atención de nuestros líderes sobre temas y problemas que se encontraban ausentes o marginados, como la cuestión de la industrialización o la del financiamiento de las economías a partir de recursos internos.
También tratamos la evasión de capitales, la deuda, los índices de corrupción y muchas otras cosas. No he sido un líder pasivo. A menudo era provocador, pero así pude hacer existir una voz alternativa. Lo importante para mí es conservar mi libertad de expresión. Ahora tengo que ver si hay alguna institución en la que pueda continuar con este trabajo.
En efecto, a menudo se le ha visto como un provocador en este universo de desarrollo a menudo carente de imaginación. ¿Por qué siempre este punto de vista alternativo?
Debido a que era la única manera de hacer las cosas. El discurso optimista sobre África, que surgió a principios de la década, tuvo, paradójicamente, un efecto adormecedor en el pensamiento de los africanos. Contribuyó a una especie de pereza intelectual. El retrato de África que emerge en 2010 del famoso informe » Lions on the move” de McKinsey es la de un continente que ofrece grandes oportunidades, no la de un continente que debe ser transformado. Es una llamada de atención a los inversores para que presten atención a las oportunidades de un lugar donde podrían ganar más dinero en otro. Los africanos han absorbido ese mensaje como una especie de compensación al discurso afro-pesimista que prevaleció en décadas anteriores. Siempre pensé que había algo malo en todo esto, porque es necesario, obviamente, un nivel mucho más alto ambición para la transformación estructural de las economías africanas. No hay que contentarse con hablar sólo de las oportunidades de mercado.
¿No teme que la CEA quede relegada al olvido después de su marcha?
Por supuesto, siempre es mejor ser dirigido por alguien que pueda transmitir un mensaje y defender las ideas de su institución. Pero el liderazgo no lo es todo. La CEA, hoy en día, es un centro de estudios de trescientas personas que producen la investigación que necesitan los países africanos. No tengo ninguna duda de que esto va a continuar. La base está ahí. Y eso es muy importante.
¿Qué va a hacer mientras espera que el panorama institucional se aclare? ¿Se quedará en Addis Abeba?
Me voy a instalar en Ciudad del Cabo [Sudáfrica], pero en los próximos meses, también voy a pasar tiempo en Kigali. El presidente Kagame, al que sus compañeros encargaron considerar una reforma de la Unión Africana, me pidió que fuera parte del pequeño equipo que trabaja con él.
La CEA estuvo muy involucrada en la preparación de la Conferencia de París sobre el clima. Un año más tarde, ¿qué valoración puede hacer?
Creo que la conferencia en Marrakech [la COP22 a principios de noviembre] será una oportunidad para que los africanos muestren que las promesas no se han cumplido. Los fondos para la financiación no han llegado. El nivel de ambición expresado por el Acuerdo de París no coincide con lo que se ve sobre el terreno. Pero mis temores van más allá de simplemente la cuestión del clima: lo que vemos es un giro global del flujo de ayuda al desarrollo hacia las cuestiones de migración y refugiados. A expensas de las prioridades de desarrollo. Esto no aparece en las estadísticas de la OCDE [Organización para la Cooperación y el Desarrollo] y ocurre en silencio, porque es una evolución gradual, difícil de asumir políticamente.
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